miércoles, 22 de abril de 2015

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De la mano de San Agustín (14)

Entrad por Cristo

 Así, pues, esto es lo que reclama el Señor a Pedro: Pedro, ¿me amas?, que es como decirle: «¿Qué me darás, qué me concederás en prueba de tu amor?» ¿Qué iba a dar Pedro al Señor resucitado, que sube al cielo para sentarse a la diestra del Padre? Era como decirle: «Esto me darás, esto me concederás si me amas: apacentar mis ovejas; entrar por la puerta y no saltar por otro lado». Cuando se leyó el evangelio, oísteis: El que entra por la puerta, ése es el pastor; mas el que sube por otra parte es un ladrón y un salteador (Jn 10,1-2), y lo que busca es disgregar, dispersar y matar (Jn 10,10). ¿Quién entra por la puerta? Quien entra por Cristo. Y ¿quién es éste? Quien imita la pasión de Cristo, quien conoce la humildad de Cristo, de modo que, como Dios se hizo hombre por nosotros, el hombre reconozca que no es Dios, sino sólo un hombre. En efecto, quien quiere pasar por Dios, siendo sólo un hombre, no imita a quien, siendo Dios, se hizo hombre. Pero a ti no se te dice: «Sé algo menos de lo que eres», sino: «Conoce lo que eres.» Reconoce que eres débil, que eres hombre, que eres pecador, que es él quien hace justos, que estás manchado. Si tu confesión incluye la mancha de tu corazón, pertenecerás a la grey de Cristo. La razón es que la confesión de los pecados es una invitación al médico que te ha de sanar, de igual manera que el enfermo que dice: «Yo estoy sano», no busca médico. ¿No habían subido al templo el fariseo y el publicano? El primero se ufanaba de tener salud, el segundo mostraba al Médico sus llagas. En efecto, el primero decía: ¡Oh Dios!, yo te doy gracias, porque no soy como ese publicano (Lc.18,11). Se gloriaba de estar por encima del otro. En consecuencia, si aquel publicano hubiese estado sano, el fariseo le hubiese mirado con malos ojos porque no habría tenido sobre quién ensalzarse. ¿En qué estado de salud había llegado quien tales sentimientos tenía? Desde luego, no estaba sano; mas como se decía sano, no bajó curado. En cambio, el otro, con la vista puesta en el suelo y sin atreverse a levantarla al cielo, golpeaba su pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de mí, que soy pecador. Y ¿qué dijo el Señor? En verdad que este bajó del templo hecho justo y no el fariseo. Porque todo el que se ensalza será humillado y quien se humilla será ensalzado (Lc. 18, 13-14). Luego los que se ensalzan quieren subir al aprisco por otro lado que por la puerta; por la puerta entran en el redil los que se humillan. Por esa razón, refiriéndose a estos, se sirve del verbo entrar, y, refiriéndose a los otros, del verbo subir. El que sube —lo estáis viendo—, el que busca alturas, no entra, sino que cae; en cambio, el que se agacha para entrar por la puerta, no cae, sino que es el pastor.
Sermón 137, 4





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