miércoles, 24 de mayo de 2017

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AL ESPÍRITU SANTO PERTENECE EL AMOR

Quien cree amar al Hijo y no ama al Padre, no ama verdaderamente al Hijo, sino lo que él se ha imaginado. Porque nadie, dice el Apóstol, puede pronunciar el nombre de Jesús si no es por el Espíritu Santo. ¿Y quién dice Señor Jesús del modo que dio a entender el Apóstol sino aquel que le ama? Muchos lo pronuncian con la lengua y lo arrojan del corazón y de sus obras, conforme de ellos dijo el Apóstol: Confiesan conocer a Dios, pero con sus hechos lo niegan. Luego, si con los hechos se niega, sin duda también con los hechos se habla. Nadie, pues, puede pronunciar con provecho el nombre del Señor Jesús con la mente, con la palabra, con la obra, con el corazón, con la boca, con los hechos, sino por el Espíritu Santo; y de este modo solamente lo puede decir el que ama. Y ya de este modo decían los apóstoles: Señor Jesús. Y si lo pronunciaban sin fingimiento, confesándolo con su voz, con su corazón y con sus hechos; es decir, si con verdad lo pronunciaban, era ciertamente porque amaban. Y ¿cómo podían amar sino por el Espíritu Santo? Con todo, a ellos se les manda amarle y guardar sus mandatos para recibir al Espíritu Santo, sin cuya presencia en sus almas no pudieran amar y observar los mandamientos.

No nos queda más que decir que el que ama tiene consigo al Espíritu Santo, y que teniéndole merece tenerle más abundantemente, y que teniéndole con mayor abundancia, es más intenso su amor. Ya los discípulos tenían consigo al Espíritu Santo, que el Señor prometía, sin el cual no podían llamarle Señor; pero no lo tenían aún con la plenitud que el Señor prometía. Lo tenían y no lo tenían, porque aún no lo tenían con la plenitud con que debían tenerlo. Lo tenían en pequeña cantidad, y había de serles dado con mayor abundancia. Lo tenían ocultamente, y debían recibirlo manifiestamente; porque es un don mayor del Espíritu Santo hacer que ellos se diesen cuenta de lo que tenían. De este don dice el Apóstol: Nosotros no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el Espíritu que procede de Dios, para conocer los dones que Dios nos ha dado. Y no una, sino dos veces les infundió el Señor manifiestamente al Espíritu Santo. Poco después de haber resucitado, dijo soplando sobre ellos: Recibid al Espíritu Santo. ¿Acaso por habérselo dado entonces no les envió después también al que les había prometido? ¿O no es el mismo Espíritu Santo el que entonces les insufló y el que después les envió desde el cielo? De aquí nace otra cuestión: por qué esta donación, que hizo manifiestamente, la hizo dos veces. Quizá en atención a los dos preceptos del amor: el amor de Dios y el amor del prójimo; y para que entendamos que al Espíritu Santo pertenece el amor, hizo esta doble manifestación de su donativo. Y si otra causa hubiera de buscarse, no por eso hemos de prolongar esta plática más de lo conveniente, con tal que tengamos bien presente que, sin el Espíritu Santo, nosotros no podemos amar a Cristo ni guardar sus mandamientos, y que tanto menos podremos hacerlo cuanto menos de Él tengamos, y que lo haremos con tanta mayor plenitud cuanto más de Él participemos. Por consiguiente, no sin motivo se promete no sólo al que no le tiene, sino también al que le tiene: al que no le tiene, para que le tenga, y al que ya le tiene, para que le tenga con mayor abundancia. Porque, si uno no pudiera tenerle más abundantemente que otro, no hubiera dicho Elíseo al santo profeta Elías: El Espíritu, que está en ti, hágase doble en mí.
 In. ev. Jn74, 1-2

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