viernes, 22 de agosto de 2014

// //

De la mano de Agustín

Mt 25, 1-13 La virginidad de la fe
  
Hagámonos a la idea, amadísimos, de que esta parábola mira a todos nosotros, es decir, absolutamente a toda la Iglesia; no sólo a quienes están al frente de ella —de los cuales hablé ayer—, ni sólo a las asambleas cristianas, sino a todos. ¿Por qué, entonces, habla de cinco y cinco? Estos dos grupos de cinco vírgenes representan absolutamente la totalidad de las almas cristianas. Mas para indicaros lo que, por inspiración divina, opino, se trata no de cualesquiera almas, sino de las que poseen la fe católica y parecen tener buenas obras en la Iglesia de Dios. Con todo, de ellas cinco son sabias y cinco necias. Veamos en primer lugar por qué se habla de cinco y por qué se las llama vírgenes. Luego consideremos lo demás. Toda alma que vive en un cuerpo se asocia al número cinco, porque se sirve de cinco sentidos. En efecto, nada sentimos en el cuerpo que no entre por una de estas cinco puertas: la vista, el oído, el olfato, el gusto o el tacto. En consecuencia, quien se abstiene de ver, oír, oler, gustar o tocar lo que es lícito, recibe el nombre de virgen por esa integridad.

Pero si es cosa buena abstenerse de todos los movimientos sensoriales ilícitos, razón por la que cada alma cristiana recibe el nombre de virgen, ¿por qué se admiten cinco y se rechaza a otras cinco? Son vírgenes, pero son rechazadas. Es poco decir que son vírgenes; llevan también lámparas. Son vírgenes porque se abstienen de las sensaciones ilícitas; llevan lámparas por sus obras buenas. Obras buenas de las que dice el Señor: Brillen vuestras obras delante de los hombres para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos (Mt 5,16). De modo idéntico dice a los discípulos: Tened vuestros lomos ceñidos y vuestras lámparas encendidas (Lc 12,35). En los lomos ceñidos se significa la virginidad; en las lámparas encendidas, las buenas obras.

Es verdad que no suele hablarse de virginidad con referencia a los casados; sin embargo, también en el matrimonio existe la virginidad de la fe, de que es fruto la pureza conyugal. Mas para que sepa vuestra santidad que no es inoportuno dar el nombre de virgen a cualquier alma, de hombre o de mujer, basándonos no en el cuerpo, sino en el alma y en la integridad de la fe, fe por la cual se abstiene de las cosas ilícitas y se ejecutan las obras buenas, a la Iglesia entera, compuesta de vírgenes y muchachos, de mujeres y varones casados se la designa con el término único de virgen. ¿Cómo lo probamos? Escucha lo que dice el Apóstol no sólo a las monjas, sino absolutamente a toda la Iglesia: Os he desposado con un único varón para mostraros a Cristo cual virgen casta. Y como hay que guardarse del diablo, corruptor de esta virginidad, después de haber dicho: Os he desposado con un único varón para mostraros a Cristo cual virgen casta, dice a continuación: Temo, sin embargo, que, como la serpiente sedujo a Eva con su astucia, así vuestros sentidos se corrompan, alejándoos de la castidad en relación a Cristo (2 Cor 11,2-3). Pocas son las que tienen la virginidad corporal; todas deben tenerla en el corazón. Por tanto, si es cosa buena abstenerse de lo ilícito —de donde ha recibido su nombre la virginidad— y son dignas de alabanza las buenas obras, significadas en las lámparas, ¿por que se admite a cinco y se rechaza a otras cinco? Si es también virgen y además lleva las lámparas y, con todo, no se la admite, ¿dónde se ve ubicado quién no guarda la virginidad consistente en renunciar a las cosas ilícitas y camina en las tinieblas al renunciar a tener obras buenas?

Así, pues, hermanos míos, reflexionemos sobre estas cosas. Pensad en uno que ni quiere ver ni oír lo que es malo, que aparta su olfato de los perfumes ilícitos de los sacrificios, que retira su gusto de los alimentos ilícitos de los sacrificios, que huye del abrazo de la mujer ajena, que parte su pan con el hambriento, que acoge en su casa al huésped, viste al desnudo, pone paz entre litigantes, visita al enfermo y da sepultura a los muertos: ved que es virgen, ved que lleva lámparas. ¿Qué más buscamos? Busco algo todavía. ¿Qué es lo que buscas? —dice—. Busco algo todavía: el santo evangelio me ha puesto sobre aviso. Entre las mismas vírgenes que llevaban las lámparas, a unas las llamó sabias, y a otras necias. ¿Cómo vemos quiénes son sabias y quiénes necias? ¿Cómo discernir las unas de las otras? Por el aceite. El aceite significa algo grande, realmente grande. ¿No es, acaso, la caridad? No afirmo, pregunto; no hago una afirmación precipitada. Os diré por qué me parece a mí que en el aceite está significada la caridad. Dice el Apóstol: Os muestro un camino aún más elevado. ¿Cuál es ese camino más elevado que muestra? Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o como címbalo que retiñe. Este es el camino más elevado, es decir, la caridad, que con razón se halla significada en el aceite. El aceite se coloca siempre por encima de todos los demás líquidos. Vierte un poco de agua y echa encima aceite; éste queda encima. Echa aceite, vierte agua encima, y el aceite sube a la superficie. Si sigues el orden natural, el aceite queda arriba; si lo cambias, él queda igualmente arriba. La caridad nunca cae (1 Cor 12,31; 13,1.8).
Sermón 93, 2-5 (sigue)

0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario