lunes, 29 de septiembre de 2014

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De la mamo de San Agustín

 Lc 9,46-50  Humildad contra soberbia

Sabéis, hermanos, pues con frecuencia lo oísteis, que el Señor dice en el Evangelio: Dejad que los niños vengan a uní, pues de ellos es el reino de los cielos; y también: El que no recibiere el reino de los cielos como un niño, no entrará en él (Mt 19,14; 18,3; Mc 10,14.15). En otros muchos lugares, nuestro Señor reprueba la vieja soberbia del hombre a fin de que renueve la vida sumisamente, a semejanza de la edad pueril, por una muestra de singular humildad. Por canto, carísimos, cuando oís que se canta en este salmo: Alabad, niños, al Señor, no penséis que esta exhortación no se dirige a vosotros, porque habéis sobrepasado la edad de la puericia, o porque os halláis en el esplendor de la juventud, o porque ya encanecisteis en la venerable vejez, pues a todos vosotros dice el Apóstol: No seáis niños en la mente, sino haceos niños en la malicia para que seáis perfectos en la mente (1 Cor 14,20). ¿Y de qué malicia principalmente habla si no es de la soberbia? Ella, presumiendo de vana grandeza, no permite al hombre andar por cl camino angosto y entrar por la puerta estrecha. Sin embargo, cl niño entra fácilmente por lo angosto; y, por tanto, nadie, a no ser que se haga niño, entra en el reino de los cielos.

¿Qué cosa más detestable que la malicia de la soberbia, puesto que no quiere tener ni a Dios por superior? Pues así está escrito: El comienzo de la soberbia del hombre es apostatar de Dios (Eclo 10,14) Arrojad, quebrad, pulverizad, aniquilad esta soberbia, que se levanta con erguida cerviz contra los preceptos divinos y que se opone al suave yugo del Señor, y alabad, niños, al Señor; alabad el nombre del Señor (Salmo 112,1).  Pues, derribada y extinguida (la soberbia), se obtiene la alabanza por la boca de los infantes y lactantes, y dominada y destruida, el que se gloría, gloríese en el Señor (1 Cor 1,31).No cantan estas cosas quienes se tienen por grandes; no cantan estas cosas los que, conociendo a Dios, no lo glorificaron como a Dios o no le tributaron gracias; se alaban a sí mismos, no a Dios; por eso no fueron niños. Prefieren ensalzar su nombre antes que alabar el nombre del Señor. Así, pues, se desvanecieron en sus pensamientos y se oscureció su insensato corazón; y, llamándose sabios, se convirtieron en necios5 (Rom 1,21-22).

Los que muy pronto iban a pasar por estrecheces, quisieron divulgar su nombre por largo tiempo y por todos los rincones del mundo. Conviene predicar a Dios, conviene predicar al Señor siempre y en todas partes. Luego se predique siempre: Sea bendito el nombre del Señor desde ahora y hasta el siglo. Se predique en todas partes: Desde el nacimiento del sol hasta el ocaso, alabad el nombre del Señor.
Comentario al Salmo 112,1

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