sábado, 3 de octubre de 2015

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De la mano de San Agustín (3): Las promesas de Dios

 En cuanto me concede el Señor, que me constituyó ministro de su palabra y sacramento a fin de serviros con la grosura de su misericordia, emprendo como puedo, con la ayuda de Aquel que os hizo a vosotros aplicados para hacerme a mí idóneo, el examen y la exposición de este salmo que ahora hemos cantado, breve ex palabras, pero extenso por la profundidad de las sentencias. Dios estableció el tiempo de sus promesas y la época de su cumplimiento. El período de las promesas fue desde el tiempo de los profetas hasta San Juan Bautista; desde él hasta el fin es el tiempo de su cumplimiento. Fiel es Dios, que se constituyó en nuestro deudor, prometiendo tantas cosas sin recibir nada de nosotros. La promesa le pareció poco; por eso quiso obligarse con escritura, haciéndonos, por decirlo así, un documento de sus promesas, para que cuando comenzare a cumplir las cosas que prometió, viésemos en escrito el orden de su cumplimiento. El tiempo profético era, como muchas veces lo he consignado, el del anuncio de las promesas. 


Prometió la salud eterna, la vida bienaventurada y sin fin con los ángeles, la heredad inmarcesible, la gloria eterna, la dulzura de su rostro, la casa de su santificación en los cielos y la absoluta carencia de miedo a la muerte debido a la resurrección de los muertos. Esta es como su promesa final, a la cual se enderezan todos nuestros cuidados, y a donde, una vez que lleguemos, no buscaremos ni exigiremos ya más.Tampoco calló anunciando y prometiendo en qué orden suceda lo que acontecerá al fin. Pues prometió a los hombres la divinidad, a los mortales la inmortalidad, a pecadores la justificación, a los viles la glorificación, y todo lo que prometió se lo prometió a los indignos para que no se prometiese como galardón a las obras, sino que se diese gratuitamente, como gracia, en nombre suyo. Pues el mismo vivir con rectitud, en cuanto el hombre puede vivir en justicia, no se debe a mérito humano, sino a beneficio divino. Nadie vive justamente si no es justificado, es decir, si no ha sido hecho justo; y el hombre se justifica por Aquel que no puede jamás ser injusto. Como la lámpara no se enciende por sí misma, así tampoco el alma humana se da a sí misma la luz, sino que clama a Dios, diciendo: Tú, Señor, iluminarás mi lámpara (.Sal 17,29). 

Como se prometió el reino de los ciclos a los pecadores que no permanecen en pecado, sino que se libran de él y obran la justicia, lo cual no lo consiguen si no es, como dije, por la ayuda de la gracia y mediante Aquel que siempre es justo, parecía increíble que Dios se preocupase del tal manera de los hombres. Quienes al presente desconfían de la gracia divina y no quieren convertirse a Dios alejándose de las malas costumbres para ser justificados por El, y así comiencen, borrados todos sus pecados por el perdón de Dios, a vivir justamente en Aquel que jamás vivió injustamente, tienen grabado en sí mismos el pensamiento pernicioso de que Dios no se preocupa de las cosas humanas, y, por tanto, dicen que el Creador y gobernador de este inundo no puede pensar cómo viva cada uno de los mortales en la tierra. Así el hombre, que fue hecho por Dios, no cree que Dios se preocupa de él. A este hombre, si podemos hablarle, si nos atiende primero y después nos da cabida en su corazón, si no nos rechaza al buscarle, prefiriendo ser encontrado estando perdido, podríamos decirle: "¡Oh hombre!, ¿cómo no te ha de tener Dios en cuenta después de creado, siendo así que se preocupó antes de ti para hacerte? ¿Por qué piensas que no has de ser contado en el gobierno de las cosas creadas? No creas al seductor; tus cabellos están contados por el Creador" (Mt 10,30). Esto dijo el Señor a sus discípulos en el Evangelio para que no temiesen la muerte ni creyesen que con la muerte había de perecer algo suyo. Ellos temían sobremanera por la muerte del alma, pero Él les aseguró también los cabellos. Por tanto, ¿perecerá el alma de aquel que no perece el cabello? Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble lo que Dios prometía, que los hombres habían de igualarse a los ángeles de Dios, partiendo de esta mortalidad, corrupción, bajeza, debilidad, polvo y ceniza, no sólo hizo escritura a los hombres para que creyesen, sino que también puso un mediador de su fe; y no a cualquier príncipe o a un ángel o arcángel, sino a su único Hijo, para que por medio de Él nos mostrase y ofreciese el camino por el que nos había de conducir al fin que nos prometió. Poco hubiera sido para Dios haber hecho a su Hijo manifestador del camino: por eso le hizo camino, para que anduviésemos mediante Él, dirigiéndonos y caminando por Él.
 Nos prometió que hemos de llegar a Él, es decir, a conseguir la inefable inmortalidad, y a ser iguales
a los ángeles. ¡Qué lejos estábamos! ¡Qué arriba Él y qué abajo nosotros! ¡En qué sublimidad estaba Él y en qué abismo yacíamos nosotros! Nos hallábamos enfermos y sin esperanza de salud; fue enviado el médico, y el enfermo no le conoció, ya que, si le hubiera conocido, jamás habría crucificado al rey de la gloria (1Co 2,8). Es más, el hecho de matar el enfermo al médico sirvió de medicamento al enfermo El médico vino a visitarle y se dejó matar para sanarle. Se dio a conocer a los creyentes Dios y hombre; Dios por el cual fuimos hechos y hombre por el cual fuimos restaurados. En Él aparecía una cosa y se ocultaba otra. Lo que se ocultaba era muchísimo más excelente que lo que aparecía; pero lo que era más excelente era invisible. El enfermo era curado por lo visible para que después se hiciese capaz de ver lo que se difería ocultándose, pero no se quitaba negándose. Por tanto, debió ser anunciado el unigénito Hijo de Dios que había de venir a los hombres y tomar al hombre, y ser, por lo que tomó, hombre que moriría, resucitaría, subiría al cielo, se sentaría a la derecha del Padre y cumpliría entre las gentes lo que prometió, y, después del cumplimento de sus promesas entre las gentes, también cumpliría la promesa de su segunda venida para exigir lo que dio, discernir los vasos de la ira de los vasos de misericordia y dar a los impíos lo que les prometió. Todo esto debió de ser profetizado, debió de ser anunciado, debió de ser recomendado como venidero para que no horrorizase viniendo de repente, sino que se esperase creído. En virtud de estas promesas se presenta este salmo profetizando sin ambages y claramente a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de suerte que de ningún modo podemos dudar que se anuncia en este salmo a Cristo. Ya somos cristianos y creemos al Evangelio. En este salmo se anuncia a Cristo; porque, cuando nuestro Señor y Salvador Jesucristo preguntó a los judíos de quién decían que era Hijo Cristo, habiéndole respondido: De David, a seguida replica a los que le respondieron y dice: Luego ¿cómo David en espíritu le llama Señor, diciendo: "Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha hasta que ponga a tus enemigos bajo tus pies?" Luego, si en espíritu le llama Señor, ¿cómo es su hijo? (Mt 22,42.45) Este salmo comienza por este versillo.
Comentario al Salmo 109,1-3

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