lunes, 22 de septiembre de 2014

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De la mano de San Agustín

Lc 8,16-18  Volved a nuestro interior

Ved también cuántas obras lleva a cabo el orgullo; considerad en vuestro interior cuán semejantes son las obras que él hace y las que hace la caridad; son casi iguales. Da de comer al hambriento
la caridad, también le da el orgullo; la caridad para alabanza de Dios, el orgullo para alabanza propia. Viste la caridad al desnudo, también le viste el orgullo; ayuna la caridad, ayuna también el orgullo; da sepultura a los muertos la caridad, también se la da el orgullo. Todas las obras buenas que quiere ejecutar y ejecuta la caridad, las dirige contra ella el orgullo y las conduce como si fueran sus corceles. Pero la caridad es interior; desplaza al orgullo mal conducido; no digo que conduzca mal, sino que él mismo está mal conducido. ¡Ay del hombre que tiene al orgullo por auriga! Necesariamente irá a parar al precipicio. ¿Quién sabe, quién ve que no es el orgullo el que conduce las propias acciones buenas? ¿Dónde se da eso? Nosotros vemos las obras: da de comer la misericordia, da de comer también el orgullo; practica la hospitalidad la caridad, la practica también el orgullo; intercede en favor del pobre la misericordia, intercede también el orgullo. ¿Qué decir a esto? Las obras no son criterio de discernimiento.

Me atrevo a decir algo; pero no soy yo, fue Pablo quien lo dijo: la caridad lleva a la muerte, es decir, un hombre poseído de la caridad confiesa el nombre de Cristo y sufre el martirio; en otro lo confiesa asimismo el orgullo y sufre también él el martirio. El primero posee la caridad, el segundo no. Pero oiga este segundo de boca del Apóstol: Aunque distribuya todos mis bienes a los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me sirve (1 Cor 13,3). 
 
Así, pues, desde la agitación exterior, la Escritura divina nos llama al interior; nos llama al interior desde la superficialidad que se arroja a los ojos de los hombres. Regresa a tu conciencia, interrógala.
No pongas tus ojos en lo que florece fuera, sino en la raíz que está en la tierra. ¿Tiene por raíz cualquier apetencia mundana? La apariencia puede ser de buenas obras, pero no puede haber buenas obras. ¿Tiene por raíz la caridad? Estate tranquilo, de ella no puede salir nada malo. El orgulloso halaga, el amor se muestra cruel; el primero viste, el segundo pega. Pero aquél viste para agradar a los hombres, éste pega para corregir mediante la disciplina. Se acepta mejor el golpe que viene de la caridad que la limosna que procede del orgullo. Volved, pues, a vuestro interior, hermanos y en todo lo que hagáis mirad que tenéis a Dios por testigo. Si Él os ve, examinad con qué intención obráis. Si vuestro corazón no os acusa de obrar por ostentación, estad seguros.

Mas no temáis que os vean cuando obráis bien; teme obrar para que te alaben, pues ¡ojalá te vea otro y así alabe a Dios! En efecto, si escondes tus buenas obras a los ojos de los hombres, impides que las imiten y privas de gloria a Dios. Dos son los sujetos a los que das limosna; dos los que sienten hambre: uno de pan, otro de justicia. Entre estos dos sujetos hambrientos -pues se ha dicho: Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados (Mt 5,6)-; entre estos dos sujetos hambrientos te has establecido tú como obrador de bien. Si detrás de la acción está la caridad, se compadece de ambos y a ambos quiere socorrer. Pues uno busca qué comer, el otro qué imitar. Alimentas al primero, ofrécete a ti mismo al segundo. A ambos has dado limosna. El primero se congratula porque le has matado el hambre; al segundo le convertiste en imitador del ejemplo que le diste.

Comentario sobre la 1ª carta de San Juan 8,9.

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