domingo, 3 de julio de 2016

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XIV Domingo del Tiempo Ordinario (C) Reflexión

Insiste Jesús una vez más en el tema de la vocación: vocación a seguirle y a evangelizar. Primero llama a los doce, uno por uno, para estar con él y ser enviados. Ahora llama y envía a setenta y dos discípulos, para que veamos que la vocación no es cosa de unos pocos, sino que está dirigida a todos. Eso es lo que indica el número setenta y dos.
Es necesario que haya hombres y mujeres, seglares o no, que siendo discípulos de Cristo por su condición de bautizados, trabajen por la causa del evangelio, por la causa de Jesús. 

Restringir el encargo de anunciar el evangelio sólo a sacerdotes, religiosos y misioneros sería empobrecer el texto del evangelio e iría en contra de la voluntad de Cristo.

Nadie se puede inhibir de esta misión. Cada cual verá cómo realiza esta tarea que el mismo Señor le encomienda: como misionero o como madre de familia, como joven universitario o como sacerdote, como trabajador en una empresa o de modo más personal. Todos, si exclusión. 

Iglesia somos todos. En ella, como en una familia, habrá responsabilidades diferentes, pero cada cual tiene la suya. La Iglesia sería otra si todos los cristianos asumieran y ejercieran como propio el deber de se ser testigos de Jesús y continuadores de su obra.

La mies es abundante, dice el Señor. Lo era entonces y lo sigue siendo ahora. Y añade: Y los trabajadores pocos. Vivimos en una sociedad que ha encontrado otros dioses que la acaparan y esclavizan: el bienestar personal por encima de todo, el dios dinero, el placer por sí mismo al margen de toda moralidad, la libertad sin cortapisas…

El Dios vivo, el Dios cristiano, el Dios de la vida verdadera y fuente de todo amor, no tiene cabida. Estorba. Jesús es un ser cada día más desconocido. El evangelio un librito como cualquier otro. La indiferencia religiosa avanza, la fe se olvida o se abandona. 

Este es el campo en el que tenemos que trabajar por encargo del Señor. Pero los obreros son pocos. Son pocos los catequistas y misioneros, los sacerdotes y seglares que se comprometen a decir que sí y ser enviados a trabajar por el evangelio.

Porque no es fácil asumir este compromiso y ejercerlo, Jesús nos dice: Rogad al dueño de la mies que envíe trabajadores a su campo. La comunidad cristiana tiene el deber de orar y pedir al Señor por las vocaciones sacerdotales, religiosas y laicas. 

Es necesario que muchos jóvenes sean capaces ponerse a la escucha de la posible llamada del Señor a ser enviados, decir que sí a esa llamada y entregarse a la tarea de la evangelización. Como los doce apóstoles, como los setenta y dos discípulos. Dios llama igual que siempre. Pero no encuentra eco o acogida su llamada. ¿Por qué? Cada cual verá.

La misión no será nada fácil. Jesús es claro en sus planteamientos y no oculta la dificultad que entraña el trabajo de la evangelización: Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. Entonces como ahora, o ahora como entonces, el entorno o la sociedad es hostil a la tarea evangelizadora. Lo fue para el mismo Jesús. Lo fue también para los apóstoles y las primeras comunidades cristianas. Y lo es hoy por el laicismo imperante, por el rechazo a los principios morales que defiende la Iglesia, por la negación de todo o trascendente...

Pero los setenta y dos aceptaron el reto y fueron. Fueron y prepararon con su palabra el camino de Jesús, fueron sus precursores, y expulsaron demonios; es decir, trabajaron por la liberación del mal en muchos. Y volvieron muy contentos.

Sus nombres quedaron inscritos en el cielo. Quien evangeliza con su vida y su palabra recibe como don la salvación definitiva, que eso significa tener su nombre inscrito en el cielo. Mucho más si, además, se alimenta frecuentemente de la Eucaristía, fuente de vida y salvación.
P. Teodoro Baztán Basterra.

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