sábado, 25 de julio de 2015

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De la mano de San Agustín (16): El deseo de ser grande

 Finalmente, escucha esta cosa tan clara. Dos discípulos suyos que eran hermanos e hijos del Zebedeo, Juan y Santiago, desearon aventajar a los demás en grandeza, y, como a ellos les daba reparo, se sirvieron de su madre para expresar sus deseos. La enviaron para que le dijese: Haz, Señor, que en tu reino uno de mis hijos se siente a tu derecha y otro a tu izquierda (Mt 20,21). El Señor les respondió a ellos, no a ella: No sabéis lo que pedís. Y añadió: ¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber? (Ibid. 22) ¿Qué cáliz sino aquel del que dice en la cercanía de la pasión: Padre, si es posible, pase de mí este cáliz? (Ibid. 26,39) ¿Podéis, les dijo, beber el cáliz que yo he de beber? Y ellos en seguida, ávidos de grandeza y olvidándose de su debilidad, dijeron: Podemos. Y él: Mi cáliz lo beberéis, pero el sentaros a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concedéroslo; mi Padre lo tiene preparado para otros (Ibid 20,23). ¿Para quiénes está preparado si no lo está para los discípulos? ¿Quiénes se sentarán allí si no van a sentarse los apóstoles? Está preparado para otros, no para vosotros; para otros, no para los soberbios. Y justamente echa delante su humildad al decir: Mi Padre lo tiene preparado para otros; siendo él personalmente quien lo prepara, dijo que estaba preparado por su Padre, para que tampoco aquí diese la impresión de ser vanidoso y, en consecuencia, no edificase la humildad, que motivaba cuanto había dicho.

Y, en verdad, el Padre no prepara lo que no prepara el Hijo, ni prepara el Hijo lo que no prepara el Padre, puesto que dice él: Yo y el Padre somos una sola cosa (Jn 10,30); y también: Todo lo que hace el Padre, lo hace también igualmente el Hijo (Ibid. 5,19). Era maestro de la humildad de palabra y obra; en efecto, en cuanto a la palabra, ya desde el comienzo de la creación, nunca calló ni cesó de enseñar la humildad por medio de los ángeles y los profetas; y se dignó enseñarla también con su ejemplo. Vino en humildad nuestro creador, creado entre nosotros; él que nos hizo y fue hecho por nosotros: Dios antes del tiempo, hombre en el tiempo, para librar al hombre del tiempo. Vino, como gran médico, a curar nuestra hinchazón. De oriente a occidente, el género humano yacía como un gran enfermo, y requería un gran médico. Este envió primero a sus ayudantes, y luego llegó él cuando algunos ya habían perdido la esperanza. Hizo como los médicos: cuando envían a sus ayudantes, es porque se trata de algo fácil; mas, cuando el peligro es grave, vienen ellos. El género humano se hallaba en gran peligro, enredado en todos los vicios; de modo especial manaba la fuente de la soberbia: y él vino a curarla con su ejemplo. Avergüénzate de ser todavía soberbio, tú, hombre, por quien se humilló Dios. Grande hubiese sido la humildad de Dios aunque sólo hubiese nacido por ti; pero hasta se dignó morir por ti. Él estaba en la cruz, oculto en el hombre, cuando los judíos, sus perseguidores, movían su cabeza ante ella y le decían: Si es Hijo de Dios, que baje de la cruz y creeremos en él (Mt 27,40-42). El, no obstante esto, conservaba la humildad, y por eso no descendía; no es que hubiese perdido el poder, sino que enseñaba la paciencia. Pensad en su eficacia y su poder, y ved cuan fácilmente pudo descender de la cruz quien pudo resucitar del sepulcro. Pero la humildad y la paciencia no te las quería mandar sin enseñártelas él personalmente; de mandártelas con la palabra, tenía que enseñártelas y encarecerlas con su ejemplo. Fijémonos al respecto en la persona del Señor; miremos su humildad, bebamos el cáliz de su humildad, estrechémonos a él y pensemos en él. Es cosa fácil pensar en grandezas, fácil disfrutar de los honores, fácil prestar oído a los lisonjeros y aduladores. Soportar la afrenta, escuchar pacientemente un insulto, orar por quien te injuria: éste es el cáliz del Señor, éste es su banquete. ¿Has sido invitado por uno mayor que tú? Piensa que conviene que prepares eso mismo (Pr 23,1)
Sermón 340A, 5

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