jueves, 28 de mayo de 2015

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De la mano de San Agustín (15)



El antiguo y nuevo testamento

Creo que vuestra caridad sabe que la Iglesia celebra hoy la venida del santo Espíritu del Señor. En efecto, el Señor prometió enviar el Espíritu Santo a sus apóstoles y, fiel a su promesa, merecedora de toda credibilidad, cumplió ciertamente lo prometido. La resurrección del Señor confirmó la fe de los hombres en la divinidad de quien se dignó hacerse hombre por nosotros. De igual modo y en mayor grado, la confirmó su ascensión al cielo. De forma más plena y perfecta aún, la confirmó el don del Espíritu Santo enviado por él, don que llenó a sus discípulos, convertidos ya en odres nuevos para poder recibir el vino nuevo, razón por la cual, al hablar distintas lenguas, se los consideró borrachos y cargados de mosto(Cf Hch 2,13). La voz de los oyentes fue un testimonio en favor de la Escritura del Señor, pues él había dicho: Nadie echa vino nuevo en odres viejos (Mt 9,17). Preparaba, pues, un vino nuevo para los odres nuevos. Eran odres viejos mientras pensaban, respecto a Cristo, según la carne; al odre viejo correspondía aquella frase del apóstol Pedro cuando a él, que temía que muriese Cristo, y, en consecuencia, pereciese como los demás hombres, le dijo el Señor: Échate atrás, Satanás, pues eres un estorbo para mí (Mt 16,23). Esta turbación de Pedro resultaba de ser odre viejo. Mas cuando resucitó el Señor, se les apareció y palparon lo que habían llorado cuando pendía de la cruz; cuando vieron vivos los miembros por los que derramaron sus lágrimas cuando estaban muertos y fueron sepultados, se afianzaron en la fe y creyeron en él. Sube al cielo, y les manda que se congreguen en un único lugar y que esperen allí hasta que les envíe lo que les había prometido. Reunidos en oración y deseando la promesa, se despojaron de la vetustez y se revistieron de la novedad. Hechos ya capaces, recibieron el Espíritu Santo el día de Pentecostés. Y no sin motivo celebramos esta fecha que encierra un misterio grandioso y evidente. Advierta vuestra santidad cómo van de común acuerdo las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento: en las primeras se prometió la gracia, en las segundas se otorgó; en aquéllas estaba el símbolo, en éstas la realidad. Como un artista que ha de hacer las imágenes de otro metal -bronce o plata por ejemplo- compone antes en cera las figuras que luego ha de fundir, y este primer bosquejo marca el camino a lo que en el futuro será sólido -pues da forma al molde que luego ha de llenar-, así también el Señor delineó para el viejo pueblo y diseñó a grandes rasgos lo que realizó para el nuevo pueblo con una efusión perfecta. Escuche vuestra santidad con mayor atención cuál es aquel bosquejo y cuál su realización en el día de Pentecostés. El precio a pagar por ello es la atención; el hablar es fructífero cuando se escucha con atención. Sed también vosotros odres nuevos para que podáis recibir, por mi ministerio, el vino nuevo.

Con frecuencia nos preguntan: «Si nosotros celebramos el día de Pentecostés en atención a la venida del Espíritu Santo, ¿por qué lo celebran los judíos?». Efectivamente, también ellos tienen su Pentecostés. Los que esta mañana estuvisteis atentos a la lectura de Tobías en la memoria del bienaventurado Teógenes, escuchasteis que en el día de Pentecostés se hizo preparar una comida con la intención de invitar a algunos de los suyos que fuesen dignos de tomar parte con él en la mesa, porque residía en ellos el temor del Señor. El día de Pentecostés -dijo- que es el santo entre las semanas (Tb 2,1). En efecto, siete por siete dan cuarenta y nueve; a esta cifra se añade uno por razón de la unidad, para volver a la cabeza, puesto que la unidad es la base de toda multiplicidad. Una multitud, si no está amarrada por la unidad, es pendenciera y pleitista; en cambio, la multitud que participa de la misma suerte forma un alma sola, como ocurrió con los que recibieron el Espíritu Santo, según dice la Escritura: Tenían un alma sola y un solo corazón hacia Dios (Hch 4,32). Resultan, pues, cincuenta, número que encierra el misterio de Pentecostés. ¿Por qué lo celebran los judíos sino porque era figura de otra cosa? Prestad atención: sabéis -no hay ningún cristiano que ignore lo que voy a decir- que los judíos matan un cordero y celebran la pascua, prefigurando la futura pasión del Señor. A ellos se les mandó también que buscasen un cordero de macho cabrío y oveja (Cf Ex 12,5). ¿Cómo puede encontrarse un cordero nacido de macho cabrío y oveja? Mas este mandato imposible de cumplir anunciaba una posibilidad futura en la persona del Señor. Efectivamente, se halló un cordero nacido de macho cabrío y oveja, puesto que nuestro Señor Jesucristo nació, según la carne, del linaje de David, teniendo en su origen justos y pecadores. Si consideras las generaciones que presentan los evangelistas, encontrarás que en la ascendencia del Señor hubo muchos pecadores y muchos justos. Por eso llamó a aquéllos, es decir, a los pecadores: porque vino a causa de ellos. Él congrega a su Iglesia formada de justos y pecadores, mas al reino de los cielos ha de enviar a los justos, apartando a los pecadores que perseveren en sus pecados y en la maldad. No obstante, en tal modo vino a cargar con nuestros pecados, que no desdeñó tomar su origen de pecadores. Muchos misterios hay encerrados en su genealogía. Dios nos concederá que tengamos tiempo suficiente para exponerlos a vuestra santidad. Con todo, volvamos ahora a lo que nos habíamos propuesto.

