domingo, 24 de abril de 2016

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V Domingo de Pascua (C) Reflexión


(Hechos 14,21b-27;  Ap 21,1-5a;  Jn 13, 31-33a, 34-35)

El Libro de los Hechos, que leemos en tiempo de Pascua, nos va describiendo la tarea de la evangelización de los apóstoles y la vida de las primeras comunidades cristianas. La segunda parte de libro nos presenta los viajes misioneros de San Pablo. Convertido a Cristo, de quien era perseguidor, apóstol infatigable, viajero por muchos países de entonces, sometido a muchas clases de pruebas: cárceles, naufragios, persecución, etc. Nada le arredraba. Nada le detenía. 

Lo mismo que Jesús, se rodeó de discípulos y compañeros de fatigas apostólicas. Hoy es Bernabé. Predicaban el evangelio en cada ciudad, formaban comunidades cristianas, y seguían evangelizando por otros lugares. Pablo mantenía una relación epistolar con las comunidades que habían ido formando. Conocemos algunas de sus cartas.

¿Por qué se convertían a la fe cristiana muchos judíos y paganos? El domingo pasado nos decía este mismo Libro que los gentiles, los paganos, acogían con gozo la Palabra del Señor que predicaban los apóstoles.  Es que descubrían su riqueza y la novedad que encerraba. 

Su conversión significaba para ellos vivir una vida nueva, otra manera de ser, otra manera de pensar y sentir. Con los mismos problemas y las mismas realidades, pero con otro espíritu. Es el cielo nuevo y la tierra nueva de que nos habla el Libro del Apocalipsis. 

Sabían que Dios había plantado su tienda con ellos. Sentían su presencia y experimentaban su amor. Para ellos, el primer mundo, en expresión de este párrafo del Apocalipsis, ya había pasado. Habían nacido por el bautismo y la fe a una vida nueva.

En adelante el motor de su vida, el mandamiento nuevo y único, sería el amor. El amor de Cristo comunicado y vivido por todos ellos. “Mirad cómo se aman los cristianos”, decían los que no lo eran.
Su vida venía a ser un eco de las palabras de Jesús que hemos oído en el evangelio: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. Al principio era así, aunque con fallos y errores, porque la fe en Jesús era firme y fuerte. Una fe a toda prueba.. Y ¡bien que fueron probados! Perseguidos, primero por los judíos; después por el imperio romano. Muchos de ellos sufrieron tormentos, torturas y muerte por ser cristianos. Pero se cumplía la Palabra del Apocalipsis: Dios estará con ellos. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Entraban a poseer el cielo nuevo, una vida para siempre. Vivían una vida nueva desde que habían acogido a Cristo y se habían convertido a él.

También para nosotros son las palabras de Jesús: Amaos los unos a los otros. ¿Cómo las acogemos? Y lo que es más importante, ¿cómo las vivimos o las cumplimos. ¿No es verdad que hay en nosotros, al menos en ocasiones, algo o mucho de rencor, antipatía, rechazo, críticas, momentos de violencia, etc.?  ¿O falta de perdón, o de un servicio a alguien que lo necesita, o se niega la palabra por la causa que sea? Y mil actitudes más que indican una falta total de amor al hermano. 

El que ama, no de cualquier manera, sino como nos ama Cristo, perdona siempre, acoge y sirve, ayuda, defiende y comparte, mira el interés del otro antes que el propio, está atento a sus necesidades…

¡Qué distinto sería el mundo, y la familia, y la parroquia, y la relación personal con los otros, si amáramos de esta manera! ¿Que es difícil? Claro que sí. Pero, si nos lo manda el Señor, será posible. Con su ayuda, claro. 

Amarnos de esta manera será nuestra señal de identidad, nuestro distintivo como cristianos. Nos lo dice hoy el Señor: En esto conocerán que sois discípulos míos… Al atardecer de la vida nos examinarán del amor. ¡Qué ventaja sería para el estudiante si conociera de antemano los temas o puntos del examen de final de curso! Pues nosotros sabemos el tema de nuestro examen final: será el amor. Porque es el único mandamiento, el nuevo y definitivo.

La Eucaristía es la celebración del amor entregado de Jesús hasta la muerte. Resucitaremos con él si amamos como él nos amó.
P. Teodoro Baztán Basterra

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