domingo, 27 de diciembre de 2015

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FIESTA de la SAGRADA FAMILIA

   Casi terminando el año y, mientras se multiplican los balances a todos los niveles y analizan comparativamente los hechos, la providencia -¿creemos en ella?-, nos ofrece el proyecto más entrañable y necesario para nuestras personas, para nuestra sociedad y para el mundo entero: la Sagrada Familia.

    El hecho mismo de su denominación tiene su ilusión y, también, una duda: ¿es posible en el mundo de hoy? Si colocamos delante de nosotros el recuerdo de la Sagrada Familia es necesaria siempre que tal denominación esté siempre en mayúscula y que su fondo, como todo lo de Dios, sea lo más sencillo y humilde pero totalmente verdadero y que pueda presentarse y admirar en toda la historia: los pastores fueron corriendo y encontraron a Marías y a José y al niño acostado en el pesebre (Lucas 2, 16). Una escena tan sencilla y, por otro lado, tan llena de misterio, ya que la Encarnación se adentra de tal manera en la historia humana que desde ese momento podemos decir: “Dios, Padre nuestro, que has propuesto la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo a los ojos de tu pueblo” (Oración colecta).

    En líneas generales es una historia para dentro: el amor de la Sagrada Familia es reflejo del amor de Dios. Tal vez y, por eso mismo, se nos hace más apremiante celebrar esta fiesta; más aún, necesitamos su actualización porque cada uno de los seres humanos es realidad desde la familia y, por ello mismo, ojalá, sintamos mucho su urgencia en el mundo de hoy. Desgraciadamente y, tal como está situada la situada en el mundo la realidad de la familia, todos necesitamos luz y amor para regenerar la base y la expresión para guardar su identidad y su necesidad.

    Lo sugerente no es solo hablar hoy de la familia sino del misterio de la Sagrada Familia en la que se desarrolló el Hijo del Hombre, el Dios que aparece en el mundo y vivió entre los hombres como iluminación necesaria para motivar la verdadera esperanza y para recrear una cultura familiar sugestiva en sí misma y capaz de marcar un camino en el que tantas personas han sido, y lo soy y mañana también, felices a lo largo de la historia.

    La fiesta que celebramos hoy no puede separarse del misterio de la Navidad: La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. María y José no contemplaron el misterio solo en Belén: antes, por creerlo y aceptarlo, supieron situarse en su corazón dando el sí al misterio y esperando su venida como presencia del Salvador de los hombres. Así comienza la Sagrada Familia y así lo debemos creer. Ahí se desarrolla la instancia en que Dios sale al encuentro del hombre y éste, nosotros, como creyentes, aprende en el silencio (ambiente esencial en Nazaret)     que el “ahora” ha llegado, está presente, se encarna, admite en su compañía a quien se aventura a seguir sus pasos.

    Nazaret tiene providencialmente un sentido de novedad total desde el horizonte de una vida decididamente mística y que apunta claramente a la trascendencia: el Hijo de Dios hecho hombre y junto a María y José, instrumentos elegidos por Dios, es la llamada a la expresión fiel de vida interior y donde las actividades que son connaturales a la persona humana expresan un tono de misterio. Por ello., Nazaret llama y de una manera propia a los hijos de Dios a descubrir siempre de nuevo el contenido oculto del misterio y que de ahí surja una entrega permanentemente en la fidelidad, en la esperanza creyente, en el amor según la medida en que Dios se abre y se manifieste a sí mismo.

    La Sagrada Familia es la expresión de un Dios que se define en dos palabras: ternura y fidelidad, misericordia y compromiso, amor y verdad. Amor que apunta al ser mismo de Dios, verdad como actuación en la historia de los hombres. 

    ¿Somos capaces de imaginar el misterio de Nazaret? Son tres rostros del Señor en su misericordia y en su alegría y nunca mejor que en este día suscitar en nuestro interior una imagen verdadera de Nazaret en la que coloquemos a Jesús, María y José en la mesa familiar a la cual todos tenemos invitación.

    Una vida como la nuestra, tan propensa a las prisas y al poco compartir de la realidad personal y familiar, necesita desde la fe, sacar a relucir la misericordia de Dios que es fuente de libertad, de alegría y de fiesta. Sólo así damos cabida y expresión a la verdadera paternidad-maternidad (Dios es Padre y Madre) y a la filiación que construye la fraternidad (lo que hace el Hijo de Dios con nosotros).

    Es posible la esperanza en un ámbito que, desde Dios puede ser la ilusión el compartir en familia. En la casa de Nazaret parece realidad la cercanía entrañable de los corazones, algo así como diálogo permanente de mirada y de contemplación. Es la presencia del Dios Amor y todo se desarrolla desde el amor. 

    La Sagrada Familia es la expresión viva del Dios que está con nosotros, Él nos rescata del borde de la nada, del agotamiento que nos produce la falta del diálogo mutuo y nos concede la ilusión de un nuevo futuro y nos confía una nueva misión: la de aventurarnos en la creación de nuevos caminos: el diálogo, la escucha mutua, la confianza, un rostro limpio y una sonrisa en el encuentro con los demás… Un AÑO NUEVO en el AMOR y en la MISERICORDIA.
P. Imanol Larrínaga, oar.

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