sábado, 2 de abril de 2016

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De la mano de San Agustín (2): Exhortación a dar testimonio de la Verdad (Hch 4,19-20)

Cuando los bienaventurados apóstoles comenzaron a hacer prodigios y curaciones en el nombre de Cristo, los judíos, llenos de cólera, les prohibieron hablar en el nombre de quien los había elegido y les había concedido ser como eran. Pero ellos les respondieron: Juzgad vosotros si es justo ante Dios obedeceros a vosotros antes que a él; no podemos callar lo que hemos visto y oído (Hch 4,19-20). Se declararon testigos de Cristo; a los que en nuestra lengua llamamos testigos, en griego se les denomina mártires. Así pues, al decir: No podemos callar lo que hemos visto y oído, desatendieron la prohibición de unos hombres para obtener la bendición de Dios. Ellos vieron y oyeron; y nosotros, ¿qué? También nosotros debemos predicar. Pero nada hemos visto. Prediquemos, por tanto, lo que hemos oído, puesto que dice el Apóstol: La fe viene por la escucha, y la escucha por la palabra de Cristo (Rm 10,17). A Cristo el Señor lo vieron en la carne los habitantes de Judea, pero no los gentiles; y, sin embargo, los que no lo vieron, oyeron y creyeron, mientras que quienes lo vieron lo despreciaron y le dieron muerte. Nosotros, pues, estábamos destinados a oír, no a ver; la visión es algo que nos está reservado, de modo que al fin del mundo veremos lo que ahora creemos. El mismo Señor nos veía de antemano a nosotros cuando decía por el profeta: El pueblo que no conocí me sirvió. Aquel al que conocí me opuso resistencia; aquel al que no conocí me sirvió (Sal 17,45). ¿A qué se debe que te sirviera el pueblo que no conociste, es decir, al que no mostraste la presencia de tu carne, a cuyos ojos no presentaste tus cicatrices después de la resurrección? ¿A qué se debe el que te sirviera? Sigue leyendo y escucharás: Me obedeció con la obediencia de la escucha (Sal 17,45).

Decid también vosotros: «No podemos callar lo que oímos y no anunciar a Cristo, el Señor». Que cada cual lo anuncie donde pueda, y será un mártir. Se da a veces que un hombre no sufre persecución pero teme verse avergonzado. Le acontece, por ejemplo, hallarse en un banquete con paganos, y se avergüenza de proclamarse cristiano. Si tanto teme a su compañero de mesa, ¿cómo podrá despreciar al perseguidor? Anunciad a Cristo donde podáis, a quien podáis y cuando podáis. Se os pide la fe, no la elocuencia; hable en vosotros la fe, y será Cristo quien hable. Pues, si tenéis fe, Cristo habita en vosotros. Habéis escuchado el salmo: Creí, y por eso hablé (Sal 115,10). No pudo creer y quedarse callado. Es ingrato para con quien le llena a él el que no da; todos deben dar de aquello de lo que han sido llenados. En él nace una fuente tal que conoce el manar, pero no el secarse: Se originará en él una fuente de agua que salta hasta la vida eterna (Jn 4,14). Le anunciáis con seguridad, porque de la fuente de la verdad no mana la mentira; lo que tenéis en la lengua lo habéis recibido. Si quisierais decir algo personal vuestro, seríais mentirosos. Lo dice el mismo salmo: Yo dije en mi arrobamiento: Todo hombre es mentiroso. ¿Qué significa que Todo hombre es mentiroso? (Sal 115,11) Todo Adán es mentiroso. Despójate de Adán y revístete de Cristo, y dejarás de ser mentiroso. Baste a vuestra caridad lo dicho, puesto que aún hay mucho que hacer.
Sermón 260E

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