Existe, pues, otra cosa que nos
tiene reservada Dios. Por ella hay que rendirle culto, por ella hay que amarlo.
Él se reserva a sí mismo para quienes le aman; quiere mostrar su rostro a los
purificados, no al ojo de la carne, sino al del corazón. Dichosos los limpios
de corazón, porque ellos verán a Dios (Mt 5,8). Ama para ver; lo que vas a ver
no es algo de poco precio, no es algo que se lo lleva el viento; verás a aquel
que hizo cuanto amas. Y si esas cosas son hermosas, ¿cómo será quien las hizo?
Dios no quiere que ames la tierra, no quiere que ames el cielo, es decir, las
cosas que ves, sino a él mismo a quien no ves( Cf 1Jn 4,12). El no verle no
durará por siempre si tampoco dura por siempre el no amarle.
Ámale cuando está
ausente, para disfrutar de él cuando se haga presente. Ten deseo del que vas a
poseer, de quien vas a abrazar. Primeramente adhiérete mediante la fe; luego te
unirás a él en la realidad. Por el momento, en cuanto peregrino, caminas por la
fe y la esperanza (Cf 2Co 5,6-7); cuando hayas llegado, gozarás de aquel a
quien amaste mientras eras peregrino. Él mismo fundó la patria, para que te
dieses prisa en llegar a ella. Desde ella te envió una carta, para que no
difieras regresar de tu peregrinación. Por tanto, si te diriges a tal patria,
donde gozarás del fundador de la misma, entonces ahora estás en el desierto
rodeado de muchas tentaciones y has de precaverte del enemigo. Aprende contra
quién has de cantar: Líbrame, Dios mío, de la mano del pecador, y de la del
malvado e injusto (Sal 70,4). El pecador es, hermanos, el diablo; él es el
malvado y el injusto; aspira a liberarte de su mano, de modo que, recorrido el
trayecto en el cual se atreve a ponerte asechanzas, llegues a la patria donde
él no puede ser admitido.
Sermón 22 A, 4
0 Reactions to this post
Add CommentPublicar un comentario