viernes, 22 de abril de 2016

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De la mano de San Agustín (16): Alegría por la conversión de los pecadores

 ¡Dios bueno!, ¿qué es lo que pasa en el hombre para que se alegre más de la salud de un alma desahuciada y salvada del mayor peligro que si siempre hubiera ofrecido esperanzas o no hubiera sido tanto el peligro? También tú, Padre misericordioso, te gozas más de un penitente que de noventa y nueve justos que no tienen necesidad de penitencia (Lc 15,4); y nosotros oímos con grande alegría el relato de la oveja descarriada, que es devuelta al redil en los alegres hombros del Buen Pastor, y el de la dracma, que es repuesta en tus tesoros después de los parabienes de las vecinas a la mujer que la halló. Y lágrimas arranca de nuestros ojos el júbilo de la solemnidad de tu casa cuando se lee en ella de tu hijo menor que era muerto y revivió, había perecido y fue hallado (Lc 15,32).

Y es que tú te gozas en nosotros y en tus ángeles, santos por la santa caridad, pues tú eres siempre el mismo, por conocer del mismo modo y siempre las cosas que no son siempre ni del mismo modo.

Pero ¿qué ocurre en el alma para que ésta se alegre más con las cosas encontradas o recobradas, y que ella estima, que si siempre las hubiera tenido consigo? Porque esto mismo testifican las demás cosas y llenas están todas ellas de testimonios que claman: «Así es». Triunfa victorioso el emperador, y no venciera si no peleara; y cuanto mayor fue el peligro de la batalla, tanto mayor es el gozo del triunfo.

Surge una tempestad a los navegantes y amenaza tragarlos, y todos palidecen ante la muerte que les espera; se sosiegan el cielo y la mar, y se alegran sobremanera, porque otro tanto temieron. Enferma una persona amiga y su pulso anuncia algo fatal, y todos los que la quieren sana enferman con ella en el alma; sale del peligro, y aunque todavía no camine con las fuerzas de antes, hay, ya tal alegría entre ellos como no la hubo antes, cuando andaba sana y fuerte.

Aun los mismos deleites de la vida humana, ¿no los sacan los hombres de ciertas molestias, no impensadas y contra voluntad, sino buscadas y queridas? Ni en la comida ni en la bebida hay placer si no precede la molestia del hambre y de la sed. Y los mismos bebedores de vino, ¿no suelen comer antes alguna cosa salada que les cause cierto ardor molesto, el cual, al ser apagado con la bebida, produce deleite? Y cosa tradicional es entre nosotros que las desposadas no sean entregadas inmediatamente a sus esposos, para que, como marido, no tenga por cosa vil a la que se le da, sin haberla suspirado largo tiempo como novio.

Y esto mismo acontece con el deleite torpe y execrable, esto con el lícito y permitido, esto con la sincerísima honestidad de la amistad, y esto lo que sucedió con aquel que era muerto y revivió, se había perdido y fue hallado (Lc 15,32) siendo siempre la mayor alegría precedida de mayor pena.

¿Qué es esto, Señor, Dios mío? ¿En qué consiste que, siendo tú gozo eterno de ti mismo y gozando siempre de ti algunas criaturas que se hallan junto a ti, se halle esta parte inferior del mundo sujeta a alternativas de adelantos y retrocesos, de uniones y separaciones? ¿Es acaso éste su modo de ser y lo único que le concediste cuando desde lo más alto de los cielos hasta lo más profundo de la tierra, desde el principio de los tiempos hasta el fin de los siglos, desde el ángel hasta el gusanillo y desde el primer movimiento hasta el postrero, ordenaste todos los géneros de bienes y todas tus obras justas, cada una en su propio lugar y tiempo?

¡Ay de mí! ¡Cuán sublime eres en las alturas y cuán profundo en los abismos! Nunca te alejes de nosotros y, sin embargo, apenas si logramos volvernos a ti.
Las Confesiones VIII, 3, 6-8

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