martes, 16 de agosto de 2011

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Escritos de San Agustín sobre La Prudencia

Enarraciones sobre los Salmos 83, 11
¿Por qué en el valle del llanto? ¿De qué valle del llanto iremos a aquel lugar de gozo? El que dio la ley, dará la bendición. Nos afligió con la ley, nos oprimió con la ley, nos mostró el lagar: vimos el apisonamiento, conocimos la tribulación de nuestra carne, hemos gemido al luchar el pecado contra nuestra mente, y hemos clamado: Desventurado hombre yo. Hemos gemido bajo la ley. ¿Qué resta? Que dé la bendición el que dio la ley. Después de la ley viene la gracia, ella es la bendición. ¿Y
qué auxilio nos prestó la gracia y la bendición? Irán de virtud en virtud. Pues por la gracia se conceden muchas virtudes: A uno ciertamente se da por el Espíritu habla de sabiduría; a otro habla de ciencia según el mismo Espíritu; a otro fe; a otro gracia de curaciones; a otro linajes de lenguas; a otro interpretación de las mismas; a otro profecía. Muchas son las virtudes, pero todas son necesarias aquí; de estas virtudes vamos a la virtud. ¿A qué virtud? A Cristo, Virtud y Sabiduría de Dios. El que concede las distintas virtudes en este mundo dará en lugar de todas las virtudes necesarias y útiles en el valle del llanto, una virtud: a sí mismo.

Cuatro son las virtudes que se asignan por muchos para pasar nuestra vida, las cuales se hallan consignadas en la Escritura: se denomina prudencia aquella por la cual se distingue el bien y el mal; justicia, aquella por la cual damos a cada uno lo suyo, sin deber a nadie nada y amando a todos; templanza, aquella por la cual refrenamos las liviandades; y fortaleza, aquella por la que soportamos todas las incomodidades. Estas virtudes se nos dan ahora en el valle del llanto por la gracia de Dios; y por ellas nos encaminamos a aquella otra Virtud. Y ¿cuál será esta virtud, sino únicamente la contemplación de Dios? Allí, en donde no se dará mal alguno que debamos evitar, no será necesaria la prudencia. ¿Pero qué pensaremos, hermanos, de las otras tres virtudes?

Que allí, en donde no habrá indigencia que debamos remediar, no habrá tampoco justicia; que allí, en donde no existirá liviandad que deba ser refrenada, no existirá temperancia; y que tampoco habrá allí fortaleza, porque no habrá males que tolerar. Anhela de la presencia de Dios en el templo
Luego de estas virtudes que obran así aquí, iremos a la virtud de aquella contemplación, con la cual veamos a Dios, conforme está escrito: Por la mañana me pondré delante de ti, y contemplaré.
Ve cómo iremos por el ejercicio de estas virtudes a aquella contemplación. Pues allí prosigue: Irán de las virtudes a la virtud.
¿A qué virtud? A la de la contemplación. ¿Qué significa a la de la contemplación? Se aparecerá el Dios de los dioses en Sión. El Dios de los dioses: el Cristo de los cristianos. ¿Cómo el Dios de los dioses, el Cristo de los cristianos? Yo dije: vosotros sois dioses e hijos del Altísimo todos. Aquel en quien creemos, esposo bellísimo, que apareció aquí deforme por nuestra deformidad, puesto que le vimos, dice Isaías, y no tenía figura ni hermosura, les dio el poder de hacerse hijos de Dios. Liquidada toda la necesidad de la mortalidad que tomó por nosotros, aparecerá a los limpios de corazón ya como Dios en Dios, Verbo junto al Padre, por el que fueron hechas todas las cosas, pues: Bienaventurados
los limpios de corazón porque ellos verán a Dios. Aparecerá el Dios de los dioses en Sión.

La Trinidad 12, 14, 22
¿DESAPARECERÁN LAS VIRTUDES EN LA VIDA FUTURA?

