lunes, 17 de diciembre de 2018

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ADVIENTO. DOMINGO III C

Desde siempre hemos llamado a este domingo “Domingo gaudete”, que es la primera palabra latina de la antífona de entrada que significa “alegraos, estad siempre alegres”. Este mensaje de la alegría que ya apareció en el domingo pasado se repite hoy de una manera insistente. En la oración colecta pedimos a Dios que, nos conceda “llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y la podamos celebrar con alegría desbordante”. En un mundo con tantos quebraderos de cabeza, sociales y personales, los cristianos debemos escuchar esta voz profética que nos invita a la esperanza y a la alegría, basadas en la buena noticia del Dios que ha querido entrar en nuestra historia para siempre. En este domingo aparece de nuevo el precursor, Juan el Bautista, que ofrece a sus oyentes un programa concreto de preparación de la venida del Señor.

Alégrate y goza de todo corazón. El Señor se alegra y goza en ti
Sofonías es un profeta que vivió en el siglo VII antes de Cristo, un poco anterior a Jeremías. Es expresiva su entusiasta invitación al pueblo, a pesar de los tiempos calamitosos que vive: “regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate de todo corazón, Jerusalén”. Dios ha perdonado la deuda de su pueblo y quiere ser su rey. Desea que desaparezca el miedo, pues “El Señor, tu Dios, está en medio de ti”. Más aún, el primero que se alegra es el propio Dios: “él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta”. También el salmo responsorial se hace eco de esta alegría: “sacaréis agua con gozo de las fuentes de la salvación... dad gracias al Señor, contad a los pueblos sus hazañas”. 

“Estad siempre alegres en el Señor”
Es la carta que Pablo escribe a la comunidad de Filipos, en el norte de Grecia, mientras está preso en la cárcel de Éfeso y que leíamos el domingo pasado. La página de hoy parece continuar el mismo tono de la de Sofonías. “Estad siempre alegres: os lo repito, estad alegres”. Es un mensaje optimista de Pablo, muy apropiado para este domingo en la cercanía de la Navidad. ¡Y es un mensaje que Pablo escribe desde la cárcel! El motivo de esa alegría: “el Señor está cerca”. Esta alegría por la cercanía del Señor tiene sus consecuencias en la vida de los cristianos, que tienen que distinguirse, según Pablo, por su mesura, por su oración y acción de gracias, y así se verá en ellos la paz y la serenidad de Dios. 

¿Qué debemos hacer nosotros? Dar testimonio con nuestra alegría.
El mejor testimonio que podemos dar los cristianos en este mundo -en nuestras familias, en nuestros círculos de amistad o de trabajo- es la alegría, la serenidad, la esperanza que sentimos ante la proximidad de la Navidad. Nos lo recordaba no hace mucho el papa Francisco en su encíclica “El gozo del evangelio”. Se tendría que notar en todos nosotros esta alegría mesiánica, basada en el amor que Dios nos tiene. Pablo decía a los suyos: “que nada os preocupe, sino que en toda ocasión vuestras peticiones sean presentadas ante el Señor… y la paz de Dios custodiará vuestros corazones”… Esta alegría es un don del Espíritu; es la alegría que Cristo tenía y que pedía al Padre en su última cena para los suyos; es la alegría que expresa María en su canto de alabanza: “proclama mi alma... se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”. Es la alegría de sentirse unidos a Dios, de vivir en él y desde él. Es la alegría de la santidad.

La celebración de la Navidad es un pregón de confianza. Nos asegura que Dios perdona, que ama, que no nos deja solos en nuestro camino, que es el Dios-con-nosotros. El momento que estamos viviendo puede ser preocupante, para cada uno y para la comunidad, como lo era para el pueblo de Dios en el destierro; o para las comunidades cristianas de Pablo, que no solo conocían el gozo de la buena noticia sino también la incomprensión y las persecuciones. Él estaba preso. Sin embargo, a ellos y a nosotros, nos ha sido proclamada una palabra de alegría y de esperanza.

Tendremos que seguir luchando contra el mal, el que hay en nosotros y el que hay fuera de nosotros. Pero sin perder la paz interior ni la alegría de los que se saben en las manos de Dios. Nuestra fe no tiene por qué ser triste. Si los demás nos ven alegres, podrán preguntarse al menos si es verdad que Dios ha venido. Tenemos que escuchar la insistente invitación de Pablo: “Estad alegres”. Todo el mundo espera con alegría la llegada de estas fiestas; nosotros con mayor motivo, pues tenemos el don de la fe: Dios está cerca.

Pero es también una alegría exigente. Así nos la propone el propio Juan el Bautista. Sus palabras en el desierto tocaron el corazón de las gentes. Su llamada a la conversión y a comenzar una vida más fiel a Dios despertó en muchos de ellos una pregunta concreta: “¿Qué debemos hacer?”. Es la pregunta que brota en nosotros cuando escuchamos una llamada radical y no sabemos  cómo concretar nuestra respuesta. El Bautista no les propone ritos religiosos ni tampoco normas ni preceptos. No se trata propiamente de hacer cosas ni de asumir deberes, sino de ser de otra manera, vivir de forma más humana, desplegar algo que está ya en nuestro corazón: el deseo de una vida más justa, digna y fraterna. Una vida más sencilla y austera. Lo más decisivo y realista es abrir nuestro corazón a Dios mirando atentamente a las necesidades de los que sufren. El Bautista sabe resumirles su respuesta con una fórmula genial por su simplicidad y verdad: “El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo”. Así de simple y así de claro.

¿Qué podemos decir ante estas palabras quienes vivimos en un mundo donde más de un tercio de la humanidad vive en la miseria luchando cada día por sobrevivir, mientras nosotros seguimos llenando nuestros armarios con toda clase de túnicas y tenemos nuestros frigoríficos repletos de comida? Y ¿qué podemos decir los cristianos ante esta llamada tan sencilla y tan humana? ¿No hemos de empezar a abrir los ojos de nuestro corazón para tomar conciencia de esa insensibilidad y esclavitud que nos mantiene sometidos a un bienestar que nos impide ser más humanos?

En ocasiones lamentamos la poca vitalidad de nuestro cristianismo, la falta de vocaciones sacerdotales o los escasos frutos de santidad. Pero no nos damos cuenta de que nuestra religiosidad es una religiosidad burguesa, acomodaticia, que ha perdido fuerza para transformar la sociedad del bienestar. Hemos olvidado aspectos fundamentales del mensaje de Jesús como la defensa de los pobres, la compasión y la justicia. Miremos a nuestros hermanos para que, juntos, en la sencillez del portal de Belén, podamos unirnos al cántico de alegría de los ángeles.
P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.

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