lunes, 1 de agosto de 2016

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De la mano de San Agustín (11): Exhortación a la calma ante el escándalo.


Agustín saluda en el Señor a los hermanos amadísimos, al clero, a las autoridades y a todo el pueblo de la Iglesia de Hiponaa la que sirvo en el amor de Cristo.

He oído que algunos de vosotros han mostrado mayor pesadumbre ahora que cuando cayeron aquellos dos diáconos venidos de los donatistas, después de rebelarse contra la disciplina de Proculeyano. En aquella ocasión os jactabais de mí, porque, en conformidad con nuestra disciplina, nada semejante se daba entre nuestros clérigos. Os confieso que los que así hablasteis no lo hicisteis bien. He ahí cómo el Señor os dio una lección: Para que el que se gloríe, se gloríe en el Señor (1Co 1,31; 2Co 10,17). No echéis en cara a los herejes sino que no son católicos. No seáis semejantes a ellos; ellos nada tienen que defender en esa su causa del cisma, y así se dedican a recoger pecados personales y luego a pregonar falsamente que tales pecados son muy numerosos. No pueden desautorizar ni oscurecer la misma verdad de la divina Escritura, en la que se recomienda la Iglesia católica universal, y así tratan de hacer odiosos a los hombres que la predican. Porque nada cuesta fingir todos los pecados personales que se quiera. Mas vosotros habéis conocido a Cristo de otro modo, si es que le habéis oído, y en El os habéis instruido (Ef 4,20-21). Cristo dejó asegurados también a sus fieles contra los malos ministros, que obran el mal de ellos, pero hablan el bien de Cristo, cuando dijo: Haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen, porque dicen y no hacen (Mt 23,3). Orad por mí, no sea que, predicando a los otros, yo sea réprobo (1Co 9,27); y cuando os gloriéis, no os gloriéis en mí, sino en el Señor. Por muy vigilante que sea la disciplina de mi casa, hombre soy y entre hombres vivo. No osaré jactarme de que mi casa sea mejor que el arca de Noé, en la que se encontró un réprobo entre solas ocho personas (Gn 7,13; 9,22-27); o mejor que la casa de Abrahán, en la que se dijo: Arroja a la esclava y a su hijo (Gn 21,10); o mejor que la casa de Isaac, de la que se dijo por solos dos mellizos: A Jacob amé; a Esaú, en cambio, cobré odio (Ml 1,2); o mejor que la casa del mismo Jacob, en la que un hijo deshonró el lecho de su padre (Gn 49,4); o mejor que la casa de David, en la que un hijo yació con una hermana y otro se rebeló contra la santa mansedumbre de su padre (2R 13,14; 15,12); o mejor que la compañía del apóstol Pablo, quien, si hubiese habitado entre solos buenos, no hubiese dicho lo que antes cité: Fuera luchas, dentro temores (2Co 7,5), ni hubiese dicho al tratar de la santidad y fe de Timoteo: A nadie tengo que se preocupe generosamente por vosotros. Todos buscan sus cosas, no las de Jesucristo (Flp 2,20-21); o mejor que la compañía del mismo Cristo, en la que once buenos toleraron al pérfido y ladrón Judas; o, finalmente, mejor que el cielo, de donde cayeron los ángeles.

Os confieso ingenuamente delante de Dios, que es testigo de mi sinceridad desde que empecé a servir a Dios: difícilmente hallé personas mejores que las que adelantan en el monasterio, pero no las he encontrado peores que las que en el monasterio cayeron, hasta el punto de que pienso que a esto se refiere lo que está escrito en el Apocalipsis: El justo justifíquese más, y el corrompido corrómpase más aún (Ap 22,11).

He ahí por qué me entristezco por lo que queda por enmendar, pero me consuelo por las numerosas bellezas que me rodean. Por la amurca, que ofende vuestras miradas, no vayáis a detestar el lagar, que llena las bodegas divinas con el aceite más refinado. La misericordia de Dios nuestro Señor os guarde contra las asechanzas del enemigo, amadísimos hermanos.
Ca  78, 8-9

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