lunes, 5 de octubre de 2015

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De la mano de San Agustín (4): La riqueza no da seguridad:

He dicho esto a causa de la lectura del Libro de los Reyes que escuchamos antes  ( 1R 17,8-16). ¿Acaso Dios había dejado de alimentar a su siervo Elías? ¿No le servían las aves cuando faltaban los hombres? ¿No le llevaba el cuervo el pan por la mañana y la carne por la tarde  (Cf 1R 17,6)? Así, pues, Dios manifiesta que puede alimentar a sus siervos con lo que quiere y como quiere y, no obstante, para que una viuda piadosa pudiera alimentarle le hizo sentir necesidad. La necesidad de un alma santa se convirtió en abundancia para un alma piadosa. ¿No podía Elías, con la misericordia de Dios, darse a sí mismo lo que dio a aquella tinaja? Veis, pues, y está claro que, de vez en cuando, los siervos de Dios padecen necesidad para poner a prueba a los que poseen bienes. Pero aquella viuda no tenía nada; lo que le quedaba se le había acabado e iba a morir con sus hijos. Para prepararse el pan, salió a coger dos maderos, y entonces la vio Elías. El hombre de Dios la veía precisamente cuando ella buscaba dos maderos. Aquella mujer era una imagen de la Iglesia. Dado que dos maderos forman una cruz, a punto de morir buscaba lo que la haría vivir por siempre. Intuido el misterio, Elías le habla lo que oyó; ella le refiere su decisión, le dice que va a morir, una vez que haya consumido lo que le quedaba. ¿Dónde queda lo que el Señor había dicho a Elías: Vete a Sarepta de Sidón, pues he encargado allí a una viuda para que te dé de comer  (1R 17,9)? Ya advertís de qué manera manda Dios: no al oído, sino al corazón. ¿Acaso leemos que fue enviado algún profeta a aquella mujer y que se le dijo: «Esto dice el Señor: ha de llegar hasta ti un siervo mío con hambre; dale de lo que tienes, no temas la indigencia, puesto que yo te devolveré lo que le des»? No leemos que se le dijera tal cosa. Tampoco leemos que le fuera enviado un ángel en sueños y le anunciase que había de llegar Elías hambriento, o que alguien indicara a aquella mujer que tenía que darle de comer. Pero Dios, que habla al pensamiento, manda de modos extraños. Decimos que Dios le mandó hablándole al corazón, sugiriéndole lo que era menester, persuadiendo lo que era útil al alma racional de aquella mujer. De igual manera leemos en los profetas que Dios ordenó al gusano roer la raíz de la calabaza  (Cf Jn 4,7). ¿Qué significa «ordenó», sino «preparó el corazón»? De este modo, merced a la inspiración del Señor, aquella mujer viuda tenía el corazón preparado para obedecer. Así había llegado, así hablaba con Elías. El que moraba en Elías en el acto de mandar moraba en la viuda en el momento de obedecer. Vete -le dice- y, aún en tu pobreza, hazme a mí primero una torta  ( 1R 17.13); no mermarán tus riquezas. Pues el patrimonio de la viuda consistía en un poco de harina y un poco de aceite  (1R 17,12). Y ese poco no menguó. ¿Quién posee una posesión de estas características? Aquella viuda alimentaba al siervo de Dios con sumo gusto, dado que su patrimonio pendía de un clavo. ¿Qué cosa más feliz que esta pobreza? Si aquí recibió tales bienes, ¿cómo los esperará para el final?
 Os he dicho esto para que no esperemos la recompensa de nuestra siembra en este tiempo en que estamos sembrando. Pues en él sembramos con sudor la mies de las buenas obras, pero su fruto lo recogeremos con gozo en el futuro, según está escrito: Al ir iban llorando, echando sus semillas; mas al volver vendrán con gozo portando sus gavillas (Sal 125,6). Aquel hecho, pues, tuvo lugar como signo, no como don. En efecto, si aquella viuda recibió aquí lo que dio de comer al siervo de Dios, no es gran qué lo que sembró. Recibió una recompensa temporal, una harina que no se agotaría y un aceite que no se acabaría hasta que Dios hiciese llover sobre la tierra  (Cf 1R 17). Y así comenzó a sentir mayor necesidad cuando Dios se dignó hacer llover, pues entonces tendría que trabajar, esperar el fruto del campo y recogerlo. En cambio, mientras no llovía, su alimento le llegaba sin problemas. Este mismo signo que Dios le había dado para pocos días, era signo de la vida futura, en la que nuestra recompensa desconoce lo que es faltar. Dios vendrá a ser nuestra harina. Así como no le faltaron en aquellos días la harina y el aceite, así tampoco nos faltará Dios por toda la eternidad. Esperemos, por lo tanto, tal retribución cuando obramos el bien, no sea que alguno de vosotros se vea tentado por un pensamiento que le lleve a decir. «Daré de comer a algún siervo hambriento de Dios para que no se vacíe mi recipiente o para encontrar siempre vino en mi cuba». No busques esto en este tiempo. Siembra seguro, tu cosecha vendrá más tarde, será más tardía; pero cuando llegue, no tendrá fin.
Sermón 11,2

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