miércoles, 5 de agosto de 2015

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De la mano de San Agustín (4) : El sacerdocio de Cristo.

Lo mismo ocurre en el salmo en que se habla clarísimamente del sacerdocio de Cristo, como en el otro de su reinado: Oráculo del Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies. Que Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre es una verdad que creemos, no lo vemos; que sus enemigos estén puestos bajo sus pies, aún no aparece; se está llevando a cabo, aparecerá al fin; también esto se cree ahora, se verá después. Pero lo que sigue: Desde Sión extenderá el Señor el poder de tu cetro; somete en la batalla a tus enemigos, es tan manifiesto, que el negarlo sería no sólo infidelidad e infelicidad, sino también desfachatez.

Confiesan los mismos enemigos que desde Sión fue promulgada la ley de Cristo, que nosotros llamamos Evangelio, y reconocemos como cetro de su poder. Que Él reina en medio de sus enemigos lo atestiguan los mismos entre quienes reina, rechinando los dientes y deshaciéndose, pero sin poder nada contra Él.

Algo después dice: El Señor lo ha jurado y no se arrepiente. Con estas palabras significa que será eterno lo que añade: Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec (Sal 109,124). Porque no existirá ya el sacerdocio y el sacrificio según el rito de Aarón, y se ofrecerá por doquier por el sacerdote Cristo el que ofreció Melquisedec cuando bendijo a Abrahán (Gn 14,18ss). ¿Quién se atreverá a dudar de quién dijo esto? Y a estas cosas claras hay que referir otras, expresadas algo más oscuramente en el mismo salmo, si se han de entender rectamente. Lo cual ya hemos hecho nosotros en nuestros sermones al pueblo.

Así, en aquel salmo donde Cristo expresa por la profecía la humillación de su Pasión diciendo: Me taladran las manos y los pies, puedo contar mis huesos. Ellos me miran triunfantes. Con estas palabras se significó el cuerpo extendido en la cruz, con pies y manos sujetas y traspasadas con los clavos, y ofreciéndose de este modo en espectáculo a los que lo contemplaban y observaban. Y añade también: Se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica (Sal 21,17-19). La historia evangélica nos cuenta cómo se cumplió esta profecía ( Mt 27,35).

Así se entienden rectamente otros detalles que se citan allí con menor claridad si están de acuerdo con las cosas que brillan con tal claridad; sobre todo, porque los hechos que no creemos como pasados, sino que vemos presentes, al igual que se leen anunciados tanto tiempo antes, se ven ya manifiestos ahora en el mundo entero. En efecto, se dice un poco después: Lo recordarán y volverán al Señor hasta los confines del orbe; en su presencia se postrarán las familias de los pueblos. Porque del Señor es el reino, Él gobierna a los pueblos ( Sal 21,28-29).
CdeD XVII, 17


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