Es cuestión controvertida si las virtudes por las cuales se vive honestamente en esta mortalidad, puesto que en el alma tienen principio y el alma existía ya antes de adquirir las virtudes, desaparecerán una vez que nos hayan conducido a las mansiones eternas. A algunos les parece que cesarán, y su opinión pudiera parecer verdadera si se trata de las tres virtudes cardinales: prudencia, fortaleza y templanza; pero la justicia es inmortal y antes se perfeccionará en nosotros que deje de existir.
Disputando Tulio, autor de gran elocuencia, sobre estas cuatro virtudes, dice en su diálogo Hortensio: "Si nos está permitido, al emigrar de esta vida, vivir inmortales en las islas de los afortunados, según narran las fábulas, ¿para qué necesitamos de la elocuencia, no existiendo allí juicios, y para qué sirven las mismas virtudes? No necesitaremos de la fuerza donde no existe trabajo ni peligro; ni de la justicia, pues no solicitará el bien ajeno; ni de la templanza, moderadora de pasiones que no existen; ni, finalmente, necesitaremos de la prudencia, pues no hay elección entre el bien y el mal. Seremos felices con sólo el conocimiento y ciencia de la naturaleza, único bien laudable en la vida de los dioses. De donde se colige que éste ha de ser el objeto de la voluntad, mientras las otras cosas lo son de la necesidad".
Así, al encomiar aquel elocuente orador la filosofía, recuerda la herencia recibida de los filósofos; explica y afirma, en estilo delicioso y sublime, la necesidad de estas cuatro virtudes mientras perdure la vida saturada de errores y penalidades; pero ninguna lo será al emigrar de esta vida, si es posible vivir donde se viva feliz. Las almas buenas serán dichosas por el conocimiento y la ciencia, es decir, por la contemplación de aquella naturaleza sumamente perfecta y amable; naturaleza0 creadora y sustentadora de todas las naturalezas. Si la justicia consiste en someterse al gobierno de esta naturaleza, la justicia es inmortal y no dejará de existir en aquella vida feliz, antes será de naturaleza tan excelsa, que no pueda ser ni mayor ni más perfecta.
Hasta es posible la pervivencia en la felicidad de las otras tres virtudes: la prudencia, sin peligro de error; la fortaleza, sin molestia de males; la templanza, sin opuestas lujurias. Sería propio de la prudencia no anteponer ni comparar ningún bien a Dios; de la fortaleza, adherirse a El con firmeza; de la templanza, no deleitarse en defecto dañoso. Allí donde no existe mal alguno, la justicia no puede ejercitarse en socorrer a los míseros, ni la prudencia en prevenir asechanzas, ni la fortaleza en tolerar los trabajos, ni la templanza en frenar concupiscencias ilícitas.
Por consiguiente, los actos de estas virtudes, necesarias en esta vida mortal, serán allí cosas pretéritas, como la fe, a la cual se refieren. Ahora, cuando están presentes en la memoria y las contemplamos y amamos, forman una cierta trinidad; entonces formarán otra, cuando, por algunos vestigios de su paso que dejarán en la memoria, veamos que ya no existen, pero existieron; trinidad que se compone del vestigio en la memoria archivado, sea cual fuere; de su conocimiento verídico y de la voluntad, que enlaza, en oficio terceril, estas dos cosas.

La Trinidad 14, 9, 12
SABIDURÍA Y CIENCIA. EL CULTO DE DIOS ES SU AMOR. CÓMO
POR LA SABIDURÍA HA LUGAR EL CONOCIMIENTO DE LAS COSAS
ETERNAS

