domingo, 22 de noviembre de 2015

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Fiesta de Cristo Rey

La escena evangélica de hoy es muy expresiva. Hay en ella dos mundos frente a frente, dos modos o dos formas de poder, dos sentidos de una misma realidad.

De una parte aparece en la escena un hombre, Pilato, sentado en su trono, ricamente vestido, gobernador del todopoderoso imperio romano. En la imagen de este hombre se personifica todo lo que entendemos por reinar y mandar, con todos los atributos del poder. Reina, en nombre del emperador, con un poder absoluto.

De otra parte aparece en la escena otro hombre, Cristo. Está de pie ante las gradas del trono, cubierto  con una túnica desgarrada. rodeade de

 soldados, atadas las manos, macilento a causa de una noche de vigilia violenta. Sabe que va a morir dentro de unas horas.. Es la personificación de la soledad, del abandono, de la pobreza. Es la estampa perfecta de todo lo contrario a lo que el mundo entiende por no reinar.

El diálogo entre estos dos hombres no tiene desperdicio. Desde su postura de poder y de seguridad, con una pizca de asombro y mucho de sarcasmo, pregunta Pilato: Pero, ¿tú eres rey? Y  no saldría de su asombro al oír la respuesta de Jesús, rotunda y certera: Tú lo dices, yo soy rey. Y le explica a Pilato su peculiar modo de ser rey. Le dice: Mi reino no es de este mundo. No es como el tuyo. Si lo fuera, mis soldados me hubieran defendido.

Naturalmente, Pilato no entendió nada. Y quizás tampoco nosotros. Pretendemos, quizás, que Cristo reine por medio del esplendor, de la gloria, del poder, de la eficiencia, de las pompas y grandes manifestaciones, y no con la sencillez, la humildad, la pobreza, el amor, la cercanía a los más pobres…, es decir, con todo aquello que fue compañero casi inseparable de la vida de Cristo.

El reino de Cristo, como afirma el mismo Jesús, no es de este mundo. Sí está en este mundo, pero no es como los reinos de este mundo. Es otra cosa radicalmente distinta: Como luego dirá el prefacio de la misa, es un reino eterno y universal, el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. Ha venido a salvar, a perdonar, a curar, a dar la vida, a anunciar el evangelio del amor de Dios, a comunicar esperanza.

Al poder de la fuerza, Jesús contrapone la fuerza del amor. A la prepotencia, contrapone el servicio al hermano. Al orgullo y la soberbia, la humildad y la sencillez.

Jesús nos habla muchas veces del Reino de Dios a lo largo del evangelio. Cuando comienza su predicación dice: El reino de Dios está cerca de vosotros. Más adelante, cuando ve que sus discípulos lo van acogiendo, dice: El Reino de Dios está dentro de vosotros.

Está dentro de nosotros el Reino de Dios, si aceptamos a Jesús en nuestra vida con todas sus consecuencias. Es decir, si vivimos el amor que él nos tiene y lo comunicamos a los demás, si trabajamos por la paz y la justicia, si somos, como él, misericordiosos y compasivos, si luchamos contra el pecado y vivimos en gracia, si defendemos la vida, y una vida digna, y la comunicamos, si estamos en la verdad, y no en la mentira ni la hipocresía.

Nos ha convertido en un reino, nos dice hoy la lectura del Apocalipsis. No hace falta que llegue el momento de nuestra muerte para llegar al Reino de Dios. Estamos en el Reino porque él está en nosotros. Cristo quiere reinar a través de nosotros en el mundo, en nuestra familia, en mi entorno. Siendo testigos de la verdad. Es decir, viviendo el evangelio de Jesucristo. No nos quiere súbditos, sino amigos y hermanos.

Los poderes de este mundo no entenderán que esta es la forma mejor de reinar. Como tampoco lo entendía Pilatos. Allá ellos. ¡Cuánto mejor sería todo si este Reino de Cristo se implantara del todo entre nosotros! La familia, nuestro país, el mundo… De nosotros depende. 

Cristo reina desde la cruz, porque en ella ha sido exaltado. Murió y resucitó y fue constituido Señor del universo. Es lo que celebramos en la eucaristía.

P. Teodoro Baztán Basterra


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