martes, 3 de mayo de 2016

// //

De la mano de San Agustín (1): Ver al Padre en Jesús

 De hecho, los discípulos, cuando aún creían que el Padre es una cosa mayor que el Hijo, porque veían la carne y no entendían la divinidad, le dijeron: Señor, muéstranos al Padre y nos basta (Jn 14,8). Como si dijeran: «Ya te conocemos a ti y te bendecimos por conocerte, pues te damos gracias por haberte mostrado a nosotros; pero todavía no conocemos al Padre; por eso nuestro corazón arde y se abrasa con cierta santa ansia de ver a tu Padre que te envió; muéstranoslo y de ti no desearemos nada más, pues nos basta con que se haya mostrado ese mayor que el cual nadie puede haber». ¡Buena ansia, buen deseo; pero inteligencia pequeña! En efecto, al observar el Señor Jesús que los pequeños buscaban cosas grandes, y que él mismo era grande entre pequeños y pequeño entre pequeños, a Felipe, uno de los discípulos, el cual había dicho eso, le pregunta: Tanto tiempo estoy con vosotros, y ¿no me habéis conocido, Felipe? Felipe podría responder aquí: «Te conocemos, pero ¿acaso te hemos dicho “Muéstrate a nosotros”? Te conocemos, pero buscamos al Padre». Inmediatamente añade: Quien me ha visto, ha visto también al Padre (Jn 14,9). Si, pues, el enviado es igual al Padre, no lo juzguemos por la debilidad de la carne; pensemos, más bien, en la majestad vestida de carne, no oprimida por la carne. En efecto, mientras permanece como Dios con el Padre, se hizo hombre con los hombres, para que tú fueses hecho capaz de captar a Dios, gracias a aquel que se hizo hombre junto a ti. De hecho, el hombre no podía captar a Dios; el hombre podía ver a un hombre, no podía captar a Dios. ¿Por qué no podía captar a Dios? Porque no tenía el ojo del corazón con que captarlo. Había, pues, dentro algo enfermo y fuera algo sano: tenía sanos los ojos del cuerpo, tenía enfermos los ojos del corazón. Aquél se hizo hombre adaptado al ojo del cuerpo, para que, creyendo en ese que podía ser visto corporalmente, fueses curado para ver a quien no podías ver espiritualmente. Tanto tiempo estoy con vosotros, y ¿no me habéis conocido, Felipe? Quien me ha visto, ha visto al Padre. ¿Por qué no lo veían ellos? He aquí que lo veían, mas no veían al Padre; veían la carne, pero la majestad se ocultaba. Los judíos que lo crucificaron vieron también lo que veían los discípulos que le amaron. Dentro, pues, estaba entero él, y dentro de la carne de tal modo, que permaneció con el Padre, pues no abandonó al Padre cuando vino a la carne.
Ev. Jn. Trat. XIV, 12


0 Reactions to this post

Add Comment

Publicar un comentario