martes, 30 de septiembre de 2014

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De la mano de San Agustín

El primer sabor de las Escrituras

 En vista de ello decidí aplicar mi ánimo a las Santas Escrituras y ver qué tal eran. Mas he aquí que veo una cosa no hecha para los soberbios ni clara para los pequeños. Algo que de entrada es humilde pero en su interior sublime y velada de misterios, y yo no era tal que pudiera entrar por ella o doblar la cerviz a su paso por mí. Sin embargo, al fijar la atención en ellas, no pensé entonces lo que ahora digo, sino simplemente me parecieron indignas de parangonarse con la majestad de los escritos de Tulio. Mi hinchazón recusaba su estilo y mi mente no penetraba su interior. Con todo, las Escrituras eran tales que habían de crecer con los pequeños; mas yo me desdeñaba de ser pequeño e, hinchado de soberbia, me creía grande.

Confesiones III, 5,9

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