viernes, 21 de octubre de 2022

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MANOJO OCTAVO DEL «PROVENTUS MESSIS DOMINICAE» RELATA LA VIDA Y PASIÓN DE LA VENERABLE VIRGEN MAGDALENA DE NAGASAKI

  IV

   Monstruo inhumano, de sangre

ardes en sed que no llenas,

insaciable, pues no tienes

de humanidad una idea.

   Atiende un momento solo

y grábalo: ten en cuenta

lo que digo convencida

con la verdad más sincera.

   He nacido en Nangasaqui,

mi ciudad, y es mi grandeza

ser cristiana y me glorío

de ventura tan risueña.

   Con mis padres acabó

la persecución acerba,

la que has concitado tú

y a tantas gentes destierra.

   Yo pobre y débil mujer

he quedado, lo ves, huérfana,

y pensando en las del cielo

preferí tales  riquezas.

   Fueron Francisco y Vicente

que atormentó la candela,

quienes las leyes de Cristo

me enseñaron la clemencia.

   Tú oprimes sus seguidores,

¿por qué con rabiosas penas

y como unos criminales

sin pan en cárcel encierras?

   ¿Por qué en las aguas ardientes

y sulfurosas los quemas?

Los huesos se ven sin carne

y las vísceras se muestran.

   Severo arrojas sus cuerpos

a las voraces hogueras

consumiendo así de Cristo

con ruin dureza.

   Los más bárbaros tormentos

tratas de ver si acrecientas;

porque los cristianos dejen

por miedo las tropas buenas.

   A este oficio dedicas

incansable tus tareas,

creyendo que perseguirlos

es tu máxima presea.

   De acerados finos dientes

fabricas agudas sierra,

con las cuales a los fieles

cortas sus carnes sangrientes.

   Para que graben el nombre

de Jesús dentro, no fuera,

les abres como ventanas

con puñaladas acerbas.

   Por que no haya confesión

ni de Cristo hable cualquiera

y cesen sus alabanzas,

les apuntas la cabeza.

   Te propones acabar

con las ocultas ovejas,

y veloz encarcelarlas

procuras con diligencia.

   Por que logres realizar

tan cruelísima sentencia

con llamas de fuego enciendes

aun las más tupidas selvas.

   Como en una cacería

por, montes, de raudas ciervas,

te has empeñado en cercarlas

con gritos, gente y carreras.

   ¡Cuántas naves con amarras

mandas que traigan a tierra,

para que a los sentenciados

ningún azar los proteja!

   Ambicionas desterrar

del reino la fe evangélica

y todos sigan del diablo

ritos y prácticas viejas.

   Movido de ira a los muertos

sacas de sus tumbas quietas

por dar tormento a sus huesos

si Cristo en verdad los sella.

   Obligas a las mujeres,

encinta bastantes de ellas,

a que por sus tiernos párvulos

apostaten a la fuerza.

   Mas es totalmente inútil

que en vano furor te enciendas:

vivirá la fe santísima

de Cristo en todas las épocas.

   Que en el reino del Japón

se acepte la fe benéfica

lo está pidiendo a porfía

el mismo Dios con firmeza,

   Esto da prosperidad,

une el cielo con la tierra;

síguela tú, ¡qué alegría!

síguela no te arrepientas.

   Mientras tanto te remuerden

tribulaciones internas

por torturar inocentes

como hombre no, como bestia.

   Tus rigores los proclaman

cuantos tormentos inventas,

la sangre que se derrama,

las cenizas y la huesa.

   Fugar ya aceptar no quieren

las montañas ni las peñas;

rechaza tus amenazas

quien se esconde en las cavernas.

   Y las  mismas rocas frígidas

se rompen cual si pudieran

reprender tu índole altiva

que se ve estruendosa y férrea.

   Los árboles que han sufrido

el furor de las hogueras

como con gritos te riñen

―sus ramajes hechos teas―,

   y ríos, fuentes de púrpura

que fluyen de sangre llenas,

parecen limar con lágrimas

tu alma  de mármoles hecha.

   Voces profundas emiten

los brutos y de las selvas

se salen horrorizados

de semejante inclemencia.

   Por las urbes desvastadas

lloran y por la ausencia

de aquellos  seres que sufren

dolores, varones y hembras.

   Tú mismo a los antros tétricos

que presuroso te acercas

del infierno, pagarás

esa  tu conducta pésima.

   En cambio, si te arrepientes

de tus maldades extremas,

te perdona bondadoso

Dios mismo con su clemencia.

(Dóxico (Dójuku) catequistas o auxiliares de los padres en la evangelización).

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