Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá
Dios nos hizo a su imagen y semejanza, pero nunca iguales a él. Ésta fue la pretensión de Adán y Eva instigados por el maligno, el mentiroso y padre de la mentira (Jn 8, 44), que les dijo seréis como dioses. Se lo creyeron, perdieron la amistad con el creador, y la armonía consigo mismos y con la creación, y fueron expulsados del paraíso.
No somos dioses, sino seres humanos frágiles y
limitados en todo. Por lo tanto, necesitados de muchas cosas: alimento, salud,
vivienda, trabajo, bienestar, seguridad, educación, amor del bueno, libertad...
Y no está a nuestro alcance poder satisfacer muchas de ellas. Los seres humanos
somos interdependientes unos de otros, y nos ayudamos mutuamente. Pero hay
situaciones o circunstancias en las que la necesidad de conseguir lo que nos
falta es muy acuciante.
Pedid y se os dará. En las necesidades más graves y urgentes, cuando
nadie en la tierra nos puede ayudar, los creyentes acudimos a Dios. A ello nos
invita reiteradamente el mismo Jesús. Él sabe que somos barro, y que, sin él,
nada podemos hacer o conseguir. Sabe también que su Padre es amor, que
conoce cuáles son nuestras necesidades
antes de presentárselas nosotros. De ahí que diga san Agustín en una carta muy
hermosa a una señora de nombre Proba: “Lejos de
nosotros el pensar que las palabras de nuestra oración sirvan para mostrar a
Dios lo que necesitamos o para forzarlo a concedérnoslo” (Carta 130).
No oramos para que Dios
conozca nuestras necesidades. No oramos para "forzar" a Dios a que cambie y haga nuestra voluntad y
no la suya. Oramos y pedimos para experimentar nuestra fragilidad y expresar
nuestra confianza en un Dios que es Padre. Jesús nos invita a pedir. Nos enseñó
a orar con el Padrenuestro; en esta oración pedimos varias cosas al Padre, pero
hay una petición básica. Le pedimos, sobre todo, que se haga su voluntad, y no
la nuestra.
Pedid y recibiréis. ¿Qué
recibiremos?: Lo que Dios quiera darnos. No siempre coincidirá lo que nos dé
con lo que le pedimos, pero lo que nos dé será siempre para nuestro bien. Nadie
sale con las manos vacías después de un encuentro con Dios en la oración.
Nadie. Será su voluntad, siempre salvífica, y no la nuestra. Oramos con la
mejor voluntad, pero, en ocasiones, pudiera ser egoísta. Si un mendigo de la
calle nos pidiera una moneda para poder comer algo, y nosotros le invitáramos a
un restaurante próximo para que pudiera satisfacer su hambre, no podrá quejarse
porque no le hemos dado la moneda que nos pedía. Algo nos dice este ejemplo. Y
la "comida" espléndida que nos da es el Espíritu Santo.
¿Cuál es, entonces, el
sentido de la oración de petición? ¿Qué expresamos cuando pedimos algo a Dios?
Presentamos a Dios con sencillez y confianza todas nuestras necesidades,
nuestro ser radicalmente necesitado, como Jesús nos enseñó a hacer en el
Padrenuestro, y como él mismo lo hizo tantas veces. Pedimos lo que el Señor ya
nos da. Pedimos porque confiamos en él, sabiendo que él nos escucha siempre y
que nos dará lo que a él le parezca mejor. Recibiremos siempre.
La oración de petición,
puede ser, en ocasiones, oración de presentación sencilla y confiada. En las
Bodas de Caná María no le pide a su Hijo que haga algo para que no falte el
vino en el banquete. Sólo le dice No
tienen vino. Presenta una necesidad con toda sencillez y confianza. Y el
vino no faltó. Antes de la multiplicación de los panes y los peces, los
discípulos presentan a Jesús el hambre de mucha gente. Y todos fueron saciados.
En el salmo 5 el salmista reza así: Por
la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando. Las hermanas de Lázaro
enviaron a alguien a que dijera a Jesús: Señor,
aquél a quien tú amas, está enfermo. No le piden nada. Se limitan a exponer
el caso. Murió Lázaro y Jesús lo volvió a la vida.
No se trata de callar
nuestras necesidades, sino de presentar a Dios con plena confianza y sencillez
un problema grave, una necesidad concreta, una situación humanamente
inaguantable, una enfermedad muy dolorosa. Y Dios, a quien nadie gana en
generosidad y amor, acogerá la oración y atenderá con amor a quien así ora.
Buscad y hallaréis. El cristiano
es un creyente siempre en búsqueda. Jesús es la Verdad, pero nunca la hallamos
del todo. Dios es inabarcable e inaccesible. Si buscamos con empeño y sin
desanimarnos, encontraremos destellos de la Verdad por todas partes. Quien
busca oro en el monte no se contenta con una sola pepita. Busca más y
encuentra. Y sigue buscando, y encuentra siempre más y más. Sirva esta
comparación "materialista" para entender mejor que Dios, que es la
mina siempre inagotable, debe ser objeto de nuestra búsqueda permanente.
Rezamos con el salmo 68, 33,
Miradlo los humildes, y alegraos; buscad
al Señor, y revivirá vuestro corazón, porque el Señor escucha a sus pobres.
Humildad, alegría, corazón nuevo, escucha a los pobres... Todo esto experimenta
quien busca sinceramente a Dios. Y nos dice también por boca del profeta
Jeremías: Me buscaréis y me encontraréis,
si me buscáis de todo corazón (Jer 29, 13). El encuentro con Dios, mientras
vivimos en este mundo, nos proporcionará una visión de él opaca y confusa, como
a través de un espejo; pero, entonces, en el cielo, lo veremos cara a cara, nos
dice San Pablo (Cf. 1 Co 13, 12).
Nuestro Dios es un Dios
cercano, viene siempre a nuestro
encuentro y se hace el encontradizo. Se deja buscar. La búsqueda es un camino
de encuentro, para seguir buscándolo siempre con más ahínco e interés.
San Agustín fue un buscador
incansable de Dios toda su vida. Lo encontró, se llenó de gozo, y seguía
buscándole siempre con más ardor. Nos habla desde su propia experiencia
personal y nos dice: "La búsqueda de Dios es la búsqueda de la felicidad;
y el encuentro con Dios es la felicidad misma" (De mor. Eccl. Cath I, 11,
18). Y nos invita buscarlo siempre: "Se busca a Dios para que sea más
dulce el hallazgo, se le encuentra para buscarle con más avidez" (De Trin.
XV, 2).
Llamad y se os abrirá. Dios no vive
encerrado en una casa a cuya puerta hay que llamar con la aldaba que hay en
ella para que nos abra. Se le llama en momentos de oración, con palabras o en
silencio. Se le llama desde el corazón, donde él ya está. Se le llama en
circunstancias adversas o favorables, en todo momento y lugar. Y nos abre su
corazón. Y ahí nos encontramos con él. Es un encuentro de amor, paz, gozo y
plenitud. En este encuentro nada más se puede desear.
San
Agustín:
Señor: Todo el mundo te consulta sobre lo que quiere, pero no todos oyen siempre lo que quieren. Tu mejor servidor es aquel que no tiene sus miras puestas en oír de tus labios lo que él quiere, sino en querer, sobre todo, aquello que ha oído de tu boca (Conf. X, 26, 37).
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.
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