lunes, 30 de marzo de 2015

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De la mano de San Agustín (25)

Jn 12,1-11  Enjuga los pies del Señor con lo que tienes de superfluo

En cambio, María, la otra hermana de Lázaro, tomó una libra de perfume de nardo pístico, caro; ungió los pies de Jesús y con sus cabellos enjugó los pies de él, y la casa se llenó con el olor del perfume (Jn 12,3). Hemos escuchado el hecho; investiguemos el misterio. Tú, cualquiera que quieres ser una persona fiel, con María unge con perfume caro los pies del Señor. Ese perfume fue la justicia; por eso hubo una libra; además era perfume de nardo pístico, caro. Respecto a lo que asevera, pístico, debemos pensar en algún lugar de donde era este perfume caro; sin embargo, este adjetivo no es ocioso y está óptimamente en armonía con un sacramento. Pístis se llama en griego a la fe. Intentabas poner por obra la justicia: El justo vive de fe (Rm 1,17; Ha 2,4). Unge tú los pies de Jesús: viviendo bien, ve en pos de las huellas del Señor. Enjúgalos con los cabellos: si tienes cosas superfluas, da a los pobres y has enjugado los pies del Señor, pues los cabellos parecen cosas superfluas del cuerpo. Tienes qué hacer con tus cosas superfluas; para ti son superfluas, pero para los pies del Señor son necesarias. Los pies del Señor pasan quizá necesidad en la tierra. En efecto, ¿de quiénes, sino de sus miembros, va a decir al final: «Cuando lo hicisteis a uno de mis mínimos, a mí lo hicisteis?( Mt 25,40) Habéis gastado vuestras cosas superfluas, pero os habéis dedicado a mis pies».

Pues bien, la casa se llenó del olor, el mundo se ha llenado de la buena fama, porque olor bueno es la buena fama. Quienes viven mal y se llaman cristianos, hacen una injuria a Cristo; de quienes son así está dicho que por su culpa se denuesta el nombre de Dios. Si por culpa de tales individuos se denuesta el nombre de Dios (Rm 2,24), mediante los buenos se loa el nombre del Señor. Escucha al Apóstol: Somos en todo lugar, afirma, olor bueno del Mesías. También en Cantar de Cantares se dice: Perfume derramado es tu nombre (Ct 1,2). Haz volver de nuevo la atención hacia el Apóstol: Olor bueno del Mesías somos, afirma, en todo lugar, tanto entre estos que son hechos salvos como entre estos que perecen; para unos, olor de vida en orden a la vida; para otros, olor de muerte en orden a la muerte; y para estas cosas ¿quién es idóneo? (2Co 2,14-16) La presente lectura del Santo Evangelio nos ofrece la ocasión de hablar sobre ese olor de forma que, pues el Apóstol mismo dice: «Y para estas cosas ¿quién es idóneo?», yo me exprese suficientemente y vosotros escuchéis diligentemente. ¿Acaso, pues, yo soy idóneo para intentar hablar de ello, o vosotros sois idóneos para oír estas cosas? Yo, ciertamente, no soy idóneo; pero es idóneo aquel que ojalá se digne decir mediante mí lo que a vosotros os aprovecha oír. He ahí que el Apóstol es, como él mismo dice, olor bueno; pero ese mismo olor bueno es para unos olor de vida en orden a la vida; para otros, en cambio, olor de muerte en orden a la muerte; olor bueno empero. Efectivamente, ¿acaso asevera: «Para unos somos olor bueno en orden a la vida; para otros olor malo en orden a la muerte»? Ha dicho que él es olor bueno, no malo; y ha dicho que idéntico olor bueno existe para unos en orden a la vida, para otros en orden a la muerte. Felices quienes viven gracias al olor bueno; en cambio, ¿qué más infeliz que los que mueren por el olor bueno?

 ¿Y, pregunta alguno, quién es a quien mata el olor bueno? Esto es lo que responde el Apóstol: Y para estas cosas ¿quién es idóneo? Sin embargo, en la medida en que el Señor se digne inspirarme porque tal vez se oculte ahí un significado muy profundo que yo no puedo penetrar, hasta donde he podido penetrarlo, no debe denegarse a vosotros cómo es, cómo de modos admirables hace Dios esto: que con el olor bueno vivan los buenos y mueran los malos. La fama diseminaba en todas partes que el apóstol Pablo obraba bien, vivía bien, de palabra predicaba la justicia, la demostraba con los hechos, doctor
admirable y dispensador fiel; unos le querían, otros le envidiaban. De hecho, él mismo, en cierto lugar, acerca de algunos asevera que anunciaban al Mesías no limpiamente, sino por envidia, al suponer,afirma, que provocan tribulación a mis cadenas. ¿Pero qué asevera? «Anúnciese al Mesías o por oportunidad o con verdad (Flp 1,17-18). Lo anuncian quienes me aman, lo anuncian quienes me envidian; aquéllos viven por el olor bueno, éstos mueren también por el olor bueno; sin embargo, mientras unos y otros predican, anúnciese el nombre de Cristo, llénese de óptimo olor el mundo». Si has amado a quien obra bien, estás vivo por el olor bueno; si has envidiado a quien obra bien, estás muerto por el olor bueno. ¿Acaso precisamente por haber querido morir has hecho que sea malo ese olor? No envidies, y no te matará el olor bueno.

 Por tanto, escucha cómo también aquí, respecto a ese perfume, para unos era olor bueno en orden a la vida, para otros olor bueno en orden a la muerte. Inmediatamente después que la religiosa María hizo esto como obsequio del Señor, uno de sus discípulos, Judas Iscariote, el que iba a entregarlo, dijo: ¿Por qué este perfume no se vendió en trescientos denarios, y se dio a los pobres?( Jn 12,4-5) ¡Ay de ti, desgraciado! El olor bueno te ha matado. En efecto, el santo evangelista ha explicado por qué aquél dijo esto. Por nuestra parte, si mediante el evangelio no nos pusiera delante el sentimiento de aquél, también nosotros supondríamos que él pudo decir esto por preocupación por los pobres. No es así, sino ¿qué? Escucha a un testigo veraz: Ahora bien, dijo esto no porque le importaban los pobres, sino porque como era ladrón y, al tener los cofrecillos, llevaba también lo que se echaba (Jn 12,6). ¿Lo llevaba o se lo llevaba? Pero por oficio lo llevaba, por el hurto se lo llevaba.
Comentario sobre el evangelio de San Juan 50, 6-9

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