martes, 31 de julio de 2018

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Lectio Divina Domingo XVII Tiempo Ordinario -B- Reflexión

   La verdadera generosidad no mira ni al tiempo ni a la prisa: es cuestión de corazón generoso, nunca está pendiente del agradecimiento. Basta leer el salmo responsorial y encontraremos la preciosa expresión del amor de Dios: Abres tú la mano, Señor, y nos sacias. Claro está que conlleva el agradecimiento: Que todas tus criaturas te den gracias, Señor; Los ojos de todos te están aguardando; El Señor es justo en todas sus acciones.  
 
   Meditar esta primera referencia, que, no solo debería ser en este domingo sino siempre, es una llamada de la gracia para quedar entre admirados y sorprendidos. Más aún: deberíamos llegar a nuestro interior y descubrir cómo tantas veces no somos capaces de valorar el gran misterio que el Señor siempre nos regala: es el mismo Dios. No en vano nos dice san Pablo: os ruego que andéis como pide  la vocación a la que habéis sido convocados. 

   Este domingo se presta a una interiorización necesaria pero con más profunidad que otras veces: la revelación del Hijo de Dios viene totalmente manifestada por el evangelio según san Juan que nos expresa: Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. La afirmación es tan total y tan clara que cada cristiano no puede menos de situarse no solo a la escucha sino en la conciencia plena de hacer surgir en su interior la presencia del Hijo que viene a salvar al mundo. Él no aparece en el mundo como un profeta que viniera como rey poderoso y triunfal. Se revelará como el siervo que lava los pies, el rey que triunfa en la cruz en el mayor gesto de amor que Dios ha de tener con la humanidad.  A la vez, recordemos que Jesús es el Pan de la vida. 

    Si hoy somos capaces de dejar entrar a la Palabra de Dios en nuestro corazón y que nos transforme, tenemos que estar convencidos de que cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que le invocan sinceramente. El Señor no es un Dios al cual nos dirigimos sino es el Misterio de amor que está siempre entre nosotros como misterio total, misericordioso y  eterno.  Y esto nos lleva a pensar: ¿cómo creemos en Dios? Parece que tenemos miedo de plantear el tema y, precisamente, porque puede descubrir nuestra ilógica entre nuestra respuesta y la realidad de nuestra vida como cristianos.Si hacemos un examen de conciencia ante lo que el apóstol presenta hoy: sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor… ¿descubriría en nosotros una formulación distinta a vivir, a situar a Dios como absoluto, a salir de la constante indiferencia en la fe?

    No solo es buena la realidad que se nos presenta sino que tenemos que situar nuestras personas en un vivel que supere el cumplimiento y que vaya creando, día a día, una respuesta que no solo supere una costumbre de fe sino que nos sitúe en el sentido verdadero del seguimiento de Cristo. Lo que esto puede parecer muy a mano en una sociedad a su aire, ojalá pueda llevarnos a los creyentes a decubrir que estamos llamados a participar del plan de Dios: el Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones… Esta realidad es para nosotros el punto de partida para creer y vivir en una gran verdad: tener presente a Dios en la vida supone una limpia conciencia de cómo Él habita en nosotros y, que sin Él, nada es fuerte ni santo. No dejemos que nuestra vida de fe se sujete; constantemente quiere el Señor llegar a nuestra atención y multiplica su amor para que no dejemos en el aire toda la gracia que Él nos concede. ¿No será que muchas veces nos falta la atención a Dios? Pensémoslo…

RESPUESTA desde NUESTRA REALIDAD
La Palabra de Dios nos lleva a plantearnos una realidad de fe: Este sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo. Tenemos que saber diferenciar el sentido del profeta: se refiere al Hijo de Dios; no es un alguien más en la lectura de los profetas, aquí se expresa que es Cristo. En el camino de nuestra vida tenemos siempre conciencia de que Él nos acompaña siempre ¿lo pensamos? En un sentido positivo sería para nosotros, además de compañero, el maestro que nos propicia hacia donde tenemos que ir, cómo hemos de ir y no dejarle nunca de lado. El sentido auténtico de la vida cristiana tiene siempre una referencia total: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. 

ORACIÓN
Oh Dios, protector de los que en ti esperan y sin el que nada es fuerte ni santo, multiplica sobre nosotros tu misericordia, para que, instruidos y guiados por ti, de tal modo nos sirvamos de los bienes pasajeros que podamos adherirnos ya a los eternos. Por J. N. S. Amén   
 
PENSAMIENTO AGUSTINIANO
Gran milagro es, amadísimos, hartarse con cinco panes y dos peces cinco mil hombres y aún sobrar doce canastos. Gran milagro, es verdad; pero el hecho no es tan de admirar si pensamos en su hacedor. Quien multiplicó los panes entre las manos de los repartidores ¿no multiplica las semillas que germinan  en la tierra y de unos granos llena las trojes? Pero como se realiza todos los años¸nadie se admira de ellos. No es su insignificación la causa de que nadie se admira de ello. Al hacer estas cosas, el Señor hablaba a las mentes, no tanto con palabras, como por medio de obras. Los cinco panes simbolizan los cinco libros de Moisés; porque la ley antigua es, respecto al evangelio, lo que la cebada al trigo. En estos libros se contienen grandes misterios sobre Cristo. Por eso decía él: <Si creyérais a Moisés me creeríais a mí, pues él ha escrito de mí>. Pero, como en la cebada el meollo está debajo de la paja, de idéntica manera está velado Cristo en los misterios de la ley; y como los misterios de la ley se despliegan al exponerlos, igual los panes crecían al repartirlos. Al haberos expuesto esto os he partido el pan (san Agustín en Sermón 130, 1-2).

P.  Imanol Larrínaga, OAR.

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