sábado, 4 de febrero de 2017

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De la mano de San Agustín (3): LA CORRECCIÓN Y LA GRACIA (3)

Respóndese a la dificultad anterior

A esto respondemos: Quienquiera que seas y no cumples los preceptos del Señor, que ya conoces, ni quieres ser corregido, sábete que aun de esto debes ser corregido: de no admitir la corrección. Pues no quieres se te manifiesten tus vicios, no quieres que te los sajen con saludable dolor para que busques al médico, no quieres ponerte ante el espejo de ti mismo para que, viendo tu deformidad, invoques al Reformador, suplicándole te hermosee.

Por culpa tuya eres malo, y se agrava la maldad al esquivar la censura que ella merece, como si los vicios fueran laudables o indiferentes, de suerte que ni se aplaudan ni vituperen; o como si nada hiciera el temor, la vergüenza o el dolor del hombre corregido; o como si, cuando punza con estímulo saludable, no aguijoneara a implorar el auxilio de aquel que es bueno por excelencia, para dejar la maldad y hacer obras dignas de alabanza. El que rechaza la corrección y sólo admite plegarias a su favor, en eso mismo debe ser, corregido para que él también implore para sí el divino favor. Pues aquel dolor que le afrenta a sus propios ojos, al sentir la punzada de la corrección, lo despierta a un más férvido deseo de pedir, a fin de que, recibiendo de la misericordia de Dios un aumento de caridad, abandone la iniquidad que le afrenta y envilece y ejecute obras dignas de alabanza y felicitación.

He aquí la conveniencia de la corrección que se emplea saludablemente, proporcionándola a la diversidad de las culpas, y entonces logra su eficacia, cuando el divino Médico mira con ojos de misericordia. En efecto, nada se alcanza con ella, sino cuando uno se arrepiente de su pecado. ¿Y quién otorga esta gracia sino el que miró al apóstol San Pedro cuando le negaba15 y nubló sus ojos de lágrimas? Por eso, San Pablo después de asegurar que ha de reprenderse con dulzura a los que se resisten a la verdad, añadió a continuación: Por si acaso les concede Dios arrepentimiento que los lleve a conocer la verdad, escapando al lazo del diablo (2Tm 26,26).
 ¿Por qué dicen los adversarios de la corrección: "Conténtate con instruirme sobre mis deberes y ruega por mí para que cumpla lo que me mandas"? ¿Por qué, siguiendo sus perversos sentimientos, no rechazan ambas cosas y dicen: "No me vengas a mí con mandatos ni quiero tus plegarias"?

Pues ¿qué hombre nos consta que orase en favor de Pedro para darle el Señor la contrición con que lloró el pecado de sus negaciones? ¿Qué hombre instruyó a San Pablo en los preceptos relativos a la fe cristiana? Cuando le oyesen predicar el Evangelio y decir: Os comunico, pues, hermanos, que el Evangelio que os he predicado no es según el hombre, pues no lo he recibido de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo (Ga 1,11-13), le podían haber respondido: ¿Por qué, pues, nos molestas a nosotros, obligándonos a recibir y aprender lo que tú no has aprendido ni recibido de ningún hombre? Quien te hizo a ti semejante don, poderoso es también para hacérnoslo a nosotros lo mismo que a ti.

Luego si no osan responderle de ese modo, sino consienten que el Evangelio les sea predicado por un hombre, aun cuando puede ser comunicado al hombre por Dios, confiesen también éstos que deben ser reprendidos por sus superiores, encargados de predicar la doctrina de la gracia cristiana, aun sin negar que Dios puede, sin ninguna intervención de nadie, corregir por sí mismo al que quiere y comunicarle con la fuerza de su misteriosa y eficacísima medicina el dolor de la penitencia. Y así como no se ha de interrumpir la oración en favor de aquellos cuya conversión deseamos, aun sabiendo que, sin que nadie orase por Pedro, con una mirada suya le cambió el Señor y le llenó de contrición por su pecado, así tampoco se debe omitir la reprensión de los culpables, aun cuando Dios, a los que quiere, hace mudar de vida sin valerse de la corrección. Pues ésta sólo aprovecha al hombre cuando la acompaña con su misericordia y gracia el Señor, que puede convertir a los que quiere sin necesidad de reprenderlos.

Mas por qué son llamados a la reforma de las costumbres éstos de un modo, y aquéllos de otros, y los otros de otro, en formas diversas e innumerables, eso no toca juzgarlo al barro, sino al alfarero.
 Corrept., V, 7-8


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