jueves, 21 de julio de 2016

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De la mano de San Agustín (5): Señor, escucha mis palabras.

Título del Salmo: En atención de aquella que recibe la herencia. Nuestra interpretación va, lógicamente, referida a la Iglesia, que recibe como herencia la vida eterna, por nuestro Señor Jesucristo, para tomar posesión del mismo Dios con cuya unión se sienta dichosa, de acuerdo con el texto: Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra (Mt 5,4). Y la tierra no es sino aquella de la que se dice: Tú eres mi esperanza, y mi lote en la tierra de los vivientes (Sal 141,6). Más claro aún: el Señor es el lote de mi heredad y de mi copa (Sal 15,5). También la Iglesia, por su parte, tiene la acepción de heredad, si nos atenemos a las palabras: Pídemelo, y te daré las naciones en herencia (Sal 2,8). Por consiguiente, nuestra heredad es Dios, porque él es quien nos alimenta y nos sostiene. Y nosotros somos heredad de Dios, puesto que él es nuestro administrador y gerente. Por todo ello, en este salmo se manifiesta la voz de la Iglesia llamada a la herencia, para acabar siendo ella misma heredad del Señor.

Señor, escucha mis palabras. Ella, que se siente llamada, llama al Señor para, con ayuda suya, ir sorteando la maldad de este siglo y llegar hasta él. Atiende a mis gemidos. Pone de relieve en qué consiste este gemido y lo profundo e íntimo que tiene que ser para llegar hasta Dios desde la morada secreta del corazón, sin estridencias corporales, dado que la voz corpórea penetra por los oídos, mientras que la voz espiritual tiene como meta la inteligencia.
También se trata de una escucha por parte de Dios, no por conducto de oídos de carne, sino por la presencia de su majestad.

3. [v. 3] Atiende a la voz de mi súplica, es decir, a la voz que pide a Dios que le atienda. ¿De qué voz se trata? Ya lo insinuó al decir: Atiende a mi grito. Atiende a la voz de mi súplica, rey mío y Dios mío. Aunque el Hijo es Dios, y el Padre es Dios, y ambos son un solo Dios, y si nos preguntan acerca del Espíritu Santo, no debemos responder sino que es un solo Dios, y cuando se mencionan juntos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, no cabe entender sino que se trata de un único Dios, sin embargo, las Escrituras suelen llamar rey al
Hijo. Por consiguiente, habida cuenta de las palabras: al Padre se va por mí (Jn 14,6), es muy razonable en primer lugar la expresión Rey mío, para decir acto seguido Dios mío. Por lo demás, no dijo atended, sino atiende. En efecto, la fe católica no proclama dos o tres dioses, sino que afirma que la Trinidad misma es un solo Dios. Y no lo hace dejando abierta la posibilidad de que esta Trinidad se denomine unas veces Padre, otras Hijo y otras Espíritu Santo, como creyó Sabelio, sino que el Padre solo es Padre, el Hijo solo Hijo, el Espíritu Santo solo Espíritu Santo, y esta Trinidad un solo Dios. Por todo ello, creemos que la expresión del Apóstol: de él, por él y en él son todas las cosas (Rm 11,36) es ya una indicación de esta Trinidad. Y sin embargo, no añadió: A ellos la gloria, sino a él la gloria.
CS  5,  1-3

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