miércoles, 24 de septiembre de 2014

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De la mano de San Agustín

Lc 9, 1-6  La acción justa la acepta la necesidad que descubre la realidad


No tiene importancia en esta ciudad, al abrazar la fe que nos lleva a Dios, se adopte un género de vida u otro, con tal que no sean contrarios a los preceptos divinos. Incluso a los mismos filósofos, cuando se hacen cristianos, no les impone unas maneras de comportarse o de vivir que ningún impedimento suponen para la religión; les obliga únicamente a cambiar sus falsas creencias. Aquel distintivo que Varrón señaló característico de los cínicos, si no lleva consigo alguna torpeza o algún desarreglo, no le preocupa en absoluto.

En relación con aquellos tres géneros de vida, el contemplativo, el activo y el mixto, cada uno puede, quedando a salvo la fe, elegir para su vida cualquiera de ellos, y alcanzar en ellos la eterna recompensa. Pero es importante no perder de vista qué nos exige el amor a la verdad mantener, y qué sacrificar la urgencia de la caridad. No debe uno, por ejemplo, estar tan libre de ocupaciones que no piense en medio de su mismo ocio en la utilidad del prójimo, ni tan ocupado que ya no busque la contemplación de Dios. En la vida contemplativa no es la vacía inacción lo que uno debe amar, sino más bien la investigación o el hallazgo de la verdad, de modo que todos -activos y contemplativos- progresen en ella, asimilando el que la ha descubierto y no poniendo reparos en comunicarla con los demás.

En la acción no hay que apegarse al cargo honorífico o al poder de esta vida, puesto que bajo el sol todo es vanidad. Hay que estimar más bien la actividad misma, realizada en el ejercicio de ese cargo y de esa potestad, siempre dentro del marco de la rectitud y utilidad, es decir, que sirva al bienestar de los súbditos tal como Dios lo quiere. Ya lo hemos tratado más arriba. Dice el Apóstol a este propósito: Quien aspira al episcopado desea una buena actividad (1 Tim 3,1). Intentó explicar lo que es el episcopado, que designa una actividad, no un honor. En efecto, se trata de una palabra griega que dice relación al hecho de que quien está al frente lleva la supervisión de sus súbditos, preocupándose de ellos:ἐπί significa sobre; y σκόπος, atención; por tanto, ἐπισκοπειν equivaldría en latín a superintendere (supervisar, cuidar). Según esto, quien sea aficionado a presidir y no a ayudar a los demás se dará cuenta de que no es un «obispo».

A nadie se le impide la entrega al conocimiento de la verdad, propia de un laudable ocio. En cambio, la apetencia por un puesto elevado, sin el cual es imposible gobernar un pueblo, no es conveniente, aunque se posea y se desempeñe como conviene. Por eso el amor a la verdad busca el ocio santo, y la urgencia de la caridad acepta la debida ocupación. Si nadie nos impone esta carga, debemos aplicarnos al estudio y al conocimiento de la verdad. Y si se nos impone, debemos aceptarla por la urgencia de la caridad. Pero incluso entonces no debe abandonarse del todo la dulce contemplación de la verdad, no sea que, privados de aquella suavidad, nos aplaste esta urgencia.

La ciudad de Dios XIX, 19

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