domingo, 19 de octubre de 2014

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Santa Magdalena de Nagasaki (7)

Veamos el relato completo del padre Andrés del Espíritu Santo sobre Magdalena de Nagasaki: Hubo en la ciudad de Nagasaki una doncella hermosísima llamada Magdalena, hija de padres nobles, cristianos y virtuosos, que, como tales, a ella y a otros hijos que tuvieron los criaron en el temor de Dios, inclinándolos a todo lo bueno y virtuoso y enseñándoles a huir de todo lo malo. Señalóse entre todos Magdalena en caminar por el camino de la perfección. Esmerábase no solamente en ejecutar los saludables consejos de sus devotos padres, sino en procurar con veras imitar cualquier virtud que veía en otros. También estaba muy fundada en la fe y en los misterios de ella, por la continua lección de libros devotos y santos. Gastaba muchas horas, día y noche, no solamente en devociones y penitencias, sino también en alta contemplación de la Pasión de Cristo, Redentor nuestro, y de la gloria de los bienaventurados, sacando de ambas cosas tales afectos que sus ojos eran fuentes de lágrimas; compadeciéndose de que los gentiles y demás naciones que no profesan nuestra fe perdiesen el fruto de redención tan copiosa y se privasen de la alegría y descanso eterno; deseando ella ser instrumento y medio para que todos los hombres generalmente conociesen a Dios y le gozasen. Lo cual pedía a la Majestad divina con singular afecto, principalmente viendo que la continua persecución contra los fieles en aquel imperio era causa de que muchos dejasen nuestra fe. Esto afligía extrañamente el alma de Magdalena, quien, conociendo cuán acepta es al celestial esposo la virginal pureza, se la consagró desde su niñez, votando guardarla perpetuamente.

Faltáronle sus padres, que así ellos como los hermanos de esta doncella santa acabaron gloriosamente siendo mártires de Cristo; y como Magdalena se vio libre y desocupada de cuidados, determinó entregarse totalmente a Dios, para lo cual, con humildad y lágrimas, pidió al santo fray Francisco de Jesús, vicario provincial de nuestra Descalcez en aquel imperio, le diese el hábito de religiosa. Y como el siervo de Dios tenía larga noticia de su rara virtud, derramando lágrimas dio infinitas gracias a nuestro Señor por los extraordinarios favores que hacía a Magdalena, y a ella le concedió su petición, dándole el hábito de nuestra tercera Orden con excesivo gusto, el cual fue colmado cuando después del año de probación hizo esta sierva de Dios profesión en manos del mismo padre vicario provincial, pues juzgó tendría en ella una singular coadjutora.

Y así desde luego la señaló por uno de sus doxucos y compañeros en la conversión de las almas y en la administración del santo sacramento del bautismo, cuando la necesidad lo pidiere. Tanta era la satisfacción que tenía de su virtud y del conocimiento y luz que tenía de los misterios de nuestra santa fe.

Comenzó Magdalena a ejercitar su ministerio con tal afecto, caridad y espíritu que fueron innumerables los infieles que convirtió, los que bautizó en ausencia y falta de nuestros padres y los que inclinó y redujo a que se reconciliasen con la Iglesia. Consolaba a los afligidos, animaba a los flacos, fortalecía a los menos animosos y confirmaba a los valientes y esforzados, que todos acudían a su casa, donde, como en una botica bien provista, hallaba cada cual lo que había menester, oyendo sus pláticas llenas de espíritu del cielo, después de las cuales hacía lección espiritual, contemplación y rigurosas disciplinas.

Creció la persecución del tirano Unemedono y fuéle forzoso a Magdalena ausentarse de la ciudad y huir a los montes en compañía de muchos cristianos virtuosos, hombres y mujeres, con los cuales vivía en las cuevas y aberturas de las piedras, comiendo yerbas silvestres, haciendo juntamente rigurosas penitencias, implorando la divina misericordia. Era nuestra santa generalmente amada y querida de todos, y todos en general libraban, después de Dios, en ella su consuelo teniéndola por santa virgen y reverenciándola como a tal, no solamente los fieles, sino también los gentiles, que de todos era llamada “la santa”.

Pasaba Magdalena la vida, aunque llena de trabajos, con singular alegría en aquellos montes, en compañía de tantos siervos de Dios y de nuestros santos religiosos fray Francisco y fray Vicente, que algunas veces se veían, para consuelo de todos; pero pasado algún tiempo, como supo la prisión de su prelado y de su compañero y lo mucho que habían padecido por nuestra santa fe y su glorioso fin en el martirio, fue tan grande el fervor de su espíritu y tan singular el celo de la honra de Dios que se apoderó de su alma, que luego al punto fuera a manifestarse a Nagasaki si su esposo celestial con particular impulso no la detuviera para que, trabajando más tiempo en su viña, fuese más aventajado su premio.

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