lunes, 22 de diciembre de 2014

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De la mano de San Agustín (20)

La Palabra y el Verbo

 Trato de decir algo sobre la Palabra, y tal vez la palabra humana puede ofrecerme algo semejante. Aunque muy desemejante, muy distante y sin admitir comparación alguna, no obstante, os la voy a proponer tomando pie de alguna semejanza. Ved que la palabra que os estoy hablando la tuve primero en mi corazón; salió hacia ti, pero no se apartó de mí; comenzó a estar en ti lo que no estaba en ti y permaneció conmigo al salir hacia ti. Así, pues, de la misma manera que mi palabra fue expresada a tu mente sin apartarse de mi corazón, así aquella Palabra fue expresada a nuestra mente sin apartarse de su Padre. Mi palabra estaba en mí y salió como voz; la Palabra de Dios estaba en el Padre y salió como carne. Pero ¿acaso puedo hacer yo de mi voz lo que pudo él de su carne? En efecto, yo no puedo retener mi voz volandera; él no solamente retuvo su carne para nacer, vivir y obrar, sino que también resucitó y llevó al Padre este modo de carruaje en el que vino a nosotros. A la carne de Cristo la puedes considerar como su vestidura, como su carruaje, o como su montura —según tal vez él mismo se dignó significar, pues sobre su montura puso él al que había sido malherido por los salteadores(Cf Lc 10,34)—, o, por último, como su templo — según lo expresó él con más claridad (Cf Jn 2,19), este templo ya conoce la muerte y está sentado a la diestra del Padre; en ese mismo templo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Lo que nos exhortó a cumplir con sus preceptos, lo mostró con su ejemplo. Lo que te mostró en su carne, debes esperarlo en la tuya. Ésta es la fe: mantén lo que aún no ves. Es necesario que, por la fe, permanezcas en lo que no ves, no sea que, cuando lo veas, tengas que avergonzarte.
Serm. 119, 7

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