martes, 23 de diciembre de 2014

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De la mano de San Agustín (21)

El Verbo se hizo carne


En verdad, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, del nacimiento mismo hizo un colirio con que se limpiasen los ojos de nuestro corazón y pudiéramos ver su majestad mediante su humildad. Por eso se hizo carne la Palabra y habitó entre nosotros. Sanó nuestros ojos. ¿Y qué sigue? Y vimos su gloria. Nadie podría ver su gloria si no lo curase la humildad de la carne. ¿Por qué no podíamos ver? Atienda, pues, Vuestra Caridad y ved lo que digo. Al hombre le había caído al ojo una especie de polvo, le había caído tierra, había herido seriamente su ojo, no podía ver la luz. Ahora, a este ojo seriamente herido se aplica un ungüento. Tierra lo había herido seriamente y, para que sea sanado, se envía allí tierra, pues todos los colirios y medicamentos no son nada, sino de la tierra. Por el polvo te cegaste, por el polvo eres sanado; la carne, pues, te había cegado, la carne te sana. En efecto, carnal se había hecho el alma por consentir con los afectos carnales; por eso se había cegado el ojo del corazón. La Palabra se hizo carne: este médico te hizo un colirio. Y, porque vino de forma que con la carne extinguiera los vicios de la carne y con la muerte matase a la muerte, por eso ha sucedido en ti que, porque la Palabra se hizo carne, tú puedes decir: Y vimos su gloria. ¿Qué gloria? ¿La de hacerse Hijo del hombre? Ésta es su humildad, no su gloria. Pero ¿hasta dónde fue llevada la vista del hombre, curada mediante la carne? Vimos, dice, su gloria, gloria como de Hijo único nacido del Padre, lleno de gracia y verdad (Jn 1,14). De la gracia y la verdad trataremos más ampliamente, con el favor del Señor, en otro lugar del evangelio mismo. Ahora baste esto y dejaos edificar en Cristo, robusteceos en la fe, vigilad con obras buenas y no os apartéis del leño mediante el que podáis atravesar el mar.
Ev. Jn. Trat.II, 16

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