domingo, 29 de junio de 2014

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XIII Domingo del Tiempo Ordinario (A)

Hace unos días, en un encuentro con unos novios en vísperas de su boda, sostuve el siguiente diálogo con ellos: ¿Estáis decididos a permanecer unidos hasta que “la muerte os separe? Sí, me respondieron. ¿Con que medios contáis para lograrlo? Respuesta: Nos conocemos muy bien, nos queremos mucho, tenemos una vida económicamente asegurada, contamos con el apoyo de nuestras familias, etc. Pregunté de nuevo: ¿Por qué os casáis en o por la Iglesia? Por tradición familiar, me respondieron. 

Les hice ver que eso no era suficiente. Y les presenté las palabras de Jesús del evangelio del domingo anterior. Si una casa o, en su caso, el hogar, no se construye sobre la roca que es Cristo, no tendrá garantía de permanencia perdurable en el tiempo. El amor humano es necesario e imprescindible, pero no es suficiente. Ni tampoco el conocimiento mutuo, ni mucho menos el dinero, necesario también, y el apoyo de otros. Al matrimonio le faltaría la solidez de su fundamento, la firmeza de la roca sobre la que debe estar cimentada la construcción del hogar.

En la vida del hogar, en la vida de todo creyente, Cristo es, debe ser, lo primero. Sin él -son sus palabras- no podemos hacer nada en todo lo que se refiere a nuestra vida de fe, y, en definitiva, a nuestra salvación. No podemos construir sobre arena, por muy hermosa que sea, no podemos edificar sobre lo que es caduco y efímero, por muy bueno y necesario que sea.

Cristo es -debe ser- lo primero en todo. Lo dice hoy en el evangelio: Quien ame a su padre o a su madre, a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. No puede ser su seguidor, no podría llamarse ni ser cristiano de verdad. Puede sonar muy dura esta afirmación, pero es verdad.
Tenemos la tentación, en ocasiones, de construir o elaborar un “quinto evangelio”, dejando de lado los cuatro de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. ¿En qué consistiría este “quinto evangelio”?: En eliminar de los cuatro que conocemos todos los párrafos que implican exigencia dura y difícil, lucha denodada y esfuerzo constante, y quedarnos con lo agradable, lo dulzón y lo fácil, lo más atractivo. 

Eliminaríamos muchos párrafos; por ejemplo: Perdonar siempre y en todo, sea cualquiera que fuere la ofensa recibida (Mt 18, 21-22); amar a los mismos enemigos (Mt 5, 44); responder con amor a quien nos ofende, que eso significa presentar la otra mejilla (Mt 5, 39); no acumular riquezas en la tierra (Mt 6, 19); no criticar, juzgar o condenar nunca al otro, quienquiera que él sea (Lc 6, 37); no temer a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (Mt 10, 28), como los mártires; quien se empeñe en salvar su vida, la perderá, pero quien la pierda por Cristo, la alcanzará (Mt 16, 25); negarse a sí mismo, cargar con su cruz y seguirle (Mt 17 24); hacerse siempre el servidor de todos (Mt 20, 26); entrar por la puerta estrecha y el camino angosto que lleva a la vida (Mt 7, 13-14); vivir y transmitir nuestra fe “como ovejas entre lobos” (Lc 10, 3); ser prójimos (próximos) de los que sufren (Lc 10, 30-37); no ocultar nunca nuestra fe (Mt 5, 16); vender los bienes y dar limosna (Lc 12, 33)… y muchos pasajes más.

Jesús “no se anda con medias tintas”. Dice la verdad y la dice para nuestro bien. No habla para halagarnos o para que nos sintamos cómodos. ¡Lejos de él edulcorar su mensaje! ¿Acaso no es buen padre de familia cuando exige a su hijo esfuerzo constante en el trabajo, dedicación responsable al estudio, lucha para superar las dificultades que en la vida se le presentan, aguante y amor al sacrificio para llegar a ser una persona de bien, maduro y responsable? 
 
Cualquier opción en la vida, cuanto más noble e importante, mayores renuncias exige. Y no hay opción más importante, más decisiva y más noble, que seguir a Cristo para llegar al Padre y alcanzar la vida para siempre. Al fin y al cabo, como dice la primera lectura, si hemos muerto con Cristo, viviremos con él. Y Cristo murió soportando la cruz por amor y con dolor. La cruz, desde entonces, es instrumento de salvación. 

      No es fácil seguir a Cristo, no es fácil ser cristiano de verdad. Son muchas las tentaciones y halagos que se nos presentan. Son muchas las dificultades que encontramos en nuestro caminar en pos de Cristo. Es mucha nuestra flaqueza y pequeñez. No importa: el Espíritu Santo viene siempre en ayuda de nuestra debilidad (Rm 8, 26). San Agustín, en medio de una lucha interior dramática cercana ya su conversión, le decía a su amigo Alipio: “¿Lo que tantos y tantas han podido, por qué no nosotros?”. Podríamos preguntarnos nosotros lo mismo y actuar en consecuencia.
P. Teodoro Baztán.





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