viernes, 16 de septiembre de 2011

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Tras el Capítulo, movida de frailes

Disponibles para extender el Reino de Dios donde la Iglesia los necesite

Después del Capítulo provincial una de las consecuencias inevitables es el cambio de personal en las comunidades y en la Provincia como tal. Muchos religiosos son trasladados de una comunidad a otra o de un ministerio a otro.

Este hecho no deja de causar contratiempos y experiencias dolorosas no sólo a los interesados sino a las personas más allegadas a nosotros, como son los propios familiares y las feligresías de nuestros ministerios; pienso particularmente en las fraternidades seglares y en las madres mónicas; por supuesto, sin excluir a nadie.

Los religiosos tenemos como misión específica recordar a toda la Iglesia que en este mundo estamos de paso hacia la Patria celestial; que todo esto es relativo frente a lo definitivo de la vida eterna. Por eso, los religiosos hemos profesado castidad, pobreza y obediencia para estar al servicio del Reino posponiendo la familia, la patria, los oficios y trabajos, los gustos y costumbres, y, en fin, todo cálculo de eficacia o de cualquier otro criterio mundano.

El religioso, libremente, ha elegido como profesión vivir desinstalado y disponible en todo momento. Nada ni nadie le debe atar sino sólo lo absoluto: Dios y su Reino. Este tesoro siempre lo acompaña pues lo lleva dentro de sí, esté donde esté, haga lo que haga. Todo lo demás es relativo.

La lectura continuada de la Palabra de este día ilumina esta realidad los cambios en la vida religiosa. Jesús vive la itinerancia: "iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando la Buena Noticia del Reino" (Lc 8, 1). San Pablo exhorta a Timoteo a que, como "hombre de Dios" conquiste la vida eterna de la que hizo noble profesión ante muchos testigos (Cf 1 Tim 6, 10-12). Ahí está la Palabra que debe ser el maná, el alimento para cada día, para cada circunstancia de nuestra vida.

A continuación voy a reproducir parte de una homilía de san Juan Crisóstomo, obispo de Constantinopla. Él sufrió mucho debido a la oposición de la corte imperial y a la presión de personas envidiosas. A tanto llegó la persecución que fue desterrado por dos veces. Esta homilía que sigue la pronunció al despedirse de la feligresía para dirigirse al destierro.

Aunque son dos hechos bien distintos, la persecución y la práctica de la obediencia religiosa, me parece que sus palabras nos ayudarán a comprender los traslados de los frailes, que sufrimos y afrontamos y programamos con la celebración del capítulo provincial, como algo normal y necesario.

De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo

Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir


Muchas son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza: sin embargo, no tememos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán contra la barca de Jesús. Decidme, ¿qué podemos temer? ¿La muerte? Para mí la vida es Cristo, y una ganancia el morir. ¿El destierro? Del Señor es la tierra y cuanto la llena. ¿La confiscación de los bienes? Sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él.

Yo me río de todo lo que es temible en este mundo y de sus bienes. No temo la muerte ni envidio las riquezas. No tengo deseos de vivir, si no es para vuestro bien espiritual. Por eso, os hablo de lo que sucede ahora exhortando vuestra caridad a la confianza.

¿No has oído aquella palabra del Señor: Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio ellos? Y, allí donde un pueblo numeroso esté reunido por los lazos de la caridad, ¿no estará presente el Señor? Él me ha garantizado su protección, no es en mis fuerzas que me apoyo.

Tengo en mis manos su Palabra escrita. Éste es mi báculo, ésta es mi seguridad, éste es mi puerto tranquilo. Aunque se turbe el mundo entero, yo leo esta Palabra escrita que llevo conmigo, porque ella es mi muro y mi defensa. ¿Qué es lo que ella me dice? Yo estoy con otros todos los días, hasta el fin del mundo.

Cristo está conmigo, ¿qué puedo temer? Que vengan a asaltarme las olas del mar y la ira de los poderosos; todo eso no pesa más que una tela de araña. Si no me hubiese retenido el amor que os tengo, no hubiese esperado a mañana para marcharme.

En toda ocasión yo digo:«Señor­, hágase tu voluntad: no lo que quiere éste o aquél, o lo que tú quieres que haga». Éste es mi alcázar, ésta es mi roca inamovible, éste es mi báculo seguro. Si esto es lo que quiere Dios, que así se haga. Si quiere que me quede aquí, le doy gracias. En cualquier lugar adonde me mande, le doy gracias también.

Además, donde yo esté estaréis también vosotros, donde estéis vosotros estaré también yo: formamos todos un solo cuerpo, y el cuerpo no puede separarse de la cabeza, ni la cabeza del cuerpo. Aunque estemos separados en cuanto al lugar, permanecemos unidos por la caridad, y ni la misma muerte será capaz de desunirnos. Porque, aunque ­muera mi cuerpo, mi espíritu vivirá y no echará en olvido a su pueblo.

Vosotros sois mis conciudadanos, mis padres, mis her­manos, mis hijos, mis miembros, mi cuerpo y mi luz, una luz más agradable que esta luz material. Porque, para mí, ninguna luz es mejor que la de vuestra caridad. La luz material me es útil en la vida presente, pero vuestra caridad es la que va preparando mi corona para el futuro.
 

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