Oye, Señor, mi oración
(Sal 60,2), a fin de que no desfallezca mi alma bajo tu disciplina ni me canse
en confesar tus misericordias, con las cuales me sacaste de mis pésimos
caminos, para serme dulce sobre todas las dulzuras que seguí, y así te ame
fortísimamente, y estreche tu mano con todo mi corazón, y me libres de toda
tentación hasta el fin. He aquí, Señor, que tú eres mi rey y mi Dios (Sal 5,9);
pues ceda en tu servicio cuanto útil aprendí de niño y para tu servicio sea
cuanto hablo, escribo, leo y cuento, pues cuando aprendía aquellas vanidades,
tú eras el que me dabas la verdadera ciencia, y me has perdonado ya los pecados
de deleite cometidos en tales vanidades. Mucho vocabulario útil aprendí en
ellas, es verdad; pero también se pueden aprender en las cosas que no son
vanas, y éste es el camino seguro por el que debían caminar los niños.
Conf. 1, 15.24
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