domingo, 26 de agosto de 2012

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Santa Mónica


MADRE E HIJO A LA PUERTA DEL ÉXTASIS
Conf. 9, 10,23-25
 
PREPARÁNDONOS para salir
al puerto definitivo
que solo ti conocías, Señor,
y abriéndonos contemplativos a la brisa
como quienes se asoman a la ventana que da al mar
y al huerto interior,
mi madre y yo habábamos de ti.

A solas y dulcemente,
poseídos por la presencia de tu Verdad, nos preguntábamos
como será la vida eterna de los santos,
aquella que ni ojo vio,
ni hombre alguno pudo tocar con el pensamiento.

Teníamos ansiosamente abierta la boca
del corazón
y desorbitados los ojos de ganas de admirarla.
Y  tan viva era la sed de beber de tu fuente
que esperábamos siquiera unas gotas
salpicadas en nuestros corazones jadeantes
como anticipo de tu grandeza.
¡Vida eterna!
Ascendíamos por la senda descansada
de la palabra y del anhelo
y llegamos a vislumbrar en el puerto del éxtasis
la infinitud de las felicidades de tu gloria.

Andaduras pasadas,
atrás quedaron los sentidos carnales;
no tornaremos los ojos para apreciar el resplandor
de la corporal hermosura;
Nos elevemos con ardiente afecto
hacia el que es y permanece purísimo.

Fuimos subiendo todos los escalones de tu creación,
el cielo, el sol, la luna y las estrellas;
ascendimos más arriba y llegamos a nuestras almas
y las rebasamos tmbién.
fuimos más de vuelo y más
hasta llegar a la región de la abundancia indeficiente
donde manan los chorros de la verdad,
donde se gustan los pastos de la vida,
donde la vida es tu misma Sabiduría,
sustancia de Eternidad
en que el pasado y el presente y el futuro
se funden
y se funden en el Ser Eterno.

¡Saberse en el siempre!
¡Hundirse incesantemente
en la profundidad de mi Dios!
¡Ahondarse en el lago de la Eternidad!
¡Injertarse en el tronco perenne!
¡Conectar mis arterias en los cauces vivos de Dios!
¡Fundir mi fiebre en el horno incandescente de Dios!
¡Ser criatura nueva
abrazada para siempre
a la amorosa eternidad!

¡Vida de eternidad!
Ojalá hubiéramos durado en tu reposo,
en aquel casi alcanzar el pórtico de tu morada
con los labios ardientes del corazón
hecho deseo,
hecho ímpetu enamorado.
Nuestras exclamaciones, pensamientos y silencios
fueron dedos ávidos que alcanzaron a tocar por vez primera,
madre e hijo, la puerta del éxtasis.
Nuestras palabras, por un instante,
fueron pisadas incandescentes
en las pradera de tu eternidad, Señor;
ecos de más insondables distancias, latidos de gloria…

¡Durase en tu reposo nuestra alma conjuntada.
Nuestra alma mutua cobijada en tu regazo!
¡Durase en tu reposo, Dios de eternidad!
Más pronto tornamos al ruido cotidiano de nuestras palabra
caducas;
pronto venimos al sendero prosaico de lo sensible;
caemos en el camino de lo temporal
que nos desgasta a cada paso
con el realismo de sus piedras limitadas
por el antes y el después.

Pero desde aquella vez,
desde que nos abriste el pórtico de tu gloria,
las primicias de mi corazón se quedaron allá, en tu eternidad.
desde aquella vez…
Las llaves de nuestras vidas las tomaste tú.
Por eso quisiste separarnos,
llevándote a mi madre definitivamente hacia ti;
las palabras últimas de su despedida
me asperjan diariamente desde su paz lograda,
con ansias de vida eterna.

¿Qué hago yo aquí, hijo mío?
Nada de la tierra puede ya deleitarme.
Percibo ya otros huertos y otros mares.
“Adios, hijo”.
¡AL DEFINITIVO PUERTO! ¡Allá nos encontraremos
Con Él!
¡Al puerto! ¡A Él! ¡Adios!
¿A dónde, si no?  

Nacido para Alabarte
P. Lucilo Echazarreta

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