domingo, 11 de diciembre de 2016

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Tercer Domingo de Adviento (A) Reflexión

El tiempo de adviento es un caminar hacia el encuentro del Señor cuya venida celebraremos el día de Navidad. No es todavía Navidad, aunque veamos las calles iluminadas, montados ya los belenes, las tiendas llenas de regalos y los medios de comunicación nos hablen machaconamente de la Navidad. No les importa tanto la fiesta religiosa, cuanto lo que puedan vender para que “seamos más felices”, dicen ellos.

La Iglesia, la liturgia, la Palabra de Dios nos presentan otro panorama. Nos hablan de las maravillas que Dios obra en nosotros por medio del que “ha de venir” (1ª lectura), de la esperanza paciente que debemos tener estos días “hasta la venida del Señor” (2ª. Lectura) y de lo que hace Jesucristo en favor de los enfermos y los pobres.

No nos dejemos despistar estos días por el ambiente “de fuera” en todo lo que se refiere a los días navideños (“No te desparrames hacia afuera”, dirá san Agustín). No todo es malo, es verdad, pero lo importante es dejarse guiar por la Palabra del Señor que nos va llevando como de la mano al encuentro con el Señor en la Navidad. Debemos acostumbrarnos a mirarnos, más bien, por dentro, (“Entra dentro de ti mismo”, añade el santo) y preguntarnos cómo estamos viviendo estos días en lo que a la vida cristiana se refiere.

Porque el adviento es un tiempo litúrgico importante que no podemos desperdiciar. Viene a ser como el tiempo del embarazo de una madre que espera el nacimiento ya muy cercano de su hijo. Para ella, es tiempo de ilusión, de esperanza gozosa, de preparación de ella misma y de todo lo que haga falta para recibir al niño que espera. 

Todo esto lo vivió María. Todo esto, en lo que cabe, debemos vivirlo también nosotros. ¿A qué nos invita hoy la Palabra de Dios? A estar felices y contentos porque Él va a llegar. El profeta Isaías nos habla con palabras, que son un verdadero poema, de nuestro caminar esperanzado hacia el encuentro con Dios. Nuestra vida es como un desierto que va floreciendo al paso del Señor y alegra nuestro caminar. Debemos estar contentos porque veremos la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. 

Isaías nos pide que fortalezcamos nuestra fe, que seamos fuertes y no temamos, porque Dios va a obrar maravillas en nosotros. Será un día de gozo y alegría plena, no como la alegría navideña de mucha gente de estos días, pasajera y casi siempre vacía, por unas copas de más. El gozo del creyente, cuando es de verdad, es pleno y duradero.

También Santiago, en la segunda lectura, nos da unos consejos u orientaciones muy prácticas para estos días. Nos dice: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor”. Pero se trata de una paciencia esperanzadora. Como la paciencia del campesino que, después de haber cultivado debidamente la tierra, espera el fruto a su debido tiempo. “Manteneos firmes, añade Santiago, porque la venida del Señor está cerca”. 

En el evangelio, Juan Bautista envía a dos de sus discípulos a preguntar a Jesús: ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Nosotros ya sabemos la respuesta. Es Cristo, el esperado, el que había de venir. Pero, ¿qué les responde Jesús? No dice “Yo soy”, sino que se remite a las obras que hace. Lo que uno hace suele reflejar con más verdad lo que uno es, porque lo que uno dice se puede tomar a engaño; lo que uno hace refleja la personalidad de quien las hace.

“Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quena limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia”

A esto viene Jesús. No tanto a curarnos de nuestros males físicos, sino de algo mucho más grave, como es el pecado, o para algo mucho más importante, como es nuestra salvación. Porque no hay peor enfermedad que la del pecado, ni algo más importante y decisivo que ser salvados con una salvación total y para siempre. Este es el regalo que nos hace Jesús con su venida.

Estos días pensamos mucho en los regalos que tenemos que hacer a quienes queremos de verdad. Y está bien, con tal de que sean expresión de amor y no sólo para quedar bien o por cumplir. Pero a lo mejor olvidamos el regalo más importante y necesario ¿Hemos pensado en el regalo que podemos y debemos hacer a Jesús en el día de su nacimiento? No nos va a costar dinero. Sólo quiere de nosotros un corazón limpio para acogerlo y se quede allí, una fe a toda prueba y un amor a todos.

La Eucaristía que celebramos este domingo nos ayudará vivir estas realidades. Intensifiquemos también estos nuestra oración  y nuestra esperanza cristiana.

P. Teodoro Baztán Basterra

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