Hablábamos del día de Pentecostés, y en concreto de por qué celebran los judíos esa fiesta. Ellos matan un cordero -la muerte del cordero pascual-: igualmente celebramos nosotros la pascua, en la que el cordero degollado es inmaculado y sin culpa. Cordero en verdad, de quien dio testimonio Juan al decir: He aquí el cordero de Dios, he aquí el que quita los pecados del mundo (Jn 1,29); en su pasión celebramos nosotros la pascua. A los judíos se les dio la ley bajo el signo del temor; a los cristianos se les ha dado el Espíritu Santo bajo el signo de la gracia. Ellos, por el temor, no pudieron cumplir la ley, y la misma ley los hizo culpables. Cinco libros tiene la ley y cinco pórticos rodeaban la piscina de Salomón; aunque llevaban allí los enfermos, a ninguno podían sanar. A los cinco pórticos llevaban los enfermos, donde quedaban yaciendo; de idéntica manera, nadie alcanzaba la curación en los libros. ¿Por qué nadie? Por la soberbia: pensando que podían cumplir con sus fuerzas lo mandado, no lo cumplieron. Y estaba contra ellos la ley, ante la que se encuentran culpables hasta que exclamen, como ya dijimos esta mañana a vuestra santidad: Desdichado de mí; ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte? La gracia de Dios por Jesucristo nuestro Señor (Rm 7,24-25). La ley, por tanto, descubre su condición culpable; la gracia los libra de la culpabilidad; la ley amenaza, la gracia acaricia; la ley tiene a la vista el castigo, la gracia promete el perdón. Sin embargo, es lo mismo lo que ordena la ley y la gracia, razón por la que se dice que la ley está escrita con el dedo de Dios. Así lo hallamos en la Escritura.

¿Qué es el dedo de Dios? Investiguémoslo en el evangelio y lo encontraremos. ¿Qué significa la expresión «el dedo de Dios»? Dios no tiene la forma corporal que poseemos nosotros, ni ve por un órgano sí y por otro no, ni está delimitado por la forma de los miembros; él está entero en todas partes y presente en todo. ¿Qué es, pues, ese dedo de Dios? El Espíritu Santo. Prestad atención. ¿Cómo lo probamos? Por el evangelio. A veces sucede que un evangelista dice claramente lo mismo que otro ha dicho de forma figurada. Hay un lugar en el evangelio en el que los judíos dijeron del Señor que expulsaba los demonios en nombre de Belcebú. En respuesta, el Señor les dijo: Si yo expulso los demonios en el dedo de Dios, con toda certeza ha llegado a vosotros el reino de Dios (Lc 11,20). Otro evangelista relata lo mismo, cuando dice: Si yo los expulso en el Espíritu Santo, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios (Mt 12,28). Un evangelista habla del dedo de Dios, pero otro nos expone lo mismo, mostrándonos que el dedo de Dios es el Espíritu Santo. No busquemos en Dios dedos de carne, antes bien comprendamos por qué se llama así al Espíritu Santo. Porque por medio del Espíritu Santo recibieron los apóstoles la diversidad de los dones. En efecto, los dedos manifiestan la división de la mano y con ellos se cuenta y se divide. ¿Por qué, pues, celebran los judíos Pentecostés? ¡Gran misterio, hermanos, y digno de toda admiración! Si os dais cuenta, a los cincuenta días recibieron la ley escrita con el dedo de Dios y a los cincuenta vino el Espíritu Santo.