Tiene la ciencia su justo medio, si lo que en ella infla o suele inflar es vencido por el amor do lo eterno, que no infla, sino que, como ya sabemos, edifica. Sin ciencia, ni adquirir podríamos estas mismas virtudes, que nos hacen vivir una vida sin tacha y por las que se gobierna esta mísera vida, de manera que logremos alcanzar la eterna, vida verdaderamente feliz.
Sin embargo, la acción que nos lleva a usar rectamente de las cosas temporales dista de la contemplación de las realidades eternas: ésta se atribuye a la sabiduría, aquélla a la ciencia. Aunque, en rigor, la. sabiduría puede llamarse también ciencia, pues así lo hace el Apóstol cuando dice: Ahora conozco en parte, entonces conoceré como soy conocido. Por ciencia entiende aquí la contemplación de Dios, supremo galardón de los santos. Pero cuando dice: A uno le es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu, no hay duda que distingue estas dos cosas, aunque no explica su diferencia ni enseña cómo se las puede discernir.
Pero, escudriñando la riqueza inexhausta de las Sagradas Escrituras, encuentro escrito en el libro de Job esta sentencia del santo varón: ¡Mira! La piedad es sabiduría; apartarse del mal, ciencia. En esta distinción vemos cómo la sabiduría pertenece a la contemplación, y la acción a la ciencia. Piedad significa, en este lugar, el culto de Dios; es en griego theosébeia. Esta es la palabra que se encuentra en los códices griegos en esta sentencia. ¿Y qué hay en las realidades eternas de más excelso que Dios, único inmutable por naturaleza?
Y ¿ en qué consiste su culto, sino en su amor, que al presente nos hace suspirar por su visión y creemos y esperamos verlo un día, porque mientras peregrinamos lo vemos como en un espejo y en enigma, pero entonces lo veremos en su plena manifestación? Esto es lo que llama el apóstol San Pablo cara a cara. Abunda en el mismo sentido San Juan cuando dice: Carísimos, ahora somos hijos de Dios, y todavía no se nos mostró qué seremos. Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es. En este pasaje y otros similares paréceme se habla de la sabiduría.
Abstenerse del mal, ciencia en sentir de Job, pertenece ciertamente al dominio de las cosas temporales. Es en el tiempo donde estamos sujetos a los males, que hemos de evitar si queremos un
día arribar a las playas de los bienes eternos. Por lo cual, cuanto con prudencia, fortaleza, justicia y templanza ejecutemos, pertenece a la ciencia o disciplina que dirige nuestras acciones huyendo del mal y apeteciendo el bien; y asimismo, todos los ejemplos que debemos imitar o evitar y todos los documentos necesarios acomodados a nuestros usos los deducimos del conocimiento de la historia.

La Música
6,16,51

EXCURSO: LAS VIRTUDES CARDINALES MORAN
EN EL CIELO

Pero he aquí ahora otra pregunta mía: después de haber quedado antes claro entre nosotros que la prudencia es la virtud por la que el alma descubre dónde debe establecerse, hacia dónde se eleva por medio de la templanza, lo que vale tanto como decir el retorno de su amor a Dios, que se llama caridad, y el alejamiento de este siglo, al que también acompañan la fortaleza y la justicia; dime ahora tu opinión en caso de que el alma haya llegado al fruto de su  amor y de su esfuerzo por una santificación acabada, acabada también la revitalización de su cuerpo, y, borrados de su memoria los alborotos de las imaginaciones, haya comenzado a vivir en Dios mismo para solo Dios, al haberse cumplido lo que de parte divina se nos promete de este modo: Amadísimos, ahora somos hijos de Dios, y aún no ha aparecido lo que seremos. Sabemos que, cuando haya aparecido, seremos semejantes a él, porque lo veremos como él es; dime, pues, y repito mi pregunta: ¿crees que las virtudes, que antes hemos recordado, existirán también entonces?
D.—Yo no veo, cuando hayan pasado las adversidades contra las que el alma lucha, cómo puede existir allí la prudencia, que no elige qué es lo que tiene que seguir si no es en la adversidad;
o la templanza, que no aparta nuestro amor más que de los placeres que son nuestros enemigos; o la fortaleza, que no soporta otra cosa que la adversidad; o la justicia, que no desea ser igualada a las almas muy bienaventuradas y dominar la naturaleza inferior sino en la adversidad, es decir, sin haber logrado todavía lo que apetece.

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