domingo, 15 de julio de 2018

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DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO- B- Reflexión

Los discípulos llevan un tiempo junto al Maestro, han visto su modo de actuar, los milagros, las curaciones, su vida, su amor a todos, particularmente  los más pobres; ahora deben continuar la tarea. Jesús quiere que vayan experimentando la tarea que después, una vez que el Señor haya vuelto al Padre, será permanente.

Los doce, enviados de dos en dos, serán testigos de Jesús, darán testimonio en favor de él en un momento en que los indicios de rechazo de Jesús empiezan a hacer su aparición con fuerza (cfr. Mc. 3,6; 6,1-6). La misión de los doce no es para enseñar, que es específico de Jesús, sino, para proclamar la conversión.

Jesús les indica el modo de hacer llegar el evangelio; les pide a sus discípulos que no lleven nada para el camino. Jesús quiere que la única fuerza del apóstol sea precisamente el mensaje que tiene que anunciar; para que el anuncio tenga mayor eficacia, el mensaje ha de ser hecho vida por el discípulo.
Y ¿qué nos dice todo esto a nosotros, cristianos del siglo XXI? Pues que el envío de Jesús es permanente. Estamos acostumbrados a ver que sólo los sacerdotes, religiosos o misioneros son los enviados por la Iglesia a evangelizar. No debe ser así. 

Todos los creyentes, por el mero hecho de estar bautizados y creer en Cristo, están llamados a continuar la tarea de Jesús el Señor. Cada cual verá cómo lo hace. Hay, por ejemplo, una tarea muy sencilla y muy importante, que es la educación cristiana de los hijos, para que sean creyentes de verdad. Y esto compete a la familia más que a la parroquia.
Y esta tarea se cumple de dos maneras: con el ejemplo y con la palabra. Son dos “enviados”, como en el evangelio: papá y mamá. Hay niños que llegan a la catequesis sin saber hacer la señal de la cruz, sin saber rezar el padrenuestro, sin haber pisado casi nunca, o muy poco, la iglesia. En estos casos ha fallado la misión de ir formando a los hijos en la fe. No han sido misioneros en su propia casa. Este es un deber ineludible.

Otra forma de cumplir con la tarea que el Señor nos encomienda a todos es viviendo nuestra fe con convicción y con gozo. Así como hay muchos que hacen alarde de su agnosticismo y de su falta de fe, faltan cristianos que tengan la suficiente valentía para manifestarse como tales. Al fin y al cabo, tener fe es una riqueza enorme (la mayor quizás, porque sin ella, todo lo demás no vale nada) que no podemos ocultar.

Mirad lo que dice el mismo Jesús: Brille así vuestra luz ante los hombres para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo (Mt 5, 16). Cuando alguien recibe o tiene una muy buena noticia, la comunica enseguida a otros: el nacimiento de un hijo o un nieto, la salud recuperada de una enfermedad muy grave, la próxima llegada de un pariente muy cercano que vive, durante muchos años, muy lejos.

No hay noticia más importante que Jesucristo. ¿Sabéis lo que significa la palabra evangelio? Nada menos que buena noticia. La mejor. Por lo tanto, si yo  me considero creyente de verdad, necesariamente dejaré que otros conozcan mi fe. Por decir lo menos. Porque no quiero ocultarla y porque de hecho la doy a conocer. 

Vivimos en un mundo, y quizás en un pueblo, en el que parece que avanza la increencia. Una pena. No saben lo que se pierden. Para ellos, la vida termina con la muerte. Y no es así. Dios nos regala una vida para siempre, una vida que traspasa las fronteras de la muerte. Es la salvación que nos ofrece Jesucristo. ¿Cabe regalo mayor? No, rotundamente no.

Por eso digo que es una pena, una lástima, que muchos se cierren, por su falta de fe, a esta posibilidad tan maravillosa. Nosotros, que sí lo creemos en ella, vamos a transmitirla o comunicarla a nuestros hijos y a todos los que podamos. Si no con la palabra -¡ojalá- si con nuestro modo de vivir como cristianos. Y no hace falta más: Jesús dice a sus discípulos que vayan sin nada. O mejor con la única riqueza de haber conocido a él y que por eso están felices y contentos. 

Pero somos débiles y quizás cobardes. Tenemos un remedio muy eficaz para ser fuertes: la eucaristía. Y en la eucaristía, la Palabra de Dios; y el alimento mejor: el cuerpo de Cristo; y la comunidad cristiana ahí reunida. Y si a ello añadimos la oración personal y comunitaria, mejor. Recordemos: Dios viene siempre en ayuda de nuestra debilidad.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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