miércoles, 23 de diciembre de 2015

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María, Modelo de esperanza (4)

Nosotros
Quizás estamos llenos de esperanzas y no tanto de esperanza. Las esperanzas humanas son circunstanciales o coyunturales. Algunas importantes, como la del enfermo que, aquejado de una enfermedad grave, espera recuperar la salud total. O la del desempleado de largo tiempo que espera conseguir un buen trabajo para poder vivir dignamente. O la del matrimonio joven que espera la llegada del primer hijo. O la de quien espera ganar mucho dinero en no sé qué negocios. Y tantas otras.

Pero estas esperanzas podrían no realizarse, con la consiguiente desilusión y tristeza, ya que son esperanzas que sí pueden defraudar. Y aunque se cumplieran, no colmarían totalmente nuestros anhelos y necesidades.

La esperanza -esta sí en singular, la cristiana- aspira a conseguir o alcanzar la plena realización del propio ser, el bien total, que no es otro sino Dios mismo. Así esperamos el encuentro definitivo con el Dios de la vida para ser eternamente felices. El objeto único -objeto en sentido gramatical, porque Dios no es ninguna cosa- de nuestra esperanza cristiana es Dios mismo. Así se expresa san Agustín:
Sea tu esperanza el Señor Dios. No esperes ninguna otra cosa de él; sea el mismo Señor tu esperanza. Muchos esperan dinero de Dios, honores caducos y perecederos, es decir, cualquiera otra cosa fuera de él; tú pide el mismo Dios; aún más, despreciando todo, camina hacia El; olvidando todo, acuérdate de él; dejando atrás todas las cosas, extiéndete hacia el Señor. Él, sin duda, corrige al descaminado, él guía al recto, él conduce; luego sea él tu esperanza, que guía y conduce (En. in ps. 39,7).

Si pusiéramos nuestra esperanza única o primordialmente en las cosas de este mundo relegando a Dios a un segundo o ningún lugar, nos sobrevendría fácilmente la frustración, el desaliento, la tristeza y la desesperanza. 

Quien aspira sólo a tener dinero, será siempre un pobre hombre. Quien desea por encima de todo alcanzar una alta posición social para vivir con amplísima comodidad, será un eterno frustrado. Quien pone su esperanza únicamente en el placer y en “pasarlo bien”, conocerá sólo la amargura porque nunca podrá conseguir el placer total, mucho menos la felicidad, aunque pueda gozar de momentos placenteros. Quien no espera nada en la vida, porque cree que lo puede todo por él mismo y que de nadie necesita, quedará abatido por su propia presunción y orgullo personal.

Es bueno, útil y estimulante esperar y desear cosas buenas: salud, trabajo, amor, unidad familiar, amigos, vida digna, justicia, paz, etc. Quien todo esto espera y desea no quedará frustrado si parte de lo único necesario, de lo que es absoluto, si acude a la única fuente de la total felicidad, que es Dios, a quien ama por encima de todo con todo su corazón. Todo lo demás, aunque sea muy bueno, será relativo. Más todavía, estas cosas buenas, deseadas y esperadas en Dios, adquirirán un gran valor añadido, el valor de la paz y el gozo. El objetivo de la esperanza cristiana trasciende, de un modo absoluto, todo lo terreno.

De la Encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI tomo estas palabras: Nosotros necesitamos tener esperanzas -más grandes o más pequeñas-, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanza (Sope Salvi 31). Con Dios poseído, o mejor, poseídos por Dios, no será posible la frustración ni el desaliento. Predominará, más bien, un sentimiento de plenitud y paz interior. Y nuestra esperanza en él será colmada y cumplida.

Necesario será que nos fijemos unos objetivos nobles y altos, pero bien concretos, y confiando siempre en Dios. Él nos ayudará a utilizar con ilusión los medios necesarios para alcanzarlos. Quien pone la mirada en Dios como único bien absoluto, considerará relativo todo lo demás, puesto que el objetivo de la esperanza cristiana sobrepasa y trasciende todo bien terreno. 

Como resumen de todo lo anterior, transcribo unas palabras de la Carta a los Hebreos, en las que nos exhorta a vivir la fe, la esperanza y la caridad: Acerquémonos (a Jesús) con corazón y llenos de fe… Mantengámonos firmes en la esperanza que profesamos, porque es fiel quien hizo la promesa. Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras (Hb 10, 22-24) .
Y san Pablo nos anima a mantener siempre firme la esperanza y a vivirla con alegría: Que la esperanza os mantenga alegres; manteneos firmes en la tribulación (Rm 12, 12).

Fuente: Consuelo es su nombre
P. Teodoro Baztán Basterra

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  1. Unknown dijo... 23 de diciembre de 2015, 2:24

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