lunes, 10 de octubre de 2011

// //

La Fe

Vamos a conmenzar un ciclo de cinco semanas de la mano de san Agustín, abundando sobre la primera virtud teologal: LA FE.

Lo dio a la fe de quien pide, a la fe de quien busca, a la fe de quien llama.
Mt 15,21-28


Con testimonio diáfano aparece esto mismo en otro texto del evangelio: cuando el Señor se dirige a la región de Tiro y Sidón. Una mujer cananea, salida de aquellos contornos, comenzó a pedirle la salud de su hija. El Señor no la escuchaba; daba la impresión de que la despreciaba, pero era para que se manifestase su fe. Mira cómo da tiempo al tiempo: le encubre el don que, sin embargo, quiere concederle, para extraer de su corazón la voz por la que se haga digna de recibirlo. Pues, a pesar de que los discípulos dijeron al Señor: Despáchala, viene dando de gritos detrás de nosotros (Mt 15, 23), responde el mismo Señor: No es bueno quitar el pan a los hijos y echárselo a los perros (Mt 15, 26). Veis que es idéntico al otro precepto. No deis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras margaritas ante los puercos. No he sido enviado sino  a las ovejas que perecieron de la casa de Israel (Mt 15, 24). Aquella mujer era gentil. En el futuro iba a ser predicado el evangelio a los gentiles.  A ellos fue enviado el apóstol Pablo. La predicación del evangelio a los gentiles, tendría lugar después de la pasión y muerte del Señor… Aún  no había llegado su tiempo  y ya había entre ellos una mujer, aquella cananea, prefigurando la Iglesia de la gentilidad.

Ella suplica y oye que se le dice: No es bueno quitar el pan a los hijos y arrojárselo a los perros. La llamó perro porque pedía con vehemencia. Si ella se hubiera ofendido al oír tal palabra salida de la boca de la Verdad y que sonaba como un insulto, y, recibida la injuria, se hubiese largado murmurando en su corazón: 'Vine a pedir un favor. Si se me concede, que se me conceda. Si no se me concede, ¿por qué soy un perro? ¿Qué hice de mal al pedir, al venir a suplicar un favor?'... Sabía a quién pedía el favor. Aceptó lo que salió de la boca del Señor, no lo rechazó e insistió más vehementemente en su petición, reconociendo ser lo que había escuchado. Dice, en efecto: así es, Señor, es decir, has dicho la verdad: soy un perro. Puesto que él había dicho que el pan era para los hijos, le pareció a ella poco reconocer que era un perro. Confesó que eran señores suyos aquellos a quienes él había llamado hijos. No está bien, dijo, quitar el pan a los hijos y arrojárselo a los perros. A lo que ella respondió: Así es, Señor; pero también los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores (Mt 15, 27).

¿Qué estáis viendo, hermanos? Pidió con insistencia, buscó con tenacidad, llamó por largo tiempo. En consecuencia, puesto que pidió, buscó y llamó, ya no es un perro. El Señor no da ahora lo santo a un perro. Ella mostró no ser ya perro, al buscar y llamar con afecto. Es la confirmación de lo que había dicho. Al ordenar a sus dispensadores: No deis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras margaritas ante los puercos, corrigiendo a quienes querían recibir, para que dejasen de ser perros si antes lo habían sido, dijo: Pedid, buscad, llamad. Así lo manifestó en aquella mujer cananea a la que, en un primer momento, llamó perro. El mismo Señor le quitó el ultraje porque reconoció su humildad aceptando el oprobio en vez de indignarse al oír el insulto. Él la había llamado perro. Él mismo había ordenado: No deis lo santo a los perros. ¿Por qué le quitó el ultraje del que había sido autor, sino porque al aceptarlo ella fue transformada por la humildad y, más aún, al confesar ser lo que había oído, dejó de serlo? ¿Qué escucha de boca del Señor? Ya no escucha: 'Perro'. ¿Qué, si no? ¡Oh mujer, grande es tu fe. Hágase según tú deseas! (Mt 15,28). Le arrojó el pan; mejor, se lo dio, no se lo arrojó, porque lo daba no a un perro, sino a un hombre. Lo dio a la fe de quien pide, a la fe de quien busca, a la fe de quien llama. Por esto alabó la fe, porque no rechazó la humildad. Comprenda vuestra santidad las palabras del Señor cuando dice: No deis lo santo a los perros ni arrojéis vuestras margaritas ante los puercos. ¿Quiénes quiere que se sobrentiendan bajo la palabra perros? Perros son los que ladran calumniosamente; puercos son los manchados  con el lodo de los placeres carnales. No seamos, pues, ni perros ni cerdos, para merecer que el Señor nos llame hijos, del mismo modo que aquella cananea mereció se llamada no ya perro, sino mujer, al decir el Señor: ¡Oh mujer, grande es tu fe. Hágase según tú deseas!


Sermón 60 A, 2-4


0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario