jueves, 28 de agosto de 2014

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De la mano de San Agustín

Mt 24, 42-51 Cristo, alimento del que viven todos
  Te será mejor escuchar a Juan, ¡oh hereje! ; te será mejor retornar y escuchar al Precursor; mejor es para ti, ¡oh soberbio!, escuchar al humilde; mejor para ti, ¡oh lámpara apagada!, escuchar a la lámpara encendida. Escucha a Juan. A los que se acercaban a él les decía: Yo os bautizo con agua. También tú, si te conoces, eres ministro del agua. Yo, dijo, os bautizo con agua; pero el que ha de venir es mayor que yo. ¿En qué medida? No soy digno de desatar la correa de su calzado. ¡Cuánto no se habría humillado aunque se hubiese declarado digno de tal cosa! Pero ni siquiera se consideró digno de desatar la correa de su calzado. Él es quien bautiza en el Espíritu Santo. ¿Por qué suplantas la persona de Cristo? Él es quien bautiza en el Espíritu Santo. Él es, pues, quien justifica. «¿Qué dices tú?» «Soy yo quien bautiza en el Espíritu Santo; yo quien justifica.» Es cierto que no dices: «Yo soy el Cristo.» ¿Es cierto que no eres de aquellos de quienes se dijo: Vendrán muchos en mi nombre, diciendo: «Yo soy el Cristo»? Estás cogido. ¡Ojalá seas hallado ahora, una vez capturado, tú que antes de serlo te habías perdido! Hermosa cosa es ser capturado en las redes de la verdad para alimento del gran rey. Cesa ya, pues, de decir: «Yo soy quien justifica, yo quien santifica, para que nadie pueda demostrarte que dices también: «Yo soy el Cristo,» Di, más bien, lo que el amigo del esposo, sin pretender jactarte de hacerte pasar por el esposo: Ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el incremento. Escucha también al amigo del esposo de quien estamos hablando. Ciertamente, él tenía discípulos, igual que Cristo, pero no era discípulo de Cristo; escúchale confesarse discípulo de Cristo. Mírale entre los discípulos de Cristo, y tanto más adicto cuanto más humilde, y tanto más humilde cuanta mayor era su grandeza. Mírale cumpliendo lo que está escrito. Por grande que seas, humíllate en todo, y encontrarás gracia a los ojos de Dios. Ya había dicho: No soy digno de desatar la correa de su calzado, pero aquí no se mostró discípulo suyo. Quien viene del cielo, está escrito, es superior a todos. Todos nosotros hemos recibido de su plenitud. Así, pues, también se hallaba entre los discípulos de Cristo quien, como él, buscaba discípulos. Escucha una confesión más clara de que él es discípulo: El esposo es el que tiene la esposa; el amigo del esposo, en cambio, se mantiene en pie a su lado y le escucha. Y está en pie precisamente porque lo escucha. Está en pie y escucha, puesto que, si no escucha, se cae. Con razón dijo aquel otro: Darás gozo y alegría a mi oído. ¿Qué quiere decir: a mi oído? Escucharle a él, no querer ser escuchado en lugar de él. Y para que sepamos que nos recomienda la humildad en la persona de aquel que le escucha, después de haber dicho: Darás gozo y alegría a mi oído, añadió luego: y exultarán los huesos humillados. Está en pie y le escucha. Exultarán los huesos humillados, porque serán quebrantados si se envanecen. Por tanto, que ningún siervo se atribuya a sí mismo el poder de Dios. Gócese de pertenecer a su familia, y, si está al frente de ella, dé a sus consiervos el alimento a su debido tiempo, alimento del que vive él también, no a sí mismo para que vivan ellos. Pues ¿qué quiere decir «dar el alimento a su debido tiempo» sino ofrecerles a Cristo, alabarlo, encarecerlo y anunciarlo? Esto significa «ofrecer el alimento a su debido tiempo». En efecto, para que Cristo fuese alimento de sus jumentos, nada más nacer fue puesto en un pesebre.
Sermón 292, 8.

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