jueves, 9 de julio de 2015

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De la mano de San Agustín (8)


Salvar los valores

No te dejes, pues, vencer cuando combates. Ved qué tipo de guerra, de combate, de refriega: interior, dentro de ti mismo. La carne tiene deseos contrarios al espíritu (Ga 5,17). Si el espíritu no tiene deseos contrarios a la carne, comete ya el adulterio; mas, si el espíritu tiene deseos contrarios a la carne, veo surgir el combate; no veo un vencido, pero sí la lucha. La carne tiene deseos contrarios al espíritu: el adulterio produce placer; confieso que es placentero. Mas el espíritu tiene deseos contrarios a la carne: también la castidad es placentera. Por tanto, ¡que venza el espíritu a la carne o, al menos, que no lo venza la carne! El adulterio busca la oscuridad, la castidad desea la luz. Vive conforme a lo que quieres que piensen de ti; vive conforme a lo que quieres que los hombres piensen de ti, incluso si no te ven ojos humanos, porque quien te hizo te ve también en la oscuridad. ¿Por qué los hombres alaban en público la castidad? ¿Por qué ni siquiera los adúlteros alaban el adulterio? Luego quien busca la verdad viene a la luz (Cf Jn 3,21).

 «Pero el adulterio es placentero». Tienes que oponerte a él, tienes que resistirle, tienes que luchar contra él, pues no careces de medios con que luchar. Tu Dios está en ti; se te ha otorgado el Espíritu bueno. Y, no obstante, se permite a la carne misma tener deseos contrarios al espíritu con sugestiones torcidas y verdaderos deleites. Hágase realidad lo que dice el Apóstol: No reine el pecado en vuestro cuerpo mortal (Rm 6,12). No dijo: «No exista», pues ya está en él. Algo que recibe el nombre de pecado porque es fruto del pecado. De hecho, en el paraíso la carne no tenía deseos contrarios al espíritu, ni había tal combate allí donde sólo había paz. Pero, una vez que tuvo lugar la trasgresión, después que el hombre rehusó servir a Dios y se entregó a sí mismo —aunque no se entregó a sí mismo de modo que al menos pudiera poseerse a sí mismo, sino que le poseyó quien le engañó—, la carne comenzó a tener deseos contrarios al espíritu (Cf Ga 5,17). Y ese algo alimenta deseos contra el espíritu en los buenos, puesto que en los malos no tiene contra quién, pues nutre deseos contra el espíritu solo allí donde hay espíritu.

En efecto, no pienses que lo que dice el Apóstol: La carne tiene deseos contrarios al espíritu, y el espíritu, contrarios a la carne (Ga 5,17) sólo se da con referencia al espíritu del hombre. Es el Espíritu de Dios quien combate en ti contra ti, contra lo que hay en ti contrario a ti. En efecto, no quisiste sostenerte firme junto al Señor; caíste y te rompiste; te hiciste añicos como un vaso cuando, de la mano del hombre, cae al suelo. Y, como te hiciste añicos, por eso eres contrario a ti mismo, estás enfrentado contigo mismo. No haya en ti nada contrario a ti, y te mantendrás íntegro. 
Sermón 128, 5.8- 6.9

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