¿Quién encontró
primero a quién? O ¿quién fue el primero en ver al otro? Yo pienso que, como la
iniciativa parte siempre de la gracia, tuvo que ser Jesús quien viera primero a
Zaqueo y no al revés. Los ojos del corazón son más rápidos, más penetrantes y
más capaces que los de la cara. Zaqueo quiso ver a Jesús, pero el Señor buscaba
ya a Zaqueo más allá o más arriba de la muchedumbre. Y desde mucho antes de
entrar en Jericó.
Esto me recuerda la
escena de la parábola del hijo pródigo. Regresa a su casa, arrepentido, en
busca de su padre, pero es su padre quien, movido por el gran amor que le
tenía, lo ve primero y corre a su encuentro para abrazarle y brindar-le la
acogida del perdón. O cuando Jesús afirma de Natanael: Ahí tenéis un verdadero
israelita, y éste, sorprendido, le pregunta: ¿De qué me conoces?; y Jesús le
con-testa: Antes de que te llamara Felipe, te vi bajo la higuera. Tuvo que ser
grande la sorpresa de Natanael porque hizo esta confesión: Maestro, tú eres el
hijo de Dios, el rey de Israel. (Jn 1, 4-49).
¿Quién vio primero
a quién en estos casos? La respuesta es muy sencilla: quien amaba más. Como el
padre de la parábola, como Jesús con Natanael. Lo mismo, sin duda, ocurrió con
Zaqueo.
La mirada de Jesús
es siempre mirada de amor. Como en el caso del joven que le preguntó qué tenía
que hacer para heredar la vida eterna: Jesús lo miró con cariño (Mc 10,21). El
Señor nos mira y nos contempla siempre con cariño. Se re-crea en lo que él ha
creado. Y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno (Gen 1, 31). Somos
la obra más perfecta de la creación y una maravilla de la gracia. No importa
nuestro aspecto físico, nuestra pequeñez y nuestras miserias. No tiene en
cuenta nuestros pecados. O quizás sí, y por eso nos mira con amor, como a
Zaqueo, como el padre de la parábola.
a) Mira y
pronuncia una palabra.
Al joven a quien
mira con cariño, le dice: Una cosa te falta: vende lo que tienes… y sígueme. El
joven, libre como era, siguió su propio camino, no el que le indicaba Jesús.
Por parte de Jesús, era oferta seria y segura de salvación. No fue aceptada. A
Zaqueo le dice: Baja en seguida, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Nos
imaginamos la sorpresa de Zaqueo y su júbilo. Acogió la autoinvitación de
Jesús, y corrió a su casa a preparar el alojamiento.
b) Nos mira y
pronuncia su palabra
Nos hemos aupado a
un árbol que teníamos muy a mano, o muy cerca de nosotros, superando una “muchedumbre”
de impedimentos o dificultades que encontramos en nuestro caminar.
(Enumerábamos algunas un poco antes). Y se ha producido un cruce de miradas.
Una de necesidad, la nuestra; la otra, de amor, la de Jesús. Y vivimos, también
en ese momento, el gozo del encuentro. Un gozo mayor que el de aquel comerciante
en perlas finas cuando encuentra una de gran valor y vende todo para conseguirla.
Hemos encontrado al
Señor, la perla de gran valor, lo único que merece la pena, el TODO para
nosotros, la única fuente de felicidad, la vida misma. Y decimos como san
Pablo: Todo lo considero pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús,
mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas, y las tengo por basura con
tal de ganar a Cristo (Fil 3, 8).
Pero la palabra que
da vida la pronuncia él: No tienen necesidad de médico los sanos, sino los
enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mc 2, 17).
Y Mateo añade: Para que se conviertan. Si la gloria de Dios es el hombre mismo,
como dice san Ireneo, podemos decir también que, para él, somos todos perlas de
gran valor. Tanto que, para hacernos suyos y salvarnos, ha pagado con el precio
de su propia vida. Se entregó por entero para darnos vida.
c) Nuestra
“respuesta”
Jesús mira a Zaqueo
y le dice: Baja en seguida, pues hoy tengo que hospedarme en tu casa. Conocemos
la reacción de Zaqueo: Bajó a toda prisa y lo recibió muy contento.
En tu caso, después
de este encuentro con Jesús, después de haber sido penetrado y fascinado por su
mirada y de haber escuchado su palabra, no cabe otra respuesta que la de salir
de tu apatía, mediocridad e indiferencia, “ponerte muy contento y alojarlo en
tu casa”, en tu vida. No cabe dar la callada como respuesta, como la del joven
rico, que dio la espalda al Señor y se fue lleno de cosas, de su dinero, y
vacío del TODO.
Y una prueba de que
quieres acoger a Cristo es que estás leyendo y reflexionando sobre todo lo
anterior. Por necesidad sentida, por deseo siempre insatisfecho de verle y
encontrarte con él, por convicción de tu pequeñez, por deseo también de cambiar
de vida o de seguir ahondando en tu proceso de conversión.
Sabemos que tenemos
que ir superando todo aquello que se interpone entre el Señor y nosotros. Cada
cual conocerá sus “muchedumbres”, y, aunque se reconozca pequeño y poca cosa,
sabrá utilizar los medios más adecuados para subir a lo alto y ver al que
viene. Necesitamos vía libre: vía libre
para él y para nosotros.
6. En casa
El encuentro con
Jesús se hace comunión. Comunión de amor. Se aloja en nuestra casa, es decir,
entra dentro de nosotros, y nuestro interior, o todo nuestro ser, se hace
morada suya para habitar en ella. Lo dice el mismo Jesús: El que me ama
guardará mi doctrina, mi Padre lo amará y vendremos a él y habitaremos en él
(Jn 14, 23). ¡Habitados nada menos que por las tres Divinas Personas! Y nos
dirá también, como a Zaqueo, hoy ha entrado la salvación a esta casa.
La casa era Zaqueo,
que en este caso no era la vivienda donde él vivía, pues nada cambió en ella.
Era él mismo. La salvación que ofrece y trae Jesús lo re-nueva todo. Todo lo
hace nuevo. De ahí que Zaqueo, impulsado por un espíritu nuevo, dijera: Mira,
Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y a quien haya defraudado
le restituyo cuatro veces más.
Se cumplía en este
caso lo que dice el Apocalipsis en el cap. 3, 20: Eh aquí que estoy a la puerta
y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré y comeremos juntos.
Si le has alojado
en tu casa y has entrado en comunión con él, sabrás qué decirle y cómo amarle.
No te quedarás mudo por la emoción, sino que sentirás el impulso incontenible
de decirle que quieres vivir una vida totalmente nueva. Como Zaqueo.
Es verdad que sin
Cristo nada puedes hacer, pero también es verdad que él pide tu colaboración y
tu empeño, mantenido siempre y a pesar de todo. Podrías decir con san Agustín: Dios, que te ha creado sin
ti, no te salvará sin ti. ( S 169, 11, 13).
Tomado del Libro Bebieron de la Fuente
P. Teoro Baztán Basterra
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