viernes, 17 de marzo de 2017

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ZAQUEO (4) Lucas19,1-10



Baja aprisa, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa

¿Quién encontró primero a quién? O ¿quién fue el primero en ver al otro? Yo pienso que, como la iniciativa parte siempre de la gracia, tuvo que ser Jesús quien viera primero a Zaqueo y no al revés. Los ojos del corazón son más rápidos, más penetrantes y más capaces que los de la cara. Zaqueo quiso ver a Jesús, pero el Señor buscaba ya a Zaqueo más allá o más arriba de la muchedumbre. Y desde mucho antes de entrar en Jericó.

Esto me recuerda la escena de la parábola del hijo pródigo. Regresa a su casa, arrepentido, en busca de su padre, pero es su padre quien, movido por el gran amor que le tenía, lo ve primero y corre a su encuentro para abrazarle y brindar-le la acogida del perdón. O cuando Jesús afirma de Natanael: Ahí tenéis un verdadero israelita, y éste, sorprendido, le pregunta: ¿De qué me conoces?; y Jesús le con-testa: Antes de que te llamara Felipe, te vi bajo la higuera. Tuvo que ser grande la sorpresa de Natanael porque hizo esta confesión: Maestro, tú eres el hijo de Dios, el rey de Israel. (Jn 1, 4-49).

¿Quién vio primero a quién en estos casos? La respuesta es muy sencilla: quien amaba más. Como el padre de la parábola, como Jesús con Natanael. Lo mismo, sin duda, ocurrió con Zaqueo. 

La mirada de Jesús es siempre mirada de amor. Como en el caso del joven que le preguntó qué tenía que hacer para heredar la vida eterna: Jesús lo miró con cariño (Mc 10,21). El Señor nos mira y nos contempla siempre con cariño. Se re-crea en lo que él ha creado. Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno (Gen 1, 31). Somos la obra más perfecta de la creación y una maravilla de la gracia. No importa nuestro aspecto físico, nuestra pequeñez y nuestras miserias. No tiene en cuenta nuestros pecados. O quizás sí, y por eso nos mira con amor, como a Zaqueo, como el padre de la parábola.

a)         Mira y pronuncia una palabra.
Al joven a quien mira con cariño, le dice: Una cosa te falta: vende lo que tienes… y sígueme. El joven, libre como era, siguió su propio camino, no el que le indicaba Jesús. Por parte de Jesús, era oferta seria y segura de salvación. No fue aceptada. A Zaqueo le dice: Baja en seguida, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Nos imaginamos la sorpresa de Zaqueo y su júbilo. Acogió la autoinvitación de Jesús, y corrió a su casa a preparar el alojamiento.

b)        Nos mira y pronuncia su palabra
Nos hemos aupado a un árbol que teníamos muy a mano, o muy cerca de nosotros, superando una “muchedumbre” de impedimentos o dificultades que encontramos en nuestro caminar. (Enumerábamos algunas un poco antes). Y se ha producido un cruce de miradas. Una de necesidad, la nuestra; la otra, de amor, la de Jesús. Y vivimos, también en ese momento, el gozo del encuentro. Un gozo mayor que el de aquel comerciante en perlas finas cuando encuentra una de gran valor y vende todo para conseguirla. 

Hemos encontrado al Señor, la perla de gran valor, lo único que merece la pena, el TODO para nosotros, la única fuente de felicidad, la vida misma. Y decimos como san Pablo: Todo lo considero pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar a Cristo (Fil 3, 8). 

Pero la palabra que da vida la pronuncia él: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mc 2, 17). Y Mateo añade: Para que se conviertan. Si la gloria de Dios es el hombre mismo, como dice san Ireneo, podemos decir también que, para él, somos todos perlas de gran valor. Tanto que, para hacernos suyos y salvarnos, ha pagado con el precio de su propia vida. Se entregó por entero para darnos vida.

c)         Nuestra “respuesta”
Jesús mira a Zaqueo y le dice: Baja en seguida, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Conocemos la reacción de Zaqueo: Bajó a toda prisa y lo recibió muy contento.

En tu caso, después de este encuentro con Jesús, después de haber sido penetrado y fascinado por su mirada y de haber escuchado su palabra, no cabe otra respuesta que la de salir de tu apatía, mediocridad e indiferencia, “ponerte muy contento y alojarlo en tu casa”, en tu vida. No cabe dar la callada como respuesta, como la del joven rico, que dio la espalda al Señor y se fue lleno de cosas, de su dinero, y vacío del TODO.

Y una prueba de que quieres acoger a Cristo es que estás leyendo y reflexionando sobre todo lo anterior. Por necesidad sentida, por deseo siempre insatisfecho de verle y encontrarte con él, por convicción de tu pequeñez, por deseo también de cambiar de vida o de seguir ahondando en tu proceso de conversión. 

Sabemos que tenemos que ir superando todo aquello que se interpone entre el Señor y nosotros. Cada cual conocerá sus “muchedumbres”, y, aunque se reconozca pequeño y poca cosa, sabrá utilizar los medios más adecuados para subir a lo alto y ver al que viene.  Necesitamos vía libre: vía libre para él y para nosotros.

6.  En casa
El encuentro con Jesús se hace comunión. Comunión de amor. Se aloja en nuestra casa, es decir, entra dentro de nosotros, y nuestro interior, o todo nuestro ser, se hace morada suya para habitar en ella. Lo dice el mismo Jesús: El que me ama guardará mi doctrina, mi Padre lo amará y vendremos a él y habitaremos en él (Jn 14, 23). ¡Habitados nada menos que por las tres Divinas Personas! Y nos dirá también, como a Zaqueo, hoy ha entrado la salvación a esta casa.

La casa era Zaqueo, que en este caso no era la vivienda donde él vivía, pues nada cambió en ella. Era él mismo. La salvación que ofrece y trae Jesús lo re-nueva todo. Todo lo hace nuevo. De ahí que Zaqueo, impulsado por un espíritu nuevo, dijera: Mira, Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y a quien haya defraudado le restituyo cuatro veces más.

Se cumplía en este caso lo que dice el Apocalipsis en el cap. 3, 20: Eh aquí que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y comeremos juntos.

Si le has alojado en tu casa y has entrado en comunión con él, sabrás qué decirle y cómo amarle. No te quedarás mudo por la emoción, sino que sentirás el impulso incontenible de decirle que quieres vivir una vida totalmente nueva. Como Zaqueo.

Es verdad que sin Cristo nada puedes hacer, pero también es verdad que él pide tu colaboración y tu empeño, mantenido siempre y a pesar de todo. Podrías decir  con san Agustín: Dios, que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti. ( S 169, 11, 13).
Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
P. Teoro Baztán Basterra




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