lunes, 30 de noviembre de 2015

// //

De la mano de San Agustín (21) Dios escogió a los pecadores e ignorantes - 2-

 Traed a la memoria, pues, a este pescador santo, justo, bueno, lleno de Cristo, en cuyas redes, echadas por todo el mundo, había de ser pescado este pueblo. Traed a la memoria que dijo: Tenemos una palabra más segura, la de los profetas  (2P 1,19). Concédeme, pues, que en aquella controversia el juez sea el profeta. ¿Qué traíamos entre manos? Tú decías: «Tengo que entender para creer». Yo, en cambio, decía: «Cree para entender». Surgió la controversia; vengamos al juez, juzgue el profeta; mejor, juzgue Dios por medio del profeta. Callemos ambos. Ya se ha oído lo que decimos uno y otro. «Tengo que entender -dices- para creer». «Cree -digo yo- para entender». Responde el profeta: Si no creéis, no entenderéis  (Is 7,9).

¿Pensáis, amadísimos, que dice cosa de poca monta quien afirma: «tengo que entender para creer?» Pues ¿qué trato de hacer sino que crean, no los incrédulos, sino quienes aún tienen poca fe? En efecto, si no creyeran en absoluto, no estarían aquí. La fe los ha traído a escuchar; la fe los hizo presentes a la palabra de Dios, pero es menester regar, nutrir y robustecer esa fe que ha comenzado a germinar. A eso dirijo mi esfuerzo. Yo -dijo- planté, Apolo regó, pero Dios dio el crecimiento. Así, pues, ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que da el crecimiento (1Co 3,6-7). Yo puedo plantar y regar cuando hablo, cuando exhorto, cuando enseño o sugiero, pero no dar el crecimiento. Lo sabía muy bien aquel con quien hablaba el Señor. Su fe comenzaba a germinar, era aún tierna, débil, vacilante en gran parte, si bien no del todo nula, en ayuda de la cual oraba a aquel al que decía: Creo, Señor (Mc 9,24).

 Ahora, cuando se os leía el Evangelio, oísteis: Si te es posible creer -dice el Señor Jesús al padre del niño-, si te es posible creer, todo es posible para quien cree  (Mc 9,23). Él, mirándose a sí mismo y puesto frente a frente consigo mismo, sin confiar temerariamente, sino examinando antes su conciencia, observó en sí mismo algo de fe, pero vio también la duda. Vio una y otra cosa. Confesó tener una y pidió ayuda para la otra: Creo, Señor (Mc 9,24) -dijo-. ¿Qué se seguía sino: «Ayuda mi fe»? No fue eso lo que dijo. «Creo, Señor. Veo aquí algo, de ahí que no miento; creo, digo la verdad. Pero veo también no sé qué cosa que me desagrada. Quiero tenerme de pie, mas vacilo aún. En pie estoy hablando, no he caído, pues creo. Sin embargo, todavía vacilo: Ayuda mi incredulidad  (Mc 9,24)». Por tanto, amadísimos, aquel a quien me opuse, dando origen a una controversia que me llevó a pedir un profeta como juez, no profiere palabras vacías de significado cuando dice: «Tengo que entender para creer». Pues ciertamente lo que ahora mismo estoy hablando lo hablo para que crean los que aún no creen. Y, sin embargo, si no entienden lo que hablo, no pueden creer. Por lo tanto, en cierto modo es verdad lo que él dice: «Tengo que entender para creer»; también lo es lo que digo yo con el profeta: «Más bien, cree para entender». Ambos decimos verdad: pongámonos de acuerdo. En consecuencia, entiende para creer, cree para entender. En pocas palabras os voy a decir cómo hemos de entender lo uno y lo otro sin problema alguno. Entiende mi palabra para creer; cree la palabra de Dios para entenderla.
Sermón 43, 6-7








0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario