miércoles, 25 de mayo de 2016

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Santísima Trinidad

  Cuando un cristiano celebra la solemnidad de hoy parece que se queda un tanto enmudecido y hasta sin palabras: ¿cómo puede meditar, vivir, comprender y atestiguar este misterio? Es cierto que el misterio no es un algo que cada uno puede entender a su manera sino más bien valorando que es una realidad divina que incita fundamentalmente a creer y a vivir: abrirnos al proyecto de Dios Padre, creer en el Hijo que es la Verdad, el Camino y la Vida, y llenarnos de gozo por el Espíritu Santo que nos purifica y nos empuja a ser conscientes como hijos de Dios.

A primera vista y estando siempre acostumbrados a calcular y argumentar a nuestro estilo, parece que, cuando llega el día del misterio de la Santísima Trinidad, todo nuestro ser se silencia y hasta siente la incapacidad de enfrentarse a la gran y única Verdad que es la definición de Dios.

El día de la Santísima Trinidad no es una mera fecha, es anuncio de un misterio eterno y este día es como una gran Luz que quiere entrar en nuestro interior, en nuestro caminar por la vida, situándonos en la experiencia más plena y hermosa que jamás se puede olvidar: el ser amados por Dios Uno y Trino. Sólo así es posible dejarnos iluminar por el Señor y entrar en un camino que nos lleva a marchar ligeros de equipaje y quitando de nuestro interior el miedo que tenemos de creer totalmente en el misterio de la Trinidad y, a la vez, dejarnos guiar por el Dios verdadero anunciado por Jesucristo.

Pensamos que ante el misterio nos sentimos incapaces en profundizar y llenar nuestro corazón. Y, sin embargo, ésa no debe ser la cuestión: fundamentalmente es gracia de Dios que nos hace partícipes  y testigos del Amor infinito, de la Redención y de la Vida en unión con Dios. Debemos salir de esa situación de lejanía del misterio ya que Dios nos invita a una libertad redescubriendo con su encuentro, nos reconcilia -no olvidemos el Año de la Misericordia-, con nuestra propia realidad de hijos suyos y nos impulsa a afrontar el futuro de nuestra existencia en un camino interior. El misterio de la Santísima Trinidad  es como la fuerza de Dios, escondido en la debilidad y acogido por la libertad del hombre. Al meditar todo lo anterior es como situarnos ante un misterio que es total felicidad. Recordemos el evangelio. “cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la Verdad plena, pues lo que os hable no será suyo; hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir” (Juan 16, 13). Asi está en nuestras manos el abrirnos al proyecto total de Dios, colaborar con la humanidad de Jesucristo y expresar la vida interior que nos llena el Espíritu Santo.

Nuestro camino es nuestra historia, lo que somos y lo que hacemos; una vida que no es sin más un llenar el tiempo desde una actitud de mero cumplimiento sino ser consecuentes con el mandado de Jesucristo que es la Verdad, y que nos enseña a aprender y vivir con Él en su ser humilde  y lleno de perdón. Como cristianos debemos creer que Dios habita en nuestra propia realidad cotidiana; somos templos suyos y su misericordia y perdón están siempre a nuestro lado. La Palabra del Señor nos abre senderos de luz en variadas circunstancias de nuestra vida y eso nos lleva a una valoración más plena de nosotros mismos en función de la gracia que es siembra constante desde Dios y que, a la vez, es un compromiso que debemos asumir y ser coherentes.

A veces, muchas veces, y a pesar de repetir una fórmula-oración tan llena de fe y amor,  el Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, olvidamos que la primera iniciativa es de Dios: “Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesuscristo” (Romanos 5, 1). Nuestra vida es como un peregrinar desde la oscuridad de la fe y desde el escándalo de la cruz a la luz de la unión con Dios. Jesús nos interpela y justamente en un momento en el que la historia de la humanidad está llena de contradicciones y escándalos para que abramos el corazón y nos situemos a la luz de Dios desde el Espíritu Santo.

    Tenemos que reafirmar con profunda fe y continúan plegaria quién es Dios, cómo nos ama, nos perdona y nos dirige hacia una visión de la vida tal cómo Él quiere ya que solo así seremos plenamente felices. Preguntémonos a nosotros mismos ¿por qué no nos valoramos desde el misterio que somos? Nuestras personas no somos una realidad a nuestra medida: somos creación de Dios, somos sus hijos y caminamos hacia una eternidad: “Por él hemos obtenido con le fe el acceso a esta gracia en que estamos; y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios” (Romanos 5, 2). La fuerza de Dios, su gracia, escondida en la debilidad y acogida por la libertad del hombre, se nos tranforma en vida y hasta en una mirada distinta hacia la realidad ya que el punto de partida no está sin más en las apreciaciones personales sino que hay una base que es la presencia amorosa de Dios que habita en nuestra realidad cotidiana y nos abre senderos de luz en las variadas circunstancias de nuestra existencias.

    La acción del Espíritu no se puede sopesar: más bien, es creer que estamos llenos de una presencia divina que actúa a la luz de la unión con Dios y que nos conduce a vivir el mismo espíritu con que Jesús vivió su humanidad. Así, nos ayuda a encontarnos con el Dios vivo del Reino a cuyo servicio entregó su vida entera.
P. Imanol Larrínaga

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