 Mas es necesario probarlo por lo que respecta a la ley, que los judíos recibieron en tablas de piedra para significar la dureza de su corazón. Con todo, fue escrita por el dedo de Dios, pues todo lo contenido en ella sigue estando preceptuado para los cristianos también; pero como dice el Apóstol, ya no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón (2Co 3,3). La diferencia está, pues, aquí: fue escrita en sus corazones duros y no se cumplió; la misma, entregada a los corazones ya creyentes de los cristianos, se volvió fácil y eterna. Así, pues, el pueblo judío era piedra; en cambio, los corazones de los cristianos eran tierra fértil, capaz de dar fruto. Según el evangelio, ésta es la razón por la que el Señor, cuando le presentaron aquella mujer sorprendida en adulterio, mientras los judíos, de acuerdo con la ley, querían lapidarla, él, dispuesto a perdonarle su pecado, quería sólo que no pecase más en adelante; por eso dijo a quienes, al ser ellos de piedra, querían lapidarla: Quien entre vosotros esté sin pecado, arroje sobre ella la primera piedra (Jn 8,7). Y, luego de decir esto, inclinó la cabeza y comenzó a escribir en la tierra con el dedo. Ellos, entretanto, examinando su conciencia, se alejaron uno a uno, comenzando por el mayor hasta el menor, y quedó la mujer sola. Levantando el Señor su cabeza, le dice: ¿Cómo, mujer; nadie te ha condenado? Y ella respondió: Nadie, Señor.Y el Señor: Tampoco yo voy a condenarte; vete y no peques en adelante (Jn 8,10-11). ¿Qué significó este perdón? La gracia. ¿Y aquella dureza? La ley dada en piedras. He aquí la razón por la que el Señor escribía con el dedo, pero ya en la tierra, de la que podía recoger fruto. Nada que se siembre en la piedra, germinará, porque no puede echar raíces. El dedo de Dios una y otra vez; con el dedo de Dios fue escrita la ley; el dedo de Dios es el Espíritu Santo.

La ley se promulgó a los cincuenta días y a los cincuenta días vino el Espíritu Santo. Pero nos habíamos propuesto demostrar que los judíos recibieron la ley a los cincuenta días, a partir de la celebración de la Pascua. Sabéis que se les mandó matar el cordero en el día catorce del primer mes y que celebrasen la pascua. Restan del mes diecisiete días, contando el día catorce con que comienza la pascua. Llegaron al desierto, donde les fue entregada la ley, y así dice la Escritura: En el tercer mes a partir del momento en que el pueblo fue sacado de Egipto (Ex 19,1), habló el Señor a Moisés para que los que habían de recibir la ley se purificasen para el tercer día, en que iba a ser dada. Se ordena la purificación, pues, para el comienzo del tercer mes; en concreto, para el tercer día; y comienza la pascua... Estad atentos, no sea que los números os despisten y traigan confusión a vuestro entendimiento. En la medida de nuestras posibilidades y con el beneplácito de Dios, vamos a explicarlo. Si vuestra atención nos ayuda, veréis al instante lo que digo; pero, si ella falta, diga lo que diga, por muy claro que hable, quedará oscuro... Así, pues, se anuncia la pascua para el día catorce del mes y se ordena una purificación, porque se va a dar en el monte la ley escrita con el dedo de Dios, dedo de Dios que es el Espíritu Santo. Haced memoria, pues esto lo hemos probado con el evangelio. Se proclama una purificación para el día tercero del tercer mes. Al primer mes quítale trece para comenzar con el catorce, y quedan diecisiete; añádele todo el mes segundo, y resultan ya cuarenta y siete días; contando hasta el tercer día de la purificación, tenemos ya los cincuenta días. Los judíos, pues, recibieron la ley a los cincuenta días: nada hay más claro y nada más evidente.

Pero es cosa dura, es una carga, un peso pesado. Mas vino el Señor con su gracia y grita: Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11,28-30). ¿Cómo es suave su yugo? La ley amenaza, él acaricia; la ley dice: «Si no lo haces, te castigaré»; Cristo dice: «Te perdono cuanto hayas hecho; estáte atento a no pecar en adelante» (Cf Jn 8,11). Por tanto, su yugo es suave y su carga ligera. Si nos convertimos en odres nuevos (Cf Mt 9,17) y esperamos vigilantes su gracia, nos llenará plenamente el Espíritu Santo, y con el Espíritu Santo existirá en nosotros la caridad; el vino nuevo nos pondrá en ebullición y su cáliz embriagador y extraordinario (Cf Sal 22,5) nos dejará ebrios, hasta el punto de olvidarnos de todo lo mundano que nos tenía atados, como se olvidaron los mártires al ir al martirio. Se olvidaron de sus hijos y mujeres; de sus padres que cubrían de ceniza sus cabezas, y de sus madres, que les presentaban sus pechos, echándoles en cara la leche que les dieron y negándose a comer; se olvidaron de todo, hasta el punto de no reconocer a los suyos. ¿Por qué te extrañas de que el mártir no reconozca a los suyos? Es un borracho. Borracho ¿de qué? De amor. ¿De dónde procede el amor? Del dedo de Dios, del Espíritu Santo, de quien vino el día de Pentecostés.

¿Cómo probamos que la caridad proviene del Espíritu Santo y que hace cumplir la ley? Con estas palabras del Apóstol: La plenitud de la ley es la caridad (Rm 13,10b), y con estas otras: El amor al prójimo no obra el mal (Rm 13,10a). Pues «no adulterarás, no robarás, no matarás, no desearás lo ajeno» y cualquier otro mandamiento se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo (Rm 13,9), dado que la caridad hace cumplir la ley. Pero ¿cómo probamos que la caridad proviene del Espíritu Santo? Escucha decir al Apóstol: nos gloriamos en las tribulaciones (Rm 5,3). Las tribulaciones obligaban a los judíos a cumplir la ley, pero no podían; a los cristianos, en vez de apartarlos de la ley, las tribulaciones los hacen correr más hacia ella. Ved lo que estoy diciendo, hermanos. A cualquier judío que sacrificase a los ídolos se le penaba con la lapidación o la crucifixión; mas como el temor los oprimía, el amor no los poseía: no temían porque les vencía la codicia, e iban tras los ídolos, a lo que tenían asociada la cruz, la amenaza inminente de la lapidación y de la muerte, y ni estos castigos los retraían de ello. Luego, como llegó el amor y el temor, se abrió paso la caridad. Se anunció el evangelio a los gentiles; comenzaron a amenazarles con la hoguera, con la cruz o con las fieras para que sacrificasen a los ídolos, pero sufrían todos los tormentos con que los emperadores les amenazaban y les infligían y ni aun así se inclinó su corazón a los ídolos. Los tormentos que no conseguían apartar a los judíos de los ídolos eran incapaces de forzar a los cristianos a adorarlos, porque ya estaba presente la caridad donada por el Espíritu Santo. Sino que hasta nos gloriamos -dice el Apóstol- en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la prueba -queremos probar que la caridad que hace cumplir la ley proviene del Espíritu Santo-, pues la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, la prueba; la prueba, la esperanza; mas la esperanza no veja, porque la caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5,3-5).

Así, pues, hermanos, celebremos el aniversario de la venida del Espíritu Santo, pero el Espíritu Santo debemos tenerlo a diario en nuestro corazón. No pensemos que esa festividad debe limitarse a este día, excluidos los demás; no la celebremos en una única fecha, sino en todo tiempo para que, cuando, en su día, llegue el Señor (Cf 1Co 5,2; 2P 3,10), no nos encuentre réprobos (1Co 9,27), sino probados, de modo que conduzca a la herencia eterna a los que dio tal garantía (Cf 2Co 1,22). Pues Cristo se desposó con su Iglesia, y le envió el Espíritu Santo. Este Espíritu se lo dio como alianza. Quien le dio la alianza le ha de dar la inmortalidad en el descanso. Amémosle a él, esperemos en él, creamos en él.

Mañana venid un poco antes para cantar los himnos a Dios. Algunos se embriagan con el vino de la vid terrena, causa de libertinaje; embriaguémonos también nosotros con los cantos a Dios. Alabando a Dios con cánticos salvíficos (Cf Ef 5,18-19), olvidemos de una vez la tierra para merecer ser elevados de la tierra al cielo, otorgándonoslo nuestro Señor Jesucristo que vive y reina con Dios

Sermón 272B 

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