domingo, 26 de octubre de 2014

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Domingo XXX del Tiempo Ordinario Reflexión


El domingo pasado veíamos cómo los herodianos querían tentar a Jesús con una pregunta capciosa. Hoy vemos cómo los fariseos se acercaron a Jesús para ponerlo también a prueba. Querían que Jesús dijera públicamente cuál de los 613 mandamientos que todo judío estaba obligado a cumplir era el mandamiento principal de la Ley. Los fariseos discutían frecuentemente entre sí sobre este tema. 

La respuesta de Jesús, a primera vista, no es nada original. Les dice algo que todos los judíos observantes sabían de memoria: que había que amar a Dios sobre todas las cosas (Lv 6,5) y que había que amar al prójimo como a uno mismo (Dt 19, 18). 

Pero Jesús añade dos cosas muy importantes. La primera: el segundo mandamiento es semejante al primero. Segunda: estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas, es decir, resumen y sintetizan todos los demás mandamientos. No podemos decir, por tanto, que amamos a Dios si no amamos al prójimo. Y san Juan nos dirá que el mandamiento nuevo consiste en que amemos al prójimo, no sólo como a nosotros mismos, sino como Cristo nos amó. 

“Amarás al prójimo como a ti mismo”. Añadiendo las palabras “como a ti mismo”, Jesús nos ha puesto delante un espejo al que no podemos mentir; nos ha dado una medida infalible para descubrir si amamos o no al prójimo.  Sabemos muy bien, en cada circunstancia, qué significa amarnos a nosotros mismos y qué querríamos que los demás hicieran por nosotros. Jesús no dice, nótese bien: “Lo que el otro te haga, házselo tú a él”. Esto sería aún la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Dice: lo que tú quisieras que el otro te hiciera házselo tú a él (cf. Mt 7, 12), que es muy distinto. Pero el ejemplo más claro es Cristo: hasta dar la vida…

Las obras de caridad son un efecto del amor, no es aún el amor. Antes de la beneficiencia viene la benevolencia; antes que hacer el bien, viene el querer. Esta caridad del corazón o interior es la caridad que todos y siempre podemos ejercer, es universal.

Cuando esto sucede, todas las relaciones cambian. Caen, como por milagro, todos los motivos de prevención y hostilidad, recelo o antipatía, que nos impedían amar a cierta persona, y ésta empieza a parecernos por lo que es en realidad: un ser humano que sufre por sus debilidades y límites, como tú, como yo, como todos. Es como si la máscara que todos los hombres y las cosas llevan puesta en el rostro cayeran, y la persona nos apareciera como lo que es realmente: como hijo de Dios.

Si tu prójimo grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo, dice el Señor. El mandamiento del amor al prójimo no es un mandamiento teórico, sino un mandamiento muy concreto. Debo amar aquí y ahora a las personas que me necesitan. En el libro del Éxodo las personas más necesitadas, a las primeras que había que amar, eran las viudas y los huérfanos, los forasteros y los pobres. 

Cada uno de nosotros, en su contexto social en el que vive y se mueve, debe estar atento a las personas que más le necesitan. Aquí y ahora, en todas partes, muchas personas que se quedan sin trabajo, muchos ancianos medio abandonados, muchos niños sin posibilidad de una educación digna, tenemos, en algunos países, muchos emigrantes pobres, bastantes pobres no emigrantes, muchos enfermos… A estas personas es a las primeras que debemos amar ayudándolas, porque son las que más ayuda y más amor necesitan. Nuestro Dios es compasivo y misericordioso. Seamos buenos hijos de nuestro Dios.

Abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios. San Pablo se muestra orgulloso de los primeros cristianos de Tesalónica, porque, imitando su ejemplo, han sido capaces de convertirse, abandonando a los ídolos y volviéndose hacia Dios. La conversión siempre ha consistido y sigue consistiendo en lo mismo: abandonar a los ídolos, dejar de amarlos, y volvernos hacia Dios; en definitiva: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Cristo nos amó.  

¿Cuáles son mis ídolos en este momento? ¿El dinero, el placer corporal, el afán de sobresalir, el vivir tranquila y cómodamente, el poder político o social, el…? En la medida en que seamos capaces de abandonar nuestros ídolos y de volvernos a Dios, seremos capaces de cumplir el mandamiento principal del amor a Dios y al prójimo. Sólo entonces podremos decir con el salmo: Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.
P. Teodoro Baztán

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