lunes, 29 de febrero de 2016

// //

De la mano de San Agustín (20): El pueblo judío lo conoció y lo crucificó; el orbe de la tierra oyó y creyó

 Se hallaba el Señor recostado a la mesa en casa de un fariseo orgulloso (Cf Lc 7,36). Como acabo de decir, se hallaba en su casa, no en su corazón. En cambio, aunque no entró en casa del centurión, poseyó su corazón. Zaqueo, a su vez, recibió al Señor en su casa y en su alma (Cf Lc 19,6). Se alaba la fe del centurión, acompañada de humildad, pues dijo: No soy digno de que entres bajo mi techo (Mt 8,8). Y el Señor: En verdad os digo que no he hallado fe tan grande en Israel (Mt 8,10); en Israel según la carne, pues este era ya israelita en el espíritu (Cf Jn 1,47). El Señor había venido al Israel carnal, es decir, a los judíos, a buscar en primer lugar las ovejas allí perdidas (Cf Mt 15,24), o sea, el pueblo en el que y del que había tomado carne. No he hallado allí fe tan grande, dice el Señor. Podemos nosotros medir la fe de los hombres, pero en cuanto hombres; él que veía el interior, él a quien nadie engañaba, dio testimonio sobre el corazón de aquel hombre al escuchar las palabras de humildad y pronunciar la sentencia sanadora.

Mas ¿cómo percibió el Señor esa fe tan grande? También yo —dice— que soy un hombre bajo autoridad, tengo soldados a mis órdenes y digo a este: «Ve», y va; y a otro: «Ven», y viene; y a mi siervo: «Haz esto», y lo hace (Mt 8, 9; Lc 7,8). Soy autoridad para quienes están bajo mi mando y estoy bajo otra autoridad que está por encima de mí. «Si, pues, yo —dice— hombre bajo autoridad, tengo poder para mandar, ¿qué no podrás tú, a quien sirven todos los que tienen poder?» Era un gentil, pues era un centurión. El pueblo judío estaba ya bajo el poder militar del imperio romano. Allí servía él como soldado, en cuanto era posible a un centurión: sometido a una autoridad y teniendo él mismo autoridad: súbdito que obedece y súbdito que gobierna. El Señor, por el contrario, —esto es necesario que lo advierta perfectamente Vuestra Caridad—, aunque formaba parte del pueblo judío, anunciaba ya la futura Iglesia, presente en todo el orbe de la tierra, a la que había de enviar a sus apóstoles. Los gentiles no lo vieron y creyeron en él; los judíos lo vieron y le dieron muerte. Igual que el Señor no entró físicamente en casa del centurión y, no obstante, ausente en el cuerpo pero presente por su majestad, sanó su fe y su casa, de idéntica manera el mismo Señor solo estuvo corporalmente en el pueblo judío; en los otros pueblos ni nació de una virgen, ni sufrió la pasión, ni caminó, ni soportó las debilidades humanas, ni hizo los prodigios propios de Dios. Ninguna de estas cosas realizó en los restantes pueblos, y, sin embargo, se cumplió lo que respecto a él se había dicho: Un pueblo al que no he conocido me ha servido. ¿Cómo, si faltó el conocimiento? Cuando oyó, me obedeció (Sal 17,45). El pueblo judío lo conoció y lo crucificó; el orbe de la tierra oyó y creyó.

Sermón 83, 3-4

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario