II
Si un sacerdote muy pronto
por ventura allí viniera
ese día a quien lo pida
el agua lustral vertiera.
Pero no, y a los
paganos
que la salvación anhelan
sumerje en el agua límpida
que han pedido con firmeza.
De la fe a los
desertores
(tormento cruel les espera)
por romper lo prometido
con ellos no está contenta;
y los convence,
urge, arguye
de su pecado serena,
y vertiendo en su voz miel
los atrae a penitencia.
¿Cómo la
fe ― les insiste ―
en que la salud extrema
se halla, despreciáis, por una
tal vez infeliz sospecha?
¿Es que acaso
os ha invadido
alucinada demencia,
y preferís el estiércol
dejando el oro y nobleza?
¿Por qué
abandoner lo insigne,
lo mejor, la gran faena
de la salvación, con todo,
con sus premios y grandeza?
Nada más
displace a Dios
ciertamente que las pésima
ingratitude y el olvido
de su rica Providencia.
Os tenía demacrados
la culpa de Adán primera,
expulsados de la patria,
de Satán con las cadenas.
La atroz maldad
os había
penetrado hasta la médula,
tornado monstruos humanos,
vuelto irracionales bestias.
Mas la caridad
de Cristo
os redimió y las tinieblas
desterró de acá, viniendo
de la celestial esfera.
Y aún envueltos
ansabais
en la ignorancia más tétrica
cuando os envió mensajeros
de la gran ley evangélica.
para romper
esos vínculos
del Tártaro que os aferran
y os llevarán a los cielos
por un camino de estrellas.
Vuestra fe la
hicisteis pública
convertidos por su prédica,
cayendo la herrumbre antigua
y de la mente la niebla.
Era gracia que
a vosotros
os llegó sin merecerla,
para que nadie al Averno
por sus maldades cayera.
¿Por qué ya que
habéis sufrido
tal miedo, rompéis sin pena
y no queréis más cumplir
las primitivas promesas?
Oíd la voz, os
suplico,
del Pastor de las ovejas;
buscad el redil seguro,
para que este error no
os venza.
Purificad, pues
las culpas
con llanto y con penitencia:
obtendréis perdón del cielo,
porque os ama su alma tierna.
Tales palabras
conmueven
y todo ingrato comienza
a deplorar lo mal hecho,
buscando el aprisco cerca.
Ocupda en este
oficio
vive la noble doncella
y, prudente, a los paganos
sus malos usos reprueba.
La persecución
se ensaña
con las sencillas ovejas
del rebaño, y como a víctimas
fatales se les golpea.
Francisco y
Vicente dan
fiel testimonio en la hoguera;
rubricando las palabras
con la vida como prueba.
Se ve obligada a
dejar
la ciudad y a una desierta
región dirigirse, triste,
sin consuelo, pobre huérfana.
La acompañan,
afligidas
por la hostilidad, catervas
que entre tantas amenazas
tan solo la muerte esperan.
De uno y otro
sexo párvulos,
niños de brazos y tiernas
turbas de gente muy jóvenes
y ancianos que le rodean.
Habita grutas
salvajes,
vive tan solo de hierbas,
desgarra su cuerpo muelle
con rigor y penitencias.
Bajar hasta
Nangasaqui
y allí predicar desea,
y echar en cara al tirano
su crueldad y su fiereza.
Mas habrá que
diferirlo
le sugiere la prudencia,
porque pobres y exiliados
le reclaman su presencia.
Da consuelo al
afligido
con voces dulces, modestas,
desaloja los temores
y los trabajos alegra.
Les refiere los
santísimos
ejemplos de Cristo, alerta
a quien lo anhele seguir
y a todos infunde fuerzas.
¡Alegraos,
pues, oh fieles!,
dice y repite serena,
¡alegraos, fieles óptimos!,
confirmando su docencia.
Es que la
persecución
corporal, dura y adversa,
es amable, abunda en bienes,
y oculto tesoro encierra;
rasga los
vínculos duros
que acosan la inteligencia:
a quien lo pide hace rico
y lo caduco desprecia.
La persecución
quitó
flojas, avaras riquezas,
y en cambio os dio las de arriba
graciosas, fijas, eternas.
(Dóxico
(Dójuku) catequistas o auxiliares de los padres en la evangelización).
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