domingo, 17 de agosto de 2014

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XX Domingo del Tiempo Ordinario.(A)


Is 56,1.6-7; Rm 11,13-15.29-32; Mt 15,21-28

No se encerró Jesús en su país natal. Si antes de nacer, a su Madre le tocó viajar llevándole en su seno y, algún tiempo después, hubo de emigrar a tierras de refugio, cuando ya adulto decidió emprender su actividad misionera, Él, que vivía junto a la próspera e influyente ciudad de Séforis, decidió que su centro de operaciones sería Cafarnaún, en la Baja Galilea, a algo así como 35 Km. de distancia. Pero tampoco se limitó a la comarca escogida. 

El evangelio nos cuenta desplazamientos del Señor por otras tierras, además de las correspondientes visitas a Jerusalén. El fragmento que leemos en la misa de hoy supone un traslado al extranjero, a Tiro y a Sidón. Los que vivían allí, ciertamente no eran judíos, y la protagonista del relato pertenecía al pueblo cananeo.

¿Quién le habría hablado a aquella buena mujer del Maestro? ¿Cómo se atrevió a dirigirse a Él a gritos? Su actitud ¿no era propia de una histérica? ¿Merecía su impertinencia que se le hiciera caso? Parece que el Señor pensó al principio que no debía prestarle atención. Fueron los discípulos los que intervinieron, recomendándole que la hiciera caso. Su hija tenía un demonio dentro y además era muy malo. Sabiduría popular sin duda.

Jesús inició la conversación mostrándose patriotero. Ella no se inmutó lo más mínimo y continuó insistiendo. Cuando estuvo cerca, se arrodilló, gesto elocuente de humildad. Pero, pese a las apariencias iniciales, el Maestro no era severo. Utilizó un lenguaje familiar. 

El comentario que le hizo nos puede parecer a la mayoría de nosotros incorrecto y hasta hiriente. Comparar a la mujer con un perro, nos suena mal. Ahora bien, en aquel tiempo y entre aquellas gentes, este animal, junto con el borrico, formaban parte imprescindible del entorno familiar, prueba de ello es que no se siente ofendida y, por el contrario, se aprovecha de la imagen para continuar insistiendo y lo hizo con gracejo.
El Señor entonces cambia de tercio y muestra su más auténtica personalidad generosa. Empieza por elogiar su fe, después accede a su petición. Había sido enviado a las ovejas descarriadas de Israel, acababa de afirmar. Atiende a la foránea, saltándose el programa, ya que su misión, lo proclamará explícitamente al final de su vida, es universal.

El espíritu corporativo existe en todo lugar. Sea la pertenencia a una misma tribu, sea la militancia en idéntico partido político la solidaridad con la vecindad más próxima. Nos abrimos al prójimo que nos es próximo, desconfiamos de los otros. 

Incluso ahora que los viajes largos se han generalizado o que el espacio virtual que nos ofrece Internet parece que no cree afinidades, de una u otra manera, vamos delimitando nuestro mundillo, a nuestro tamaño y manera. Que es real este sentimiento, lo refleja el episodio. Que hay que sobreponerse a él, es la lección que nos da el Maestro.

Pero donde quisiera que centráramos nuestra atención unos momentos es una mujer, en una madre y en Jesús.

-Una mujer, una madre. María obliga a Jesús a adelantar la hora de sus milagros y surge el primer milagro en Caná de Galilea.

-El dolor de una madre viuda le hace saltarse la norma de caer en impureza legal si toca un féretro. Y Jesús, tocando el féretro, hace parar la comitiva y devuelve a los brazos de una madre al hijo único de Naín. 

-Por una mujer públicamente pecadora pone en entredicho su honorabilidad dejándose lavar los pies por María Magdalena.

-Es el único maestro de Israel que tiene a mujeres por discípulas y recorre pueblos y aldeas seguido por ellas.
 -Por las lágrimas de Marta y María resucita en Betania a su querido amigo Lázaro y se ofrece como Resurrección y Vida.

-Y saltándose todo sentido de jerarquía es a una mujer a la que hace mensajera de su resurrección y envía a María Magdalena a notificar que vive.

-Y en este evangelio es también una mujer, una madre, la que le obliga a olvidarse de normas entre paganos y judíos. Y por esta mujer hace un milagro fuera de todo proyecto y esperanza. ¡De qué presumiremos los hombres!

Que la Eucaristía nos ayude a escuchar a Dios en el grito de los pobres y de los que sufren. La Eucaristía siempre es misionera, porque nos envía, y hoy de manera especial a los más alejados, a los más necesitados de Dios, como lo hizo Jesús. No tengamos miedo, Él va con nosotros, somos sus enviados, Él nos da las fuerzas con su Pan y su Palabra.

P. Teodoro Baztán

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