domingo, 29 de octubre de 2017

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DOMINGO XXX del TIEMPO ORDINARIO - A- Reflexión

El domingo pasado veíamos cómo los herodianos querían tentar a Jesús con una pregunta capciosa. Hoy vemos cómo los fariseos se acercaron a Jesús para ponerlo a prueba. Querían que Jesús dijera públicamente cuál de los 613 mandamientos que todo judío estaba obligado a cumplir era el mandamiento principal de la Ley. Los fariseos discutían frecuentemente entre sí sobre este tema. La respuesta de Jesús, a primera vista, no es nada original. Les dice algo que todos los judíos observantes sabían de memoria: que había que amar a Dios sobre todas las cosas (Lv 6,5) y que había que amar al prójimo como a uno mismo (Dt 19, 18). 

Pero Jesús añade dos cosas muy importantes. La primera: el segundo mandamiento es semejante al primero. Segunda: estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas, es decir, resumen y sintetizan todos los demás mandamientos. No podemos decir, por tanto, que amamos a Dios si no amamos al prójimo. Y san Juan nos dirá que el mandamiento nuevo consiste en que amemos al prójimo, no sólo como a nosotros mismos, sino como Cristo nos amó.

“Amarás al prójimo como a ti mismo”. Añadiendo las palabras “como a ti mismo”, Jesús nos ha puesto delante un espejo al que no podemos mentir; nos ha dado una medida infalible para descubrir si amamos o no al prójimo. 

Sabemos muy bien, en cada circunstancia, qué significa amarnos a nosotros mismos y qué querríamos que los demás hicieran por nosotros. Jesús no dice, nótese bien: “Lo que el otro te haga, házselo tú a él”. Esto sería aún la ley del talión: “Ojo por ojo, diente por diente”. Dice: lo que tú quisieras que el otro te hiciera házselo tú a él (cf. Mt 7, 12), que es muy distinto. Pero el ejemplo más claro es Cristo: hasta dar la vida…

Las obras de caridad son un efecto del amor, no es aún el amor. 
Antes de la beneficencia viene la
benevolencia; antes que hacer el bien, viene el querer. Esta caridad del corazón o interior es la caridad que todos y siempre podemos ejercer, es universal.

Cuando esto sucede, todas las relaciones cambian. Caen, como por milagro, todos los motivos de prevención y hostilidad, recelo o antipatía, que nos impedían amar a cierta persona, y ésta empieza a parecernos por lo que es en realidad: un ser humano que sufre por sus debilidades y límites, como tú, como yo, como todos. Es como si la máscara que todos los hombres y las cosas llevan puesta en el rostro cayeran, y la persona nos apareciera como lo que es realmente, como hijo de Dios.

Si tu prójimo grita a mí, yo lo escucharé, porque yo soy compasivo, dice el Señor. El mandamiento del amor al prójimo no es un mandamiento teórico, sino un mandamiento muy concreto. Debo amar aquí y ahora a las personas que me necesitan. En el libro del Éxodo las personas más necesitadas, a las primeras que había que amar, eran las viudas y los huérfanos, los forasteros y los pobres. Cada uno de nosotros, en su contexto social en el que vive y se mueve, debe estar atento a las personas que más le necesitan. 

Aquí y ahora, tenemos muchos emigrantes pobres, bastantes pobres no emigrantes, muchas personas que se quedan sin trabajo, muchos ancianos medio abandonados, muchos niños sin posibilidad de una educación digna, muchos… A estas personas es a las primeras que debemos amar ayudándolas, porque son las que más ayuda y más amor necesitan. Nuestro Dios es compasivo y misericordioso. Seamos buenos hijos de nuestro Dios.

Abandonando los ídolos, os volvisteis a Dios. San Pablo se muestra orgulloso de los primeros cristianos de Tesalónica, porque, imitando su ejemplo, han sido capaces de convertirse, abandonando a los ídolos y volviéndose hacia Dios. La conversión siempre ha consistido y sigue consistiendo en lo mismo: abandonar a los ídolos, dejar de amarlos, y volvernos hacia Dios; en definitiva: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como Cristo nos amó.  

¿Cuáles son mis ídolos en este momento? ¿El dinero, el placer corporal, el afán de sobresalir, el vivir tranquila y cómodamente al margen de las necesidades de los demás, el poder político o social, el…? En la medida en que seamos capaces de abandonar nuestros ídolos y de volvernos a Dios, seremos capaces de cumplir el mandamiento principal del amor a Dios y al prójimo. Sólo entonces podremos decir con el salmo: yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza.

